Los confesionarios se quedan desiertos mientras se pueblan las consultas de psicólogos, psiquiatras y todo tipo de consejeros espirituales. Hasta el Papa Ratzinger acaba de advertir a los curas desde Roma: "No os resignéis jamás a ver vacíos los confesionarios".
La Conferencia Episcopal proporciona cada dos años estadísticas detalladas de la práctica sacramental en España. Con cifras de todos los sacramentos, menos del de la penitencia. Dicen que por la dificultad de medir un sacramento tan individual. Pero hay quien cree que a la propia Iglesia católica le avergüenza constatar numéricamente la cuasi desaparición de la confesión. El caso es que las escasas encuestas que hay al respecto son obra de algunos medios de comunicación de instituciones religiosas que prefieren no esconder la cabeza debajo del ala.
Hace ya más de una década, la revista de los religiosos claretianos, Misión Abierta, realizó un sondeo entre los católicos. Con resultados demoledores: sólo se confesaba una vez al mes el 23% de los cristianos practicantes adultos y el 15% de los jóvenes. Era el año 1989 y los obispos españoles, en una Instrucción pastoral acerca del sacramento de la penitencia, ya advertían: "Hemos de ser realistas y no ocultar una crisis real por grave que ésta sea". Y reconocían que "en muchas parroquias sólo una minoría de fieles celebra la penitencia con cierta frecuencia y bastantes jóvenes no la han celebrado casi nunca y prácticamente la ignoran o no la echan en falta".
Desde entonces, la situación ha cambiado, pero a peor. Sólo el 15% de los católicos adultos se confiesa al menos una vez al mes. