El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Pocos días antes de su fallecimiento, Manuel López recibió al periodista Jordi Torrents para tener una extensa conversación, de la que hoy publicamos un fragmento.
Su infusión fortifica los miembros, limpia el cutis, seca los humores malignos y da un olor excelente a todo el cuerpo. Tal apreciación no se refierie a ningún producto milagrero de teletienda de madrugada; hace referencia al café, y aparece en un libro de medicina del año 1200. En las páginas del Eco Bautista (revista que llegó a dirigir) estábamos demasiado bien acostumbrados a las aportaciones de Manuel López Rodríguez (el segundo apellido que conste, que él reivindicó la figura de su madre siempre), a sus entrevistas, a su café para todos (título de una personalísima sección suya). Y sin olvidar su habitual participación en Protestante Digital, así como en un sinfín de medios de todos tamaños y colores. Ese café estaba fermentado de puro periodismo; madurado del arbusto de la pregunta justa; tostado con fino estilismo; molido con certera ironía; endulzado con un par de cucharadas de literatura, y servido con las fotografías necesarias para redondear cada entrevista, cada artículo. Pero el pasado 12 de diciembre, el "maldito cáncer", como él lo definía, se llevó de este mundo a Manuel. Estuvo peleando con él durante meses, y desde el primer momento huyó de eufemismos, de esos males feos o largas enfermedades que todo lo disfrazan. Cáncer. Maldito.
La prueba reafirmó su fe y su testimonio. Y no evitó que su cabeza siguiera perpetrando artículos, con ansias de salir a trompicones y a pesar de unos dedos que, en las últimas semanas, frenaban ese ímpetu con traicionera sensación de electricidad. Que sí, que bien acostumbrados estábamos a las entrevistas incisivas de Manuel en esas páginas, y era de justicia que, por una vez, él estuviera al otro lado de la barrera. Apenas un par de semanas antes de irse, Manuel todavía sacó fuerzas para recibirme en su casa, para hablar de su vida con el objetivo de publicar durante el 2015 un libro con pretensiones de modesta biografía, de amalgama de pensamientos, de vitalidad. Y a su lado, acompañando hasta el final, su esposa durante cuatro décadas y media, su "baluarte" (Manuel dixit), María Rosa Medel.
Esta entrevista, pues, es casi un pequeño adelanto, un homenaje en el Eco que se presenta en el nuevo año sin el aroma embriagador de esos cafés con cuerpo; de granos de capa fina y color, de gusto ahora delicado, ahora amargo. Manuel, a lo largo de los años, nos ha regalado cámara y pluma en ristre, sesiones deliciosas pura mezcla de arábica y robusta, delicatessen apoyadas en la Biblia. Una colección de ellas, de hecho, preside el comedor de su casa, al pie del Montgó de la Denia que lo adoptó tras sus periplos madrileño, alemán y, el de origen, gallego.
Que sí, que acostumbrados que no veas estábamos a saborear un moka, un piccolino o un buen escocés, con ese punto del helado de vainillla. En esta ocasión deberán contentarse con el café turco de un servidor, negro, amargo y con el poso en el fondo, con las preguntas no de un periodista, sino de un admirador de don Manuel. Esta entrevista tuvo lugar quizá demasiado tarde, ya que Manuel se encontraba muy fatigado y sin ese ímpetu tan característico. Pero aceptó. Y habló. Esa tiranía de lo urgente a la que él se refería cuando debía entregar un artículo, en este caso era mucho más cruel de lo habitual. Y permítanme que tome prestados unos versos cafeteros de otro maestro, don Samuel Escobar, que hace un par de décadas escribió un poema titulado Ven a tomarte este café conmigo: "¿Te tomarías un café conmigo, Jesús? / Tengo al fin una pausa en la fatiga / de estos días sin tregua./ La verdad, la verdad / yo me he dado la pausa / porque quiero / escuchar tu palabra. / Sí, Jesús, necesito / tu sonrisa, tu rostro / ese apretón de manos del amigo."
Manuel López ha sido como un hombre del Renacimiento, todo terreno. Recordado quizá más como fotógrafo (uno de los nombres claves del fotoperiodismo español en la Transición), defiende su aportación escrita y literaria, sin olvidar una larga carrera como docente, conferenciante o "reivindicador" del papel de la justicia social en la iglesia o del valor de la profesón periodística. Sus dedos ya no regalan artículos o imágenes, pero el aroma queda. Denle un sorbo. Reconforta.
