El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Cada vez menos mayoritario, en México el catolicismo mestizo y popular pierde terreno a favor del protestantismo. Un 19% de mexicanos se declara “no católicos”.
Cuando algún vecino de San Juan Chamula cae enfermo, su familia acude a la iglesia con una gallina, un puñado de velas, una botella de aguardiente y otra de refresco. Arrodillados sobre un manto de hojas de pino, apagan las velas escupiendo aguardiente y estrangulan a la gallina para encomendarse a San Juan Bautista o San Francisco de Asís, que asisten al culto vestidos con faldas de lana y cintas de colores.
La iglesia de San Juan Chamula de Chiapas, uno de los estados mexicanos con mayor presencia indígena, es una iglesia católica. Un catolicismo sincrético, mestizo y popular producto de la asimilación de las culturas prehispánicas. Una mezcla, consentida y hasta impulsada por la Iglesia católica, que tan buenos resultados le ha dado a lo largo de los siglos como estrategia de captación de fieles. México, como el resto de Latinoamérica, es culturalmente católica precisamente por esa mezcla.
Los anclajes comunitarios están sin embargo cediendo poco a poco a favor de la fe evangélica en las diversas ramas del protestantismo. Una fe que aunque se empeñan en achacar a la influencia estadounidense, historiadores como Carlos Martínez García desmienten con datos que avalan claras raíces indígenas en su implantación y desarrollo.
La realidad es que si a principios del siglo XX el monopolio católico era incuestionable, las cifras más recientes de la consultora Pew Research Cente dicen que el 19% declara una creencia diferente a la católica. Los cálculos proporcionados por la propia arquidiócesis de Méxicor los sitúan en el 16%.
De ese grupo que incluye hasta 250 categorías religiosas, la mitad corresponde a las diferentes Iglesias protestantes. Hoy suman más de ocho millones de miembros con un perfil socioeconómico transversal, según la radiografía del órgano de estadística mexicano INEGI.
El acelerón de los protestantes en Latinoamérica comienza a partir de 1970, al pasar de un 4% al hasta el actual 19%. Esta irrupción coincide con un fuerte aumento demográfico, el impasse político y cultural hacia la posmodernidad y un cambio de ciclo dentro de la Iglesia católica.
EVANGELIO Y EVANGELIZACIÓN CENTRADOS EN JESÚS
La evangelización es uno de los denominadores comunes de este ramillete protestante evangélico. Su técnica más común es la del predicador subido a un escenario proclamando el mensaje de la Biblia ante su auditorio.
Así son las campañas evangelísticas masivas. “Solemos hacerlas en teatros o estadios. Durante dos horas leemos los evangelios y se invita a la gente a entregarse a Cristo. Entonces se dan cuenta que lo que viven en el catolicismo es un engaño, que impone tradiciones y mandatos que no corresponden con las escrituras”, explica Amador López Hernández, el presidente de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, que según los datos oficiales suma 800.000 fieles.
Las iglesias protestantes niegan la tradición católica, y predican un Evangelio experimental. No creen en intercesión de Vírgenes ni de Santos. Tampoco hay por tanto sincretismo ni mezcla posible. “Sólo hay un mediador: Jesucristo, en ningún otro encontraremos la salvación”, sentencia López desde una de los templos presbiterianas del Distrito Federal, con un techo acabado en forma de libro abierto y una ranura en la parte del lomo por la que se cuela la luz del sol.
“Millones de católicos se han sentido frustrados e insatisfechos por una religión con dogmas y liturgias. Por eso experimentan con otras confesiones donde encuentran respuestas a todas sus necesidades cotidianas”, incide el pastor y presidente de la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas, Arturo Farela Gutiérrez.
“El mensaje cristiano evangélico que predicamos los pastores transforma vidas, matrimonios y familias, liberándolas de adicciones, inmoralidad y corrupción”, dice Farela. Él mismo es un converso. “Yo era un hombre vicioso, violento, corrupto y frustrado por una niñez de orfandad desde los cuatro años. Hace 40, Jesucristo me perdonó y me llamó a su servicio”. Antes de eso, Farela era también guadalupano. Seguía a la Virgen de Guadalupe, el mayor emblema de catolicismo popular mexicano.
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