El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El tema religioso está ausente en la obra de Celaya. Lo suyo era el hombre y Dios; la idea, no la religión.
El hombre occidental, sin saberlo, sin quererlo, sin proclamarlo, es un marxista puro en lo que concierne a sus creencias religiosas. No arrastra estatuas de Marx ni de Engels por las calles de la vieja Europa ni de la nueva América, pero su corazón vive encarcelado entre las rejas del materialismo marxista.
“El sueño de la sulamita”. una singular interpretación a el Cantar de los Cantares. Por José Manuel González Campa. 223 páginas. Ediciones Ríopiedras, Zaragoza 2018.
Periodistas hay en nuestro país que son políglotas en diferentes materias, pero analfabetos en cultura religiosa.
Aún hay versiones de Don Quijote de La Mancha que suprimen el pasaje, cuyo texto dice: “Las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente, no tienen méritos ni valen nada”.
Occidente reprocha a los países del Este haber inventado el culto a la personalidad. Pero Occidente hace lo mismo, o tal vez peor.
La eternidad no significa un tiempo inacabable, sino otra cosa distinta, difícil de definir por el entendimiento humano.
La falta de fe genera violencia y produce miseria. En lo único que se cree es que no se cree. No hay interés alguno en buscar los paraísos perdidos.
El hombre es el centro del Universo tan sólo en la medida en que el hombre se somete a la voluntad de Dios.
Si Dios queda reducido a la proyección del ideal humano, el cielo no es más que el techo atmosférico que nos cobija.
Viajó por las grandes ciudades, bajó a las pequeñas aldeas, recorrió incansable los mares, pero no experimentó la paz del alma. Y estaba triste. Estudió, contempló los astros, huyó del amor, que dicen que lleva aparejado el dolor. Y estaba triste. Viejo ya, deseaba lo que no tenía y lamentaba la juventud perdida.
La humanidad del nuevo milenio quiere contemplar el mundo desde la altura de la religión. Sin perspectiva religiosa la vida se emponzoña desde la cuna del niño.
Demostró, en sus escritos y en su vida, poseer un defecto común a la casi generalidad de los escritores españoles: apartarse de Dios como consecuencia del desengaño sufrido en la religión en que nacieron.
Rápidamente propagado por todo el mundo entonces conocido, el Cristianismo marcó una nueva fase en lo moral, en lo religioso y en lo espiritual de la humanidad.
Fue absolutamente fiel a la Iglesia católica, con una fidelidad sin condiciones. Así lo refleja el párrafo final que escribe en el tomo primero de los Heterodoxos Españoles.
La Europa de Occidente no está en condiciones espirituales de librar al Este de sus reminiscencias ideológicas.
El escritor llegó al ateísmo por el camino del anticlericalismo y a éste por la decepción religiosa, por el desencantamiento de los principios religiosos que desde niño le habían enseñado.
El 4 de enero de 1849, este alto funcionrio real y pollítico pronunció en el Parlamento un sensacional discurso sobre la Biblia.
Los personajes de su teatro son seres en permanente conflicto, que no saben qué hacer con la vida.
De algunas ciudades de España y también de otros países me han llegado reacciones a mi artículo publicado en “Protestante Digital” el pasado 8 de marzo.
Los tres poemas de este libro demuestran la fuerza sugestiva de la belleza y el itinerario del hombre moderno hacia Dios.
Tanto del Este como del Oeste aumentan los fanatismos y la intolerancia en el seno de las religiones.
¡El alma del protestantismo español tampoco ha sido vencida, a pesar de contrarreformas, inquisiciones, persecuciones, intolerancias y desprecios!
Los hedonistas afirman que el hombre está sometido a la soberanía del instante. De aquí que excluyan toda moderación en la búsqueda del placer.
La razón es incapaz de concebir a Dios en toda su plenitud. Una fe sencilla, llena de sorpresas, como la del Principito, es la que nos introduce al reino invisible.
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