PREGUNTA.- ¿En qué artículo andas?
RESPUESTA.- Hay una serie que me hace una ilusión especial y que se llama La vuelta al mundo en 80 vinos. Estoy terminando el 50, pero creo que la serie quedará incompleta. Mecachis.
P.- Recomiéndame uno de esos vinos.
R.- Un CUNE. Bueno, se escribe CVNE.
P.- ¿Un qué?
R.- Ya veo que no entiendes demasiado del tema (ríe).
P.- ¿Y en que sentimiento andas?
R.- Estoy cansado, pero en estos últimos meses he notado más que nunca el poder de la oración: se detecta mucho cuando otros hermanos están orando por ti. Ahora, que la necesidad apremia, quizá tiene más peso en mi vida, sí. Me estoy muriendo, así de crudo, y cada cosa que hago es como si fuera la última.
P.- ¿Habías pensado en la muerte? Aunque si no quieres no hablamos de ello.
R.- Sí que quiero. Siempre te lo planteas, pero piensas en morir con 90 años en tu camita. Lo encaro con fe, con muchas ganas de que Dios me ayude a estar bien en los últimos momentos. Hoy mismo ha estado aquí la psicóloga del hospital para ofrecerme paliativos. No los quiero. Estoy fatigado, pero quiero estar bien hasta el final, levantarme cada día con un objetivo y no dejarme ir tumbado en la cama. Pero ahora que llega el momento pienso que es demasiado pronto.
P.- ¿Eres capaz de definirte? ¿Qué respondes cuándo te preguntan quién eres?
R.- Soy Manuel López, periodista, nadie es perfecto. A veces buscamos una identidad como si fuera una coraza, nos gusta disfrazarnos con títulos pomposos y todo eso, pero no hace falta más. Creo que la etiqueta de periodista me define lo suficiente, sí, por todo lo que comporta. Bueno, en realidad soy Manuel López Rodríguez, que hay que reivindicar el apellido materno. Tengo 68 años, sé que me estoy muriendo y mi cabeza sigue yendo muy rápida, pero mi cuerpo me pide parar.
P.- ¿Periodista de vocación?
R.- Del todo. Empecé a cultivarla de pequeño, leyendo cada día La Voz de Galicia.
P.- Creo que la palabra que mejor te define es eutrapelia.
R.- Sí (ríe), puede ser. Es un concepto que va mucho con el carácter gallego, y que se contrapone a otra idea, la de hipocatástasis. Es decir, debe haber un estado intermedio entre la relajación y el rigor. La hipocatástasis, y eso lo descubrí al desempolvar viejos negativos fotográficos, tiene que ver con fotografías que en su momento ayudaron a contar la historia que transcurría a nuestro lado, pero con un deje de seriedad y formalismo. Pero me pega más la eutrapelia, la posibilidad de jugar con las palabras y las imágenes, esa arquitectura visual de la memoria que sirve de "donaire o jocosidad urbana e inofensiva".
P.- Es casi ese punto de sano gamberrismo.
R.- Sin duda. Siempre he deambulado por el lado gamberro de la vida, con un sentido del humor que alguien definió como surrealista, de contrastes, de reflexión. Hay un par de fotos donde eso se aprecia de forma especial. En una, en plena Transición española, retraté un viejo puchero con un cartel que decía "ponga aquí su voto". La otra, de 1982, recoge la imagen de las sillas de dos jueces militares en la sala donde se iba a celebrar el juicio por el golpe del 23 F; en el respaldo de los asientos resaltan dos escudos españoles preconstitucionales, con su águila, mientras en medio de ellas vemos una bandera constitucional. ¡Bandera democrática y sillas franquistas!
P.- Esa eutrapelia es la que en las entrevistas te sitúa como actor crítico ante determinado argot evangélico.
R.- A veces nos gusta dotar nuestro discurso de un tono "evangelístico" que no todo el mundo entiende. No es normal que, a menudo, tengamos que traducir nuestras propias expresiones.
P.- ¿Qué recuerdas de tu infancia?
R.- Nací en Boimorto, algo que reivindico, ya que en muchos sitios aparece Vilasantar, que fue donde me inscribieron. Mi infancia es rural, hasta los doce años. Mi padre era sastre y teníamos un comercio de paquetería, una mezcla de sastrería y mercería. Y ayudaba mucho a mi madre, que se encargaba de ir a vender a las ferias.
P.- Hablas de ella con un tono especial.
