La Cruz Roja recibió este año el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación, que recogió de manos de la Fundación que otorga la distinción. La organización humanitaria se ganó el respeto a nivel global durante el siglo XX y actúa ahora en cada vez más ámbitos. Su fundador fue “un hombre de profunda fe cristiana y ejemplar desprendimiento”, según explica César Vidal, historiador y periodista.
Cruz Roja (y su homónima Madia Luna Roja, brazo para el mundo islámico) ha conseguido la aprobación y admiración casi unánime en todo el mundo.
Cuenta con más de 100 millones de voluntarios globalmente y su impacto en estos momentos va ya mucho más allá de la función por la que fue creada en sus inicios, el auxilio en el campo de batalla. Su obra social en el día a día marca el trabajo que sirve a los menos favorecidos.
La Fundación Príncipe de Asturias entregó el Premio este viernes 26 de octubre, una distinción al que optaban 33 candidaturas. El comunicado destacaba: “La Cruz Roja y la Media Luna Roja y sus voluntarios salvan vidas, protegen los medios de sustento, apoyan la recuperación después de desastres y crisis, posibilitan una vida sana y segura, y promueven la inclusión social y una cultura de no violencia y de paz”.
Henri Dunant fue la persona que impulsó la creación de la entidad en 1863. Se vio obligado a ello tras ver con sus propios ojos los efectos de la devastadora batalla de Solferino, en Italia, que acabó con 40.000 personas heridas o muertas. “Dunant comprobó con horror que nadie atendía a los heridos por temor a que fingieran estarlo y atacaran a los que acudieran a socorrerlos”,
explicaba Vidal en un artículo publicado el pasado 18 de junio, al anunciarse que se había otorgado esta distinción a la Cruz Roja.
UNA FE QUE DEBE EXPRESARSE EN ACTOS
Dunant había crecido desde niño en un ambiente marcado por la fe cristiana protestante. Sus padres le mostraron “desde los primeros años un hondo amor por las enseñanzas de Jesús”, explica Vidal. Ya en su adolescencia, “se convirtió en un ávido oyente de los sermones de Louis Gaussen, un predicador que fundaría la Société Evangélique y la Facultad libre del oratorio. Gaussen insistía en vivir el Evangelio dotando de especial valor a la práctica de la caridad y su influencia en Dunant fue decisiva”.
La comprensión de un evangelio integral le marcaría profundamente.
Ya con veinte años, el empuje de su fe y el deseo de expresarla de forma visible, le llevó a formar parte del grupo fundador de la llamada Reunión de los jueves, “unos encuentros en los que los jóvenes asumían tareas caritativas”, explica el historiador.
La pasión de Dunant por desarrollar un trabajo efectivo, le llevaría a mirar más allá de su propio espacio y contactar con otras organizaciones con fines similares. Construyó puentes con la YMCA (Young Men’s Christian Association). Más tarde, en 1855, reunió en París a varias organizaciones juveniles similares, para estrechar lazos.
“El 24 de junio de 1859”, explica Vidal, “Dunant se encontraba de camino para entrevistarse con Napoleón III. Su propósito era lograr el permiso imperial para poder enviar misioneros protestantes a Argelia, a la sazón colonia francesa. Hasta ese momento, las autoridades galas se habían mostrado muy reticentes frente a la idea de que aquellos misioneros desarrollaran su actividad en territorio francés aunque también se ocuparan de tareas humanitarias”.
En este viaje fue donde pudo presenciar la devastación de Solferino, un impacto que le empujaría definitivamente a crear las bases de la actual Cruz Roja.
UNA VISIÓN TRANSMITIDA
Ginebra acogió la reunión que marcaría el inicio de la organización. La profunda fe cristiana y la necesidad que había visto, llevaron a Dunant a convencer a otros. “
En octubre de 1863, se reunieron treinta y un delegados de dieciséis naciones para discutir su visión. Dunant abogó por la creación de una organización absolutamente neutral cuyas actividades humanitarias fueran aceptadas por todos los beligerantes”.
El signo distintivo sería la cruz de la bandera suiza, pero con los colores invertidos. “Acababa de nacer la Cruz Roja. En agosto de 1864, Dunant lograba además que doce naciones firmaran la Primera convención de Ginebra, inicio del derecho humanitario de guerra”.
PREMIO NOBEL Y MUERTE EN LA POBREZA
En contraste por su enorme pasión por servir a otras personas, la realidad de su vida personal fue especialmente difícil para Dunant. “Con 39 años estaba totalmente arruinado y se vio obligado a abandonar Ginebra”, explica Vidal.
Pero un periodista oyó de su historia y decidió sacarle del olvido. Tras cierta repercusión,
en 1901 Dunant recibiría el primer Premio Nobel de la Paz. Del premio en metálico no se quedó nada. “Entregó buena parte de la cantidad para la fundación de un hospital para pobres en Heiden y el resto lo distribuyó entre instituciones caritativas de Noruega y Suiza”.
Moría en 1910, sin dinero. Su vida que había reflejado su fe. Ahora el fruto de su visión pionera se reconoce premiando a la Cruz Roja, la que se ha convertido en la entidad humanitaria más reconocida del mundo.
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