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Visiones de Mozambique (IV)
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De ‘mulungus’ y ‘mulandis’

Mozambique tiene muchos elementos propios, que definen su idiosincrasia particular. Pero Mozambique no es solamente todos esos elementos. 

AUTOR Jonatán Soriano MACIA (MOZAMBIQUE) 23 DE OCTUBRE DE 2018 07:00 h
Uno de los momentos de manualidades en Sekeleka. / Jonatán Soriano

El patio del Centro Sekeleka puede resultar familiar mucho antes de lo esperado. Desde luego que los mangos y el resto de frutales no ayudan, pero eso no deja de ser superfluo. Bonito y exótico, pero secundario. Sin embargo, los niños encarnan una escena típica de cualquier parque en las fronteras de Europa. El reír y el jugar son un idioma universal, también aquí, en Mozambique. 



Una niña es tímida y se esconda detrás de un árbol para mirar al último ‘mulungu’ (blanco en shangana) que ha venido a visitar su espacio de aprendizaje y de recreo diario. Otro niño es abierto, y en cuanto ve al ‘mulungu’ lo aborda, le sonríe lo abraza. Los matices del carácter se repiten entre las personas, independientemente de sus patrones culturales o sociales. La idea del Mozambique extraño y hostil se desvanece al compartir esa timidez, esa extroversión, propias de cualquier otra persona.



El sol redondo y rojo al caer la tarde, las piñas creciendo a la puerta de cada casa, los tambores de la curandería, los carteles del Frelimo. Todos son elementos de la idiosincrasia de Mozambique, pero Mozambique no es solamente todos esos elementos. 



 



PASEOS CON SABOR A ARROZ CON POLLO



Es habitual que alguno de los trabajadores del centro invite al ‘mulungu’ a dar un paseo por Macia una vez se ha acabado la jornada, a las cuatro de la tarde, y los dos turnos de niños y niñas ya han pasado por Sekeleka. Y es también habitual que en esos paseos acabe haciéndose de noche, porque el sol se pone a las cinco y media de la tarde, y la pequeña expedición de representantes del centro que guían al ‘mulungu’ voluntario por las calles arenosas del pueblo se presente en la casa de algún otro trabajador de Sekeleka que, por el motivo que fuese, ya se había ido. 



 



Algunos niños del centro pasean por las calles de Macia con uno de los educadores al caer la tarde. / Diana Rodríguez



No hay aviso previo ni valen las citas. Es cuestión de presentarse en una casa para que la familia saque unas sillas de plástico y comience una conversación, normalmente orientada por el interés autóctono de cómo es la vida en el país del ‘mulungu’. Si se hace tarde, se improvisará algo. Una mandioca hervida, quizás. En el extraño caso de haber avisado de la visita antes, la cocina será más elaborada, en forma de un jugoso arroz con pollo a la luz de una luna llena y blanca. “¿Quién quiere Sparletta?”, preguntará alguien. Y antes de darse cuenta, todos lo vasos estarán llenos de un refresco gaseoso con sabor a cereza o a fresa y fabricado en Sudáfrica. 



“¡Mulungu!”, gritará con inocencia uno de los niños de la casa. “¡Eh! Pues tú mulandi (negro en shangana)”, le reprenderá rápido su abuela, su tía o cualquier adulto que tenga al lado. Y la cena seguirá, entre miradas sonrientes y expresiones de ‘anima’ (el equivalente de ‘está rico’) por parte del ‘mulungu’. 



 



“¿TAMBIÉN HAY CABRAS EN LAS CASAS?”



De vuelta en Sekeleka la curiosidad de los niños es abrumadora. Miraldo, que tiene unos ojos muy grandes, se ha acercado tímidamente al ‘mulungu’ y ha comenzado a investigarle, uno a uno, los pelos del brazo y la mano. Le extrañan. Pero no es un sentimiento de extrañeza que le provoque ganas de distanciarse, sino de explorar. De incorporar a su experiencia que resulta que hay hombres a los que les crece bello en los brazos. 