R.- Siempre estuve más próximo a mi madre. Y por esas extrañas ironías murió este mismo año, en verano, cuando yo ya estaba enfermo. Lo sentí mucho y no sé de dónde saqué fuerzas para ir al funeral.
P.- Y sueles presumir de los López Medel.
R.- Es el fruto de un proyecto de vida común con Maria Rosa acordado hace 45 años. Me voy muy tranquilo de este mundo por los tres hijos que dejo (María, Ismael y Pablo), y cinco nietos. Muy satisfecho. La familia es un concepto vital y muy ligado con mi fe, sin duda.
P.- Tu familia emigró un par de veces.
R.- Éramos felices, pero en 1958 nos entraron a robar en casa y nos quitaron todo lo que teníamos. Mi padre ya no fue nunca el mismo. Prefirió vender la casa y mudarnos a A Coruña, con una mano delante y otra detrás. Y cuatro años más tarde se marchó a Alemania. Nosotros hicimos la reagrupación familiar un año después.
P.- Me han chivado que ibas para cura.
R.- Es que cuando llegué a bachillerato mi futuro parecía ya escrito. En esa época, los hijos de los pobres o iban para curas o iban para nada, por lo que entré en el hogar de Santa Margarita, donde cursaban los niños coruñeses sin recursos. En el cuarto año fui al seminario de Santiago, pero no terminé el curso. Lo de que iba para cura ya era demasiado en serio, por lo que preferí ponerme a trabajar en un despacho de una agencia de transportes, sin dejar de ayudar a mi padre. Le tocó adaptarse a la irrupción del pret-à-porter, aunque seguía aferrado a un oficio de tradición. Le tocó limitarse a rematar prendas ya hechas, pero no lo soportó y fue cuando decidió iniciar el cambio a Alemania, a Colonia.
P.- ¿Conociste a Amancio Ortega?
R.- En realidad no lo sé. Era de nuestro mismo barrio coruñés, Monte Alto; él era un vendedor más y seguramente coincidimos, aunque la verdad es que no sé si le conocí.
P.- Españoles en la Alemania de los 60. ¿Hablar de gueto es incorrecto?
R.- Era un gueto. Los españoles no se interesaban por la cultura del país, ni siquiera por aprender el idioma, y eso que contaba con un fabuloso sistema pedagógico de inmersión total en la lengua. El imaginario que nos queda de gueto era real, pero yo huí de esos muros mentales y me abrí lo más que pude. Hablando alemán, estudiando fotografía y empezando a trabajar, y hasta uniéndome a Die Rote Falken (Los Halcones Rojos), lo que venían a ser las juventudes socialistas alemanas, mi primera incursión en la política de izquierdas, la que he defendido siempre. Y en Alemania también me convertí. Allí contacté con evangélicos españoles, y en casa de un de ellos caí literalmente de rodillas y me arrepentí de mis pecados.
P.- ¿Transformación?
R.- Del todo. Hace justo 50 años y todavía siento claramente la mano del Señor que me recoge en su regazo. Es una sensación que guardo muy nítida. Tenía 18 años, en 1964, y el 30 de agosto de ese mismo año me bauticé.
P.- ¿Dudas?
R.- ¿Y quén no?
P.- ¿Cómo se superan? ¿Cómo fomentas tu relación con Dios?
R.- La ventaja que tenemos es que esa relación es la que él mismo te ofrece. Te la promete y si aceptas su palabra y le hablas, te recibe, con lo que puedes crear una relación personal muy hermosa, muy sólida. Va más allá del hecho de acordarnos de Dios en momentos concretos; se trabaja a diario y en cualquier circunstancia. El testmonio que uno da es a diario.
P.- ¿Nuestro testimonio empieza el lunes?
R.- ¡San lunes! Prediquemos con el ejemplo allí donde estemos. Todos somos sacerdotes universales, lo podemos practicar con libertad. A partir de ahí, debo ser capaz de mantener el testimonio el martes.
P.- ¿La Biblia en un año o en una vida?
R.- Tengo una colección de Biblias en distintos idiomas, pero no soy meticuloso ni me gusta esa idea rígida de leerla en un año. Soy de lectura diaria y de cotejar con otras versiones. Un problema que tengo es el peso de la Biblia; cada mañana mi mujer y yo cogemos cada uno su Biblia, y la mía pesa mucho. Es una Reina Valera del 60 que tengo muy trabajada y llena de anotaciones.
P.- ¿Y en ese deambular más personal, hay algún libro de visita más habitual?
