El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
¿No nos valdrá más la pena seguir leyendo el Antiguo Testamento como Jesús lo hacía, y seguir desarrollando esa capacidad de sacar de entre la violencia del pasado las lecciones para el perdón?
La violencia en el Antiguo Testamento responde a la (in)civilización de la época. En ese contexto Dios empieza a regular/limitar la violencia para potenciar el proceso de redención de la humanidad que concluirá en Jesús.
En el Antiguo Testamento vemos a un Dios que pide que su pueblo sea un algo aparte, dando normas de cuidar al forastero, de no vengarse, ni derramar sangre, de actuar con el extranjero residente entre ellos como actuaban con cualquiera de ellos mismos.
¿Por qué Dios arrasa o manda arrasar a pueblos enteros en el Antiguo Testamento? ¿Es el Dios del Antiguo Testamento iracundo, vengativo, sanguinario y genocida?
Necesitamos desarrollar un discurso en el que sepamos mostrar cómo Jesús no ofrece una alternativa más, sino que se ofrece a Sí mismo como puente tanto entre el cielo y la tierra.
Debemos recuperar una actitud mental, una cosmovisión que incluya el “padecimiento”. No se trata de buscar la mortificación y el sufrimiento como fin en sí mismo, sino de redescubrir el fin último.
Este artículo consiste en una reflexión crítica que intenta encontrar un equilibrio entre la discreción del obrero, y la claridad y mayordomía de las partes implicadas.
El obrero transcultural debe fundamentar su realización personal no en los “logros” sino en oír “la voz del esposo”.
Los Felipes, los eunucos, los desiertos son los grandes ignorados hoy en día por parte del pueblo de Dios y de los hombres.
La abundancia o carencia de recursos nunca puede ser la vara de medir para asumir o declinar el llamamiento.
Hoy más que nunca es posible llevar a cabo la Gran Comisión. Y hoy estamos más equipados y capacitados que nunca para llegar a los confines de la tierra.
Debemos desistir de nuestro empeño en fragmentar la visión y de relegar la tarea global a las sobras.
A mi regreso a España estoy fascinado de ver cómo el Espíritu Santo está moviendo a tantos con pasión por las misiones.
Los desafíos del panorama actual exigen una respuesta. El problema está en que la alternativa que Occidente ofrece al fundamentalismo es el vacío del secularismo.
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