 



Algún día a la semana se prepara un programa especial con juegos en conjunto y alguna actuación teatral. / Diana Rodríguez



Mientras tanto, Roberto ha dejado por un momento el partido de fútbol en el que estaba jugando como defensa, con su camiseta del Manchester United. Al pasar al lado del ‘mulungu’ le levanta el pulgar. Es su manera habitual de comunicarse cuando tiene algo que hacer. Y Roberto parece que siempre tiene algo que hacer. 



Edson se esfuerza en recordarle al ‘mulungu’ que “todavía no habla shangana”, y después comienza a cantarle una canción en el idioma. Justo entonces, Derlavia le ha cogido una pulsera de la muñeca y comienza a examinarla. Pronto propondrán comenzar a jugar a las palmas con una popular canción que habla de un amor, de ir al hospital y de viajar a Beira en avión. 



Eso si no han salido antes del centro para volver a sus casas. Es el caso de Rúi, que cada tarde pasea sus dos cabras por las calles del primer barrio de Macia. “¿Hay cabras en tu país?” le pregunta al ‘mulungu’, que le responde que sí. “¿También se guardan en las casas?”, insiste la curiosidad de Rúi. “¿Les ponen nombre? Yo a las mías no”. 



 



El centro también abre los sábados por la mañana y los niños van a jugar y a hacer actividades especiales. / Jonatán Soriano



CAMISAS DE DOMINGO



En la segunda iglesia bautista de Macia, que se reúne en las instalaciones de Sekeleka, el ‘mulungu’ se puede encontrar con varios de los niños que durante la semana van al centro. Algunos más arreglados. La comunidad muestra la misma diversidad que se ve en el día a día. Personas que visten con camisetas y las típicas capulanas, enrolladas de cintura para abajo, y otras que lucen camisas coloridas y vestidos de falda, más elegantes. Pero nadie observa a nadie. Los adolescentes cantan dos canciones que han ensayado durante la semana. Los jóvenes también. Y después de la predicación todo el mundo va saliendo por filas y va formando una hilera desde la puerta hacia fuera, de tal manera que cualquiera que salga tiene que saludar a todo el mundo. 



Muchas de las canciones que se cantan se parecen a las del centro. “Muchas gracias, Dios poderoso”, “Él es santo”, “Es una bendición conocer al Señor” o “Jesús es mi rey”.  Todo un idioma universal. 



 



SOLZINHO



Una de las primera personas que llegan al centro por la mañana es Solzinho. Se sentará a la mesa durante el devocional diario que realiza una parte del equipo, pero no dirá nada. Mirará al ‘mulungu’ serio, pero no le dirá nada. Cada día llevará su carretilla de un lado para otro por Sekeleka, regará las ‘mashambas’ y hará más cosas, pero apenas dirá nada. 



 



El entretenimiento y la curiosidad están a la orden del día para hacer del centro un ambiente más relajado que el del colegio. / Diana Rodríguez



Él era una de los niños del programa del centro, pero cuando fue mayor de edad se le ofreció un empleo para hacer bloques de construcción, que ha acabado extrapolando al mantenimiento general. Y sin hablar nada, ni apenas estar juntos, al ‘mulungu’ le parecerá que su mirada forma parte de ese lenguaje universal. Tan característica de Mozambique como el plato rojizo que cada día se alza sobre el horizonte a las cinco de la tarde, para despedir el día y dar comienzo a otro paseo de atardecer, por las calles arenosas de Macia y, puede, que con gusto de arroz con pollo. 


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

campis
24/10/2018
07:53 h
1
 
Hola: ¡Buen artículo, Mulungu! Bien articulado y elaborado. Muchos detalles. Se nota que eres periodista y buen observador. Este viaje misionero, te has currado. Saludos. Quim Campistron.
 



 
 
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