R.- Soy muy ecléctico y poco mitómano en la vida en general. Y en la Biblia tampco. Me gustan de forma especial Mateo y Salmos escogidos. El capítulo 5 de Mateo, con las bienaventuranzas, es un buen referente personal.
P.- Claro, la justicia social ha sido uno de tus caballos de batalla.
R.- Desde mi conversión en Alemania siempre me he movido por las marginalidades. He tenido mucho contacto con grupos ecuménicos y políticos, algo todavía mal visto por muchos evangélicos. Vinculo directamente iglesia con compromiso social. Sí, somos creyentes, pero hay otro mundo más allá de las paredes de nuestras iglesias. Eso también es cultura de gueto, con una tendencia templocéntrica que todavía existe.
P.- ¿Nos puede el victimismo?
R.- Mucho. Es evidente que, especialmente en el franquismo, el protestantismo sufrió demasiado, pero con el tiempo no todos nos esforzamos lo suficiente para dar a conocer al mundo qué podemos ofrecer. Contextualizando la Palabra, sin dogmas ni integrismos, evitando a los líderes que le hacen decir a la Biblia lo que ellos quiseran. Eso es un pecado. Debemos promover la interpretación libre y nuestra presencia en la sociedad.
P.- Cuando yo me convertí, la primera expresión que me sorprendió fue oír hablar del "mundo", como si no formáramos parte de él.
¡No ser de este mundo! Eso es quietismo social, escapismo pietista. En los últimos años convulsos por la crisis no hemos avanzado mucho desde el pueblo evangélico. Somos más, pero José Grau hablaba del sentido apolítico. La teología del cambio social se debería impulsar echando a andar. El pueblo español siempre ha ido por delante de los políticos; en la Transición ya pasó, y ahora con el 11M, la crisis, los desahucios, todavía más.
P.- ¿El pueblo evangélico no tanto?
R.- A título individual sí, claro, pero como colectivo es muy triste que la prioridad sigue siendo el pecado de la bragueta. La homosexualidad o manifestarnos al lado de sectores de extrema derecha con el tema del aborto nos mantiene demasiado ocupados.
P.- Defiendes, claro, una implicación política.
R.- En mi caso es evidente. Siempre me considerado un cristiano de izquierdas, próximo al Partido Socialista. Hay una parte del pueblo evangélico que rechaza el compromiso político, eso es no entender el Evangelio.
Compromiso politico es evangelización. ¿Qué haría hoy Jesús? Habría estado en la plaza con los indignados, presente en algún desahucio, al lado de los que más están sufriendo.
P.- Hay quien dirá que en muchas iglesias ya damos ropa. ¿Una visión limitada?
R.- Una política de parches, cuando deberíamos estar luchando por leyes justas. Claro que hay que dar de vestir y de comer, faltaría más, pero cada iglesia debería contar con un ministerio social potente, implicado en su ciudad.
P.- ¿Qué podemos exportar?
R.- La Palabra nos anima a exportar valores como el amor y la solidaridad. Pueden existir sin ser creyente, pero nuestro plus es nuestro testimonio diario de actuar por el amor que nos regaló alguien que murió por nosotros. Podemos ofrecer justicia, paz, dignidad y, en aspectos más prácticos, la ética protestante vinculada a la cultura del trabajo y el desarrollo.
P.- ¿Deberíamos tener políticos protestantes?
R.- Alguno hay, pero residual. En otros paises, en cambio, presumen de ello.
P.- Insisto en la idea de participar.
R.- Es que el Nuevo Testamento no concibe a un cristiano separado del mundo. Hay todavía liderazgos que no priorizan la obra social. Lo he hablado con muchos pastores y me encuentro con gente que se conforma con dar de comer. Y algunos, a cambio de aguantar una charla sobre el plan de salvación, una táctica un poco indigna. Eso Jesús no lo hizo. Acercarse al Evangelio debe ser una consecuencia de todo ello, no una finalidad a veces colocada de forma artificial. Tenemos que participar en la vida de nuestra propia ciudad, formar parte del asociacionismo. Muchas iglesias tienen dinámicas templocéntricas, centrípetas, todo para adentro, con exceso de activismo para nosotros mismos, con poco hueco para los demás, para apoyar con presencia evangélica otras iniciativas. Aunque hay honrosas excepciones, faltaría más.
P.- ¿Podemos caer en replicar la criticada jerarquía católica?
