Esta semana, tres líderes religiosos de Repúblcia Centroafricana han visitado Estados Unidos y la sede de la ONU, insistiendo en la necesidad de una ntervención de las fuerzas de paz de Naciones Unidas que garantice la continuidad del gobierno actual frente a los grupos armados operativos en el territorio.
La delegación la formaban Nicolás Guerekoyame-Gbangou, presidente de la Alianza Evangélica de la República Centroafricana, que representa a la comunidad protestante (un 52% de la población); el imán Oumar Kobine Layama, presidente de la Comunidad Islámica República Centroafricana, representando a la comunidad musulmana (15% de la población); y Monseñor Dieudonné Nzapalainga, arzobispo de Bangui, que representa a la Iglesia Católica (29 % de la población).
Tras pasar por Europa, la visita a Estados Unidos ha consistido en mantener diversos encuentros con otros líderes religiosos, así como con representantes del Gobierno y de las Naciones Unidas.
“Hemos venido a los Estados Unidos de América tras un año de conflicto, y aún las llamas de la violencia y la venganza amenazan con quemar una historia de paz y convivencia en la República Centroafricana. Hoy en día, la seguridad sigue siendo frágil, en un país en el que hombres, mujeres y niños temen a los vecinos con los que crecieron”, expresan los líderes en un texto conjunto.
Se muestran asimismo con “esperanza” porque “las heridas sanan y los países pueden ser reconstruidos”, por eso “como líderes religiosos cuyas congregaciones representan casi todo el país, tenemos clara nuestra responsabilidad moral y los pasos necesarios para sacarnos de la oscuridad”.
“Nuestra voz es fuerte,
nuestro mensaje es simple: apoyamos el recién elegida Presidente del país, Catherine Samba-Panza, y su llamada urgente de una operación de mantenimiento de la paz para que las Naciones Unidas tomen el relevo de las tropas francesas tan pronto como sea posible”, afirman.
Una operación que necesariamente tiene que ser “robusta” y con un apoyo total de los países fuertes en el escenario internacional. “Debe aportar recursos para ayudar a reconstruir la administración de nuestro país. Sin instituciones fuertes, corremos el riesgo de la repetición de los ciclos de violencia”, advierten.
“La limpieza étnica -afirman- está en el horizonte. La espiral de violencia nos conduce a ello. Pero rechazamos que el conflicto sea religioso”, dicen los líderes de las principales religiones del país. “Nosotros, los musulmanes y los cristianos, crecimos en paz (…) Fuimos a la misma escuela, aprendimos y jugamos juntos. Musulmanes, cristianos, animistas - no sabíamos la diferencia. Como celebrábamos las costumbres de los demás, nos abrazamos a la diversidad. Esta riqueza es la base de nuestra sociedad. Lo fue en el pasado y podría serlo en el futuro”.
Este aspecto se ve minado por las milicias combatiendo en el país en los últimos meses.
“Se creó un círculo vicioso de venganza y represalias. La gente ha utilizado la religión como pretexto, para encubrir sus ambiciones de poder, pero nunca ha habido un imán, un obispo o un pastor que haya justificado la guerra o el asesinato de los otros”.
Para los religiosos
la República Centroafricana se ha convertido en “el basurero de África”, donde han recalado “aquellos que fueron expulsados de otros lugares. Mercenarios extranjeros de países vecinos cruzan nuestras fronteras y lo saquean, sin inmutarse. Se dijo que los musulmanes apoyaban a estos grupos despertando sospechas; y hubo barrios de cristianos que sintieron estos abusos; pero fueron percepciones erróneas hacia la religión, alimentada por la ira por la pérdida de familiares, la destrucción de viviendas y la falta de una alternativa mejor, debido a la pobreza crónica y la corrupción”.
Finalmente,
piden “colaboración” a Estados Unidos y la ONU para que “se resuelva la crisis actual y nos ayuden a erradicar las raíces de este odio. Reconocemos que será mucho trabajo, duro, pero tenemos que ayudar a asegurarnos de que esto no vuelva a ocurrir”.
La tarea “más inmediata” es contener a las fuerzas rebeldes que intentan derrocar el frágil gobierno electo. “Mientras las tropas africanas y francesas actualmente en el terreno han hecho un trabajo valiente, la seguridad sólo puede hacerse realidad si hay más fuerzas y mejor equipadas sobre el terreno. No hay duda que la acción francesa ha detenido miles de muertes, pero se necesita reforzar esta acción”.
“Una fuerza de paz de la ONU permitiría a las tropas neutrales que no son partes en el conflicto desarmar y neutralizar todos los grupos armados, independientemente de si son anti-Balaka , Seleka o miembros del Ejército de Resistencia del Señor”.
Desde el pasado mes de marzo de 2013 miles de personas han muerto, más de un millón han huido y más de la mitad de la población está en situación de dependencia de ayuda externa. “Como líderes de la fe -concluyen-, trabajamos para sanar los corazones de nuestra nación, y pedimos a la comunidad internacional que apoye nuestra frágil democracia”.
TERRIBLE SITUACIÓN
Hace dos años,
la coalición rebelde musulmana Séléka se alzó en armas en el norte del país, con el pretexto del incumplimiento de los acuerdos de paz firmados con el entonces presidente, François Bozizé.
Los rebeldes iniciaron un avance que culminó el 24 de marzo de 2013 con el asalto a la capital. Bozizé huyó y Michel Djotodia, líder de Séléka, asumió la presidencia interina en un país con población mayoritariamente cristiana y una incipiente milicia radical cristiana, los “Anti-Balaka”.
Las ONG lanzaron sus
primeras advertencias sobre el peligro potencial de un conflicto religioso, pero, como sucedió en Ruanda, sus llamadas se perdieron entre la burocracia mundial, poco dispuesta a escuchar.
Finalmente, la tensa espera de unas elecciones que nunca llegaron y los abusos de la coalición musulmana al frente del Gobierno, que mataron a cientos de civiles cristianos e incendiaron sus iglesias, estalló en violencia incontrolada.
Contraatacaron los “Anti-Balaka” en Bangui y el conflicto se propagó con rapidez por todo el país. Los muertos se contabilizaron demasiado pronto por miles, y los desplazados por cientos de miles.
El caos y la presión internacional,
con una insuficiente presencia de tropas francesas y africanas, derrocaron a Djotodia y erigieron a Catherine Samba-Panza -hasta entonces alcaldesa de la capital- como presidenta, el tercer jefe de Estado en un año.
Expulsado Djotodia, las milicias cristianas entendieron que era la hora de la venganza y se lanzaron contra la población musulmana a golpe de machete.
El odio entre ambas comunidades ha alcanzado un nivel “terrorífico”, reconoció recientemente la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Navi Pillay, al subrayar que “se ha decapitado a niños, y al menos en cuatro casos se han comido su carne”.
Amnistía Internacional ha documentado en los últimos meses decenas de salvajes ataques contra comunidades musulmanas con miles de víctimas, un “fracaso” de las tropas internacionales ante unos acontecimientos “completamente predecibles”.
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