En toda España, las residencias de ancianos continúan siendo uno de los lugares más castigados por el coronavirus. Noemí Bello es terapeuta ocupacional en la residencia evangélica Betania, situada en Santa Coloma de Gramanet, Barcelona. Ella describe lo que están viviendo como algo “apocalíptico”.

Con más de 40 usuarios ancianos y seis casos confirmados, además de un tercio de la plantilla de baja o en cuarentena por contraer el Covid-19, la residencia seguía sin recibir el material suficiente de protección tres semanas después de decretarse el confinamiento obligatorio. Solo las redes de apoyo ciudadanas -vecinos, iglesias- han paliado, en parte, la situación de carestía que implica para los trabajadores arriesgar la salud propia para cuidar de los “abuelos”, como cariñosamente les llaman.

Noemí nos atiende en medio de una crisis que cada día trae nuevos desafíos, como lo fue quedarse sin la presencia del director de la residencia -“fue uno de los primeros caídos”- a causa de que contrajo el Covid-19. “Hoy ha caído el de mantenimiento. Personal de limpieza, de cocina… Entre ellas también nuestras dos amadas enfermeras, lo que ha generado una situación muy difícil”, comenta a Protestante Digital.

La llegada del Covid-19 ha llevado a cambios drásticos en la dinámica de la residencia: sin visitas, sin actividades, con una reclusión prácticamente permanente en las habitaciones para todos los residentes, con los enfermos aislados en la segunda planta, y con el reto de escasez de trabajadores afectados también por el virus o en cuarentena preventiva.

Para suplir estas ausencias han tenido que trabajar en selección de personal a toda prisa. Pero las circunstancias tampoco ayudan. “Algunos que han llegado, se han echado atrás. Personas que directamente huían de la residencia al conocer que había positivos”, añade Noemí Bello. “Parecemos astronautas por la vestimenta, y hay gente que al ver las condiciones de exposición al virus, decide marcharse”. Incluso parte del personal que “se veía vulnerable, porque luego llegaban a sus casas y temían por sus niños, sus familiares mayores…”.

Por otra parte, hay sorpresas que les alegran, como “la llegada de chicos muy jóvenes, algunos sin terminar el curso que nos han dejado contratarles, y que se implican desde el primer minuto de forma total. Esto lo vemos y decimos: sois una bendición de Dios, porque en estos momentos están dispuestos a entrar en la boca del lobo con nosotros”.

Fabricando batas y gorros, recolectando mascarillas

La escasez de material adecuado para protegerse es una constante que surge durante nuestra conversación. También la solidaridad de aquellos que van enterándose de la situación y buscan cómo ayudar.



“Se ha activado una red de costureros artesanales, de la que están participando muchísimas personas. Gente en las iglesias, vecinos, se han movilizado mucho para proveernos de batas, gorros, mascarillas… Ahora mismo podemos vestirnos al menos. Incluso hemos fabricado, algunos de nosotros en casa, pantallas de protección. Está siendo un reto de la manualidad y artesanía. Así que estamos con muy poco equipamiento, pero que se ha multiplicado gracias a las donaciones”, reconoce.

Noelia, una de las gerocultoras de Betania, en el cartel donde piden ayuda.

[photo_footer]Noelia, una de las gerocultoras de Betania, en el cartel donde piden ayuda.[/photo_footer]

Otro elemento que ha escaseado en todo el proceso han sido los test para los trabajadores. Con un tercio de la plantilla afectada y seis positivos entre los residentes, la expectativa de que “sigan cayendo” está presente en el ambiente a diario.

En todo este proceso sí ha habido apoyo de las autoridades, aunque todavía desde la residencia no se explican los retrasos en conseguir materiales de protección. Noemí destaca la ayuda de los Mossos, que han estado “cada día pendientes de nosotros. Nos ofrecen ayuda por si tenemos que manejar alguna situación complicada, se ofrecen para traslados, nos han traído mascarillas. Incluso una de las agentes que estuvo ayudándonos volvió otro día con material cosido por sus vecinas, con lágrimas en los ojos”. La UME también ha estado presente para desinfectar el lugar, aunque con medios muy limitados. “Limpiaban con sprays de mano con agua y lejía, lo mismo que estamos haciendo nosotros cada día”, explica.

