Desde el ya antiguo escándalo del ex pastor de Barack Obama, Jeremiah Wright, hasta la en muy otro tono
reciente entrevista de John McCain y el mismo Obama con Rick Warren, el tema fe y política ha estado muy presente. Incluso en plena Convención Demócrata -celebrada la semana pasada-, y delante de un público al que no había que demostrar nada, se han hecho continuas referencias a la fe. Un ejemplo, el penúltimo día del congreso, el miércoles. Al largo del último discurso de la jornada, el aspirante a vicepresidente, Joe Biden, mencionó la importancia de la fe hasta tres veces en un discurso de poco más de 20 minutos. Después, aparecía Barack Obama, para cerrar la noche. Agradecía el apoyo de todos y concluía con un alto y claro “Que Dios os bendiga, y que Dios bendiga America!”.
Como si de una oración final se tratase. La fórmula del God Bless America nos suena común, pero no deja de sorprender -desde una visión europea- ver un peso tan central de la fe, auténtica o no, en la campaña.
Pero más allá de una presencia especial de este cierto vocabulario cristiano en la política, ¿cuál es actualmente la opinión de los estadounidenses, los de a pie, sobre la relación entre política y religión?
Una reciente encuesta del Instituto Pew indica que el 52% de los estadounidenses prefieren que las iglesias e instituciones religiosas en general, se mantengan al margen de la política. Lo contrario piensa otro 45%, que cree que es constructivo que las comunidades de fe aporten su visión y su punto de vista a la política.
CAMBIO DE TENDENCIA
La tendencia ha ido evolucionando, desde que en 1996 se hizo por primera vez una consulta de este tipo. Es la primera vez que la mayoría de encuestados se posiciona a favor de mantener fe y política claramente separadas. En 2004, ante las elecciones que enfrentaban George W. Bush y Al Gore, los contrarios a la relación fe-política aún eran minoría, un 44%.
El importante cambio de opinión se ha dado sobre todo entre los votantes que se autodefinen como conservadores. Mientras hace cuatro años, sólo un 30% de los votantes republicanos pedían la separación total entre fe y política, en la actualidad, la cifra ha aumentado a un 51%.
Estos nuevos datos apuntan a un agotamiento entre los ciudadanos, y a un cierto temor a que la religión tenga demasiada influencia en las decisiones de Estado. En buena parte esto se podría deber a que los políticos, y muy especialmente los republicanos, han utilizado una retórica demasiado religiosizada a la hora de tratar temas que afectaban a la sociedad en su conjunto, creyentes y no creyentes.
Ejemplos claros que todos conocemos son las consignas de Bush contra el “Eje del Mal”, y la inclusión de términos bíblicos para definir dividir el mundo entre buenos y malos. Se utilizó, por ejemplo, el “Quién no está conmigo, está contra mí” (palabras de Jesucristo) aplicado de forma a la política.
Pero parece que la saturación frente este lenguaje político cristianizado también ha tomado forma entre los propios cristianos de Estados Unidos. Volviendo a Rick Warren y el Saddleback Forum, es interesante observar algo que el pastor evangélico quiso remarcar antes de entrar a entrevistar a McCain y Obama. “Creemos en la separación entre iglesia y el Estado. Pero a la vez, no estamos de acuerdo con la separación entre política y fe”, explicó, aprovechando la presencia de muchos medios de difusión nacional. La frase sonó a reafirmación de un nuevo punto de vista, compartido por una importante parte de los cristianos evangélicos en Estados Unidos, y muchos más aún, en Europa. El diario “La Vanguardia” lo define como “
un nuevo evangelismo que busca desgajarse de la batalla partidista y centrarse en cuestiones como el medio ambiente, los derechos humanos o la pobreza en el Tercer Mundo”.
Dicho de otra forma, los propios creyentes están en contra de que su fe se imponga como vara de medir sobre el Estado o como justificación para la actuación de los partidos. En lugar de esto, lo que se quiere es que las propuestas constructivas de las iglesias y de los cristianos, de forma individual, se tengan en cuenta si ayudan al bien de la sociedad. Y que éstas tengan las mismas oportunidades de ser escuchadas que las propuestas de cualquier otro tipo.
Esta nueva tendencia va en contra de que la fe tome el control desde el poder. Al revés, quiere ser una fe que aporta valores e ideas constructivas al poder, para provocar efectos positivos sobre el conjunto de la sociedad.
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