El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La Biblia afirma claramente que Dios siempre posee el control, la dirección y la capacidad de interactuar con las criaturas.
La Biblia suele emplear frecuentemente la imagen de la fugacidad de las flores para referirse a la brevedad de la vida humana en comparación con la eternidad de Dios y su palabra.
Hoy vivimos el tiempo como si fuera un puzle que debemos rellenar con múltiples piezas diferentes.
Algunas tienen costumbres solitarias mientras otras forman colmenas capaces de albergar hasta 80.000 individuos. En ocasiones las colonias de abejas se vean como un solo superorganismo constituido por miles de ejemplares.
Muchas de las afirmaciones de científicos famosos adolecen de un mínimo soporte filosófico.
La Biblia emplea frecuentemente esta imagen de la luz para referirse a la espiritualidad humana.
La grandeza y supuesta ineficiencia del cosmos parecería incompatible con el carácter del Dios que se revela en la Biblia. ¿Es realmente esto así?
Viven sobre fondos rocosos umbríos del litoral pero cuando se iluminan artificialmente muestras bellos colores. No hacen ostentación de sus encantos.
¿Es realmente Dios una simple excusa tautológica? Yo creo que no y vamos a ver por qué.
El secreto del éxito de los corales radica en la solidaridad.
Hoy sabemos que aunque el ADN basura no codifique proteínas hace, sin embargo, mil cosas diferentes y necesarias para el buen funcionamiento celular.
El descubrimiento se lo pone más difícil al darwinismo, al acortar de forma significativa el tiempo para que átomos y moléculas de la Tierra primitiva se convirtieran en seres vivos.
La filosofía naturalista es capaz de lograr que mentes brillantes sean incapaces de ver aquellas múltiples propiedades del universo, que indican claramente la existencia de una inteligencia creadora.
Cuando hablamos del cielo queremos expresar un ámbito intemporal que trasciende este mundo espacio-temporal. Como dijo C. S. Lewis el pasado siglo: “Dios no tiene historia”.
No somos esclavos de nuestros genes. Como da a entender el Antiguo Testamento: “Los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado.” (Dt. 24:16).
Es evidente que Dios es mucho más que la sola causa del universo, pero si Él no existiera no se habría originado nada. Dios, al crear, llamó a la existencia lo inexistente.
Al avanzar la ciencia más significan las palabras de Pablo: "Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas".
Esta hipótesis del multiverso pretende eliminar la pregunta sobre cómo es posible que se dé un ajuste fino de las constantes del cosmos tan altamente improbable, así como la consiguiente conclusión teísta.
Hoy vivimos también en la sociedad de la apariencia, en la que predomina la estética sobre la ética y la moralidad.
La simple lógica nos dice que ninguna ley de la física puede crear materia a partir de la nada, por tanto, la ley de la gravedad no pudo crear el universo, a pesar de las elucubraciones de Hawking.
Esta solución catastrofista la venían proponiendo los creacionistas con su referencia al diluvio universal. Y la paleontología no tuvo más remedio que darles la razón en este sentido.
Es fácil constatar, en algunos cosmólogos contemporáneos, cierta tendencia a buscar modelos físicos de la creación a partir de la nada que no requieran de ningún agente sobrenatural.
Los cristianos, en cierto sentido, somos también hoy como una especie en peligro de extinción.
Ambas proposiciones sobre la realidad, tanto la del naturalismo como la del teísmo, requieren necesariamente de la fe y no pueden ser verificadas mediante la evidencia.
¿Cómo es posible que un universo formado fundamentalmente por materia incapaz de razonar produzca seres dotados de razón, con tendencia a la finalidad, con capacidad para reproducirse y constituidos por códigos químicos como el ADN?
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