R.- Sí. Criticamos al mundo católico por exceso de jerarquía, pero tenemos algunos modelos de iglesia basados en jefatura pastoral y en imponer las reglas del juego, con poca participación. Siento decirlo, pero en la UEBE también lo empezamos a ver, y eso que somos asamblearios. Y es curioso, porque en política cada vez se ve más este modelo, el del asamblearismo que respeta la mayoría para organizarse.
P.- Citabas también una tendencia personal ecuménica.
R.- Una posición ecuménica nos haría más humildes y ayudaría a valorar a los demás; al final, predicamos al mismo Señor. Los protestantes, de hecho, deberíamos ser los primeros ecuménicos con tantas denominaciones que nos separan. Estaría bien dos bloques: uno más afín a hermanos y bautistas y otro más histórico, evangélico y protestante, como hacen en países como Francia. Sería un paso necesario para diluir fronteras entre denominaciones. Ese no es mi Evangelio.
P.- Cambio de tercio: en tu afán de recrearte en el valor de las palabras, hasta denunciaste que la Real Academia Española de la lengua no recoge la palabra colportor en el diccionario.
R.- Más que denunciar fue una queja pública. Es algo más anecdótico, pero propongo que deberíamos apadrinar esa palabra y recoger firmas para enviarlo a la RAE.
P.- En el ámbito del periodismo tus incicios fueron muy de picar piedra.
R.- Mis primeras andanzas "periodísticas" consistieron en salir a la calle con paquetes de 50 ejemplares del periódico local de Dúseldorf y venderlos por los bares de la ciudad, voceando los titulares más destacados. Sin chillar, eso sí, ya que culturalmente no estaba tan tolerado como en España, y vestido con una gorra publicitaria y una chaquetilla impermeable roja, con el logo en negro en la espalda que no permitían, por decirlo de una forma suave, que pasara desapercibido. También hice, en Alemania y Suiza, de fotógrafo ambulante retratando a turistas.
P.- Bueno, periodismo de calle.
R.- No te creas. Lo que me quedé fue con las ganas de ver las caras de los primeros pasajeros a los que retraté en el aeropuerto, ya que numeré los fotogramas al revés y, días más tarde, recibieron en su casa las imágenes de rostro sonriente...de otros.
P.- ¿Y los primeros pinitos de reporterismo real?
R.- En la prensa local de Lucerna, en la Suiza alemana, aunque tenía que firmar las imágenes como Foto Blattler, el nombre de la empresa que requirió mis servicios siguiendo la agenda informativa local y hasta algunos sucesos.
P.- ¿Gaceta Ilustrada fue tu gran salto profesional?
R.- Sí, cuando regresé a España en 1970 había tres grandes publicaciones: Cuadernos para el Diálogo, Gaceta Ilustrada (del grupo Godó) y Triunfo. Mandé la misma carta a los tres directores y los tres me contestaron que fuera a verles. Gaceta me gustó más y pasé buenos años; era un semanario de lujo y todos los fotógrafos querían trabajar allí. Viví los últimos años del franquismo y el principio de la Transición, aunque me fui porque cambió de director, Luís María Ansón, y en el libro La España Protestante. Crónica de una minoría marginada a punto de salir él aparecía citado como autor de un libro de los que, avergonzado, compró todos los ejemplares que pudo.
P.- ¿Te molesta que te recuerden básicamente por tu foto de Tejero en el Congreso de los Diputados el 23F? Creo que es una imagen casi iconográfica.
R.- No me molesta, faltaría más. Tuve la suerte de estar allí, aunque lo pasé muy mal, y sólo pude echar una foto, esa. Pero fue la buena. Antes conseguí imágenes muy interesantes de Suárez con Gutiérrez Mellado, pero la de Tejero fue la foto.
P.- En los años de la Transición conseguiste un retrato bastante general de las figuras políticas de la época (Fraga, González, Suárez, Tarradellas,...), pero sigo pensando que tu gran obra es la serie de reportajes más costumbristas que realizaste en diferentes lugares de España.
R.- Estoy de acuerdo. Fotografié a políticos, pero igual que otros periodistas. La otra parte es más personal, más única y no lo hacía casi nadie. Captar momentos de la vida de jornaleros andaluces, los primeros nudistas o pastores de ganado en Cantabria era captar la España real de entonces. La gente vivía la Transición con protagonismo. Hay una imprecisión histórica muy grande, ya que se dijo que la Transición la trajeron el Rey y Suárez, pero eso es muy reduccionista. Fue el pueblo, ordenadamente en la calle, y la prensa. Es patrimonio del pueblo español.
