Adolfo Suárez González fue clave para lograr la transición política española, tras ser nombrado presidente del Gobierno en 1976 por el Rey.
HOMBRE DE CONSENSO CON “HIPOTECAS”
Si algo destacan las personas consultadas por Protestante Digital es su capacidad de diálogo con las diversas fuerzas políticas y sociales.
Jaume Llenas, secretario general de la Alianza Evangélica Española, destaca su actuación como un giro en “la historia de este país se ha construido en gran parte a base de vencedores y vencidos. Es una historia construida los unos contra los otros, en la que a los vencedores no les basta con vencer sino que deben humillar y borrar la memoria del otro”.
Frente a esta realidad, enfatiza, Suárez “participó y protagonizó un momento muy especial en el que los políticos y los ciudadanos se unieron para escribir una página de referencia de nuestra historia, a la que recordamos con el título de “el consenso”, con un momento álgido en los pactos de La Moncloa”.
Elisabet Rodríguez de Castro, pastora evangélica y Coordinadora de las relaciones PP-Entidades evangélicas, expresa “mi reconocimiento a ese tremendo ejemplo de concordia democrática e influencia desde su aportación personal que, cuando se habla de España y de su historia, hace imposible obviar su figura”.
Juan Antonio Monroy, intelectual, escritor, miembro de la Comisión Permanente de la Federación Evangélica (Ferede) durante la democracia, opina que “como político, hizo un gran servicio a España”.
Mariano Blázquez, Secretario ejecutivo de la Ferede (Federación evangélica española), considera en su artículo "
Adolfo Suárez, el ejemplo y rumbo correctos" que "en cinco años aproximadamente, hirió de muerte a las fuerzas de la dictadura, clausurando el anterior régimen, aprobó la ley de Reforma política, capeó y plantó cara a los golpistas y lideró el consenso constitucional vigente hasta el día de hoy".
Manuel López, fotoperiodista y director adjunto de Periodistas en Español, recuerda que en 1977, en la firma de los Pactos de la Moncloa, logró lo que “nunca antes, por supuesto, pero tampoco nunca después un presidente del Gobierno logró: juntar a representantes de la totalidad de partidos democráticos para suscribir un acuerdo de alcance nacional para sacar al país adelante”.
X. Manuel Suárez, político y médico, cree que fue “gestor y víctima de la transición”, que fue un “político de talla, con decisiones valientes de elevado riesgo personal, como el día que legalizó el PC. Su modelo de transición se fundamentó en el posibilismo. En esa estrategia impuso hipotecas que aún no hemos acabado de pagar, como el ‘café para todos’ que desnaturalizó la articulación territorial del Estado”.
Más crítico aún es el historiador, escritor y comunicador César Vidal, que ve que la política de Suárez “la dictaba el cardenal Tarancón, gran diseñador de la Transición convenientemente olvidado para que nadie saque demasiadas conclusiones de lo que fue aquello y de cómo hemos llegado a lo de ahora. Los partidos y los sindicatos fueron legalizados en la convicción de que pasarían a formar parte del sistema como nuevas castas privilegiadas”.
LIBERTAD RELIGIOSA: LUCES Y SOMBRAS
En materia religiosa, como expresa
Rodríguez de Castro, “
el cambio que exigía el tiempo histórico era sustancial, pasar de un régimen confesional católico a otro que debía integrar en igualdad a una parte de España, la no católica, que quedaba discriminada frente a la otra. Los principios de libertad religiosa y aconfesionalidad del Estado, para que pudieran caber todos los españoles, católicos, creyentes no católicos y los no creyentes, se marcaron en unas nuevas bases, el enfoque hacia una nueva perspectiva, y el inicio del camino hacia una Europa de las libertades”.
Unas bases, expresa
Monroy, que en parte se debe a que “de todos los presidentes habidos tras la muerte de Franco,
Adolfo Suárez fue quien mejor entendió el profundo significado de la libertad religiosa y quien más hizo para promoverla”.
Mariano Blázquez considera que en el ámbito religioso "es cierto que firmó los Acuerdos de 1979 con el Vaticano (unos acuerdos que se estuvieron negociando a la par que la Constitución y que no encajan muy bien con ella) pero también es cierto que promulgó la Ley de Libertad Religiosa de 1980 una ley de amplísimo consenso que nos permitió vivir en esa época el mejor periodo de libertad religiosa que ha existido en España. Una tolerancia y libertad posiblemente mayores que las que hoy nos toca vivir".
Pero lo que sin duda fue un cambio positivo dejó lagunas en diversos aspectos en opinión de otros de nuestros interlocutores.
Así,
X. M. Suárez ve que
dejó “enquistada la transición democrática en el terreno religioso”, en parte, nos relata, "gracias a Suárez y a los poderes fácticos la transición no se completó en el área religiosa. Ciertamente, en este terreno no estaría nada mal el 'café para todos': reconocerle a todos los mismos derechos que a la ICR"..
Algo en lo que coincide
Pedro Tarquis (director de Protestante Digital) que
ve “indudables avances con la democracia”, pero también la persistencia de una “confesionalidad encubierta del Estado, de lo que son simple muestra los funerales católicos de Estado por las víctimas del 11M que pertenecían a diferentes confesiones o simplemente no eran creyentes”. En su opinión, “
se pusieron las bases y se logró una meritoria transición política, pero no para una transición igual de real y práctica en el terreno religioso, aunque esto no es sólo responsabilidad de Adolfo Suárez”.
César Vidal es más concreto y amplio en su visión de las sombras de la actuación de Suárez, ya que en lo que se refiere a la libertad religiosa, “
Suárez estuvo atado de pies y manos desde el principio. En 1976, se firmó el primer acuerdo – pre-constitucional – entre la iglesia católica y el Estado que, expresamente, señalaba que los futuros acuerdos se basarían en ese primero. En otras palabras, para cualquiera que supiera derecho resultaba obvio que
la constitución quedaría condicionada por un pacto pre-constitucional”.
Por ello, añade, “
No se establecería una verdadera separación entre la Iglesia y el Estado, la iglesia católica sería mencionada expresamente como un ente superior a cualquier confesión y las otras confesiones sólo tendrían dos opciones, o bien combatir la estafa o bien sumarse a ella”; lo que ha hecho que se proporcione “a la iglesia católica la coartada moral para seguir vaciando los bolsillos de los contribuyentes como lo ha hecho durante siglos y reduciéndonos (a los evangélicos) a la categoría de segundones”.
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