El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Jugar con la teología histórica y rediseñar su vocabulario para propósitos actuales nunca es una actividad neutral.
La idea de que toda persona es hija de Dios significa que todas serán al final salvas, emborronando la distinción entre naturaleza y gracia, y entre ser una persona creada y una persona salva.
Su pensamiento surge de las fuentes jesuitas, pasando por las influencias latinoamericanas, hasta la matriz del Vaticano II de la Roma contemporánea, sin que haya sido corregido por la Palabra de Dios.
La mariología tiende a ser una intrusa dentro de la armonía trinitaria y un obstáculo para una apreciación completa de quien es el Dios Trino.
El catolicismo romano tiene tradiciones intelectuales propias pero es también hogar para tradiciones populares, prácticas sincretistas y tendencias místicas contrarias a la imagen de una religión sólidamente intelectual.
Según el Papa Francisco, la misión no espera hacer discípulos, se refrena de proclamar verbalmente las Buenas Noticias y es escéptica sobre la apologética.
Antes de poner al Papa Francisco en la lista de los amigos de la fe evangélica, debemos entender lo que está diciendo en sus propios términos.
Comprometerse a la “mayor unicidad” con los católicos romanos, los ortodoxos orientales y las iglesias liberales es un paso enorme que cambia significativamente las creencias y las prácticas históricas de los evangélicos.
Para la iglesia católica, la gracia no se recibe por la sola fe, sino que es concedida por Dios a través de la iglesia que la administra en el bautismo.
El testimonio de las Escrituras no se ajusta con la función, el oficio y el poder que se atribuye al papa romano.
El Espíritu Santo no está presente ni activo en una misión en la cual el pecado y la cruz de Cristo están ausentes.
La estructura teológica tradicional estaba orientada para dar contestaciones de Sí o No. La estructura del post-Vaticano II está más inclinada a recomendar ambos tipos de respuesta en toda clase de cuestiones.
No hay a la vista ni la reforma de la doctrina ni de las devociones. En el relato papal, la reforma significa acelerar el proceso instigado por el Vaticano II.
Con el Papa Francisco la Iglesia Católico Romana simplemente, se está volviendo más “católica”, o sea, lo acepta y lo absorbe todo, sin perder su naturaleza “Romana”.
El documento “¿Ha terminado la Reforma?” busca reafirmar en nuestra época los dos principales compromisos que son parte integral de la fe cristiana.
¿Hacia dónde se dirige la iglesia católica tras el Concilio Vaticano II?. Una entrevista con Leonardo de Chirico.
El sistema católico se abre hasta el punto de integrar el nuevo talante, el nuevo énfasis, el nuevo movimiento, asegurándose de que no perjudique su estabilidad pero que sirva para su expansión.
El libro de Kasper es una tentativa de salvar a Lutero de sí mismo y facilitar su retorno simbólico a la Iglesia Católico Romana, dejando caer sus enseñanzas de la gracia sola, la sola Escritura y sólo Cristo.
Este volumen hace una buena labor destacando lo que es distintivo del catolicismo romano y, por consiguiente, mostrando en qué se diferencia de la fe evangélica.
Los Padres de la Iglesia siempre respaldaron la justificación por la fe. La Reforma no la inventó. Simplemente, la volvieron a exponer en términos más coherentes y bíblicos, en una época en que había sido oscurecida por la opacidad medieval.
Es erróneo tener una opinión estática o aplanada del catolicismo. Con el Vaticano II, empezó un período diferente que precisa ser entendido.
El catolicismo romano ha llevado a cabo un incumplimiento fundamental del límite entre el hápax y el mallon con su entendimiento de la Iglesia como una prolongación de la encarnación.
Una cosa es ocuparse juntos en las áreas de interés común en la comunidad, pero es una cuestión totalmente diferente participar en la misión común y el evangelismo.
La teología de la Palabra de Barth ha debilitado la capacidad evangélica de valorar a Roma teniendo la Biblia como estándar supremo.
La visión ecuménica de la unidad postula su fundamento en el sacramento del bautismo. Pero esta opinión es vacilante y bíblicamente equivocada.
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