P.- ¿La fotografía la ves más como arte o periodismo?
R.- No la valoro tanto desde una perspectiva artística, nunca lo he pensado. Mi ojo ha sido más periodístico y de testimonio, aunque luego hay una concepción estética que ayuda.
P.- ¿Tu gran obra es la puesta en marcha y dirección de la revista Foto durante 27 años?
R.- Primero asumí la dirección de la edición española de la francesa Photo por accidente. En 1980 tuve un doble pinzamiento vertebral, me operaron y estuve casi un año haciendo haciendo rehabilitación. El médico me hizo reducir el uso las cámaras, por el peso, y hacer más trabajo de mesa. Y es cuando me ofrecen dirigir Photo. Pero el editor en España era un sinvergüenza y a los dos años me fui para hacer otra revista, Foto, que nada tenía que ver con la otra. La creé de cero. Mantenía vocación periodística, y en un libro sobre historia de la fotografía Publio López Mondéjar me llamó "el hombre ecléctico", porque daba cancha a jóvenes y a aficionados y porque era muy escrupuloso en ser independiente.
P.- ¿Por qué desapareció?
R.- Duró de 1982 a 2009, cuando se la comió la crisis y Hacienda. En España quizá hay poca cultura de revistas de ese estilo, aunque nosotros no nos quejábamos de ventas.
P.- ¿Cómo es una buena foto?
R.- La que te dice algo, la que te capta la atención y te detiene unos segundos. Y se puede hacer con cualquier cámara. Una de mis fijaciones ha sido huir de la tecnolatría. En la revista Foto me gustaban mucho las críticas de fotos de los lectores; a nadie le dije que cambiara de cámara, y sí que sacara partido con lo que uno ya tiene. Lo de la cámara mejor es una trampa saducea. No es garantía de foto mejor
P.- ¿Felipista?
R.- Ya he dicho que no soy mitómano, pero es a quien más he fotografiado es a Felipe González, sí. Y he tenido un vínculo personal y afectivo con él.
P.- ¿Qué representó?
R.- Representó el cambio, era su eslógan; fue el piloto del cambio y parcialmente lo consiguió. Fue como una segunda transición, la transición realmente; la otra fueron preparativos y los que la hicieron desaparecieron.
P.- ¿Siempre llevas una cámara encima?
R.- Siempre, pero puede ser sencillamente un teléfono.
P.- ¿Ves fotos por la calle?
R.- Cuando voy por la calle veo fotos, sí, aunque tengo la mirada muy selectiva y veo una foto, no me emborracho de ellas. Lo que más me llama la atención, siempre, es la gente, no tanto el paisaje o los edificios. La vida es la gente.
P.- ¿Color o blanco y negro?
R.- Todos, pero tengo una predilección especial por el blanco y negro, que te quita información y te hace pensar más. Menos es más. Tiene más peso la luz, la sombra, el contraste, con una imagen más concentrada, comprimida. El color es más global, y también tiene su valor, claro.
P.- Y, mal que me pese, seguidor del Real Madrid.
R.- Del Madrid y del Dépor, que el fútbol también está hecho para sufrir y para empatar algún partido.
P.- ¿Y eso de haber sido hombre anuncio de Nescafé?
R.- Fue una historia curiosa que se cruzó en mi vida. Me proponen participar en un anuncio de Nescafé, en un cartel que no tiene desperdicio, ya que encima de un par de botes de café instantáneo y el eslogan La labor bien hecha, aparece una foto, una imagen a la que no estoy acostumbrado, ya que...¡salgo yo!. En primer plano, cámara en ristre a punto de disparar, rodeado de otros fotógrafos a los que parezco haber ganado la posición, gafas de sol setenteras y un discreto, pero largo, pie de foto que recogía: "Manuel López. Reportero gráfico. Catorce años entre cámaras fotográficas, sucesos, carretes, noticias, revelados, linotipias...poniéndose constantemente al día". Durante un año, el cartel se encontró en vallas, revistas y hasta apareció en televisión, por lo que llegué a flirtear, vagamente, con la sensación extraña y algo incómoda de la popularidad. Conseguida, además, por algo que nada tenía que ver con mi trabajo y, por suerte, fue efímera. "Mira, el fotógrafo de Nescafé", pude oír en más de una ocasión, mientras en otra hasta me abrieron una farmacia que no estaba de guardia.
Esta entrevista es parte de una larga conversación con Manuel López, que se plasmará por completo en un libro que se publicará a mediados de 2015.
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