La ayuda ha llegado sobre todo de voluntarios, vecinos, familiares de los abuelos e incluso otras residencias que no están pasando por una problemática tan intensa. “Se ha puesto en marcha un programa de Amigos de Betania para recoger equipos, sobre todo batas y gorros. Otra residencia cristiana de Santa Coloma nos ha donado chubasqueros, que a falta de EPIs nos ha venido muy bien. Al ver esta iniciativa el Ayuntamiento ha puesto en marcha una red más sólida, de forma que los Mossos son los que recogen los materiales, los desinfectan y nos lo traen. Hay una red de cosedoras de Santa Coloma, que nos proveen de material mientras no llega el material oficial, que no tenemos ni idea de cuándo llegará”.

El factor emocional

En medio de esta situación, desde la residencia Betania se están esforzando por cumplir con su trabajo para salir adelante cuanto antes. Pero las emociones están a flor de piel. “No tiene precedentes la situación, es completamente desbordante. Despedirte hoy de un abuelo que está regular, y no saber cómo te lo vas a encontrar, o siquiera si lo vas a encontrar vivo. Los casos que tenemos, algunos van mejorando, pero lo cierto es que esto está haciendo mella emocional brutal en el equipo”, confiesa. 

En una de las cajas donadas, mensajes de ánimo.

[photo_footer]En una de las cajas donadas, mensajes de ánimo.[/photo_footer]

“No hay tiempo de vivir un duelo, y estás ya viviendo otros dos -continúa-. Es así también porque en una residencia, al coronavirus hay que sumar otras patologías que también son graves. Ha muerto gente de forma natural también, pero el coronavirus es tan destructivo, tan rápido, que nos quedamos alucinados”. 

Otro reto que enfrentan en la residencia es cómo gestionar el duelo. “Con las medidas de distanciamiento y el estrés del trabajo diario no hay tiempo para hacer una despedida o un homenaje. Estamos trabajando, pero lloramos mucho porque es muy difícil”, reconoce. 

“La situación nos supera, somos pequeños. Esto nos pone en evidencia que necesitamos a alguien que esté por encima de todo -cuenta Noemí- Vemos a compañeros, incluso algunos no cristianos, que buscan un sentido y miran al cielo para buscar fuerzas”.

Orando y trabajando sin parar

Este desafío diario les está llevando a una dependencia de Dios como no habían vivido. “Con una compañera orábamos juntas, diciendo: “Señor, esto nos supera”. Algo que nos ayuda es ver a Jesús, en el texto que dice: “Hasta ahora mi Padre trabaja, y yo trabajo”. Se ha vuelto mi lema. Nos toca estar en primera línea, viendo la ausencia de material, la impotencia de no tener enfermeras, la fisioterapeuta y yo gestionando temas de enfermería, completamente fuera de nuestras capacidades habituales…”.

Cuatro técnicas del centro reciben las mascarillas que les entregó una agente de los mossos.

[photo_footer]Cuatro técnicas del centro reciben las mascarillas que les entregó una agente de los mossos.[/photo_footer]

Finalmente, Noemí expresa un pedido de oración. “Pediría a los creyentes que orasen por una unión en el equipo y por confianza en el Señor más fuerte. Que Dios nos dé más amor, porque los abuelos solo ven nuestras caras. Que podamos tener una buena actitud y una sonrisa a pesar de la presión y de la situación, y tener esta confianza. Y también oramos por provisión, tanto de lo espiritual como lo material, que podamos tener tanto recursos humanos o materiales. No estamos protegidos como deberíamos. Yo todavía no lo he cogido, pero seguramente caeremos y necesitaremos gente que pueda continuar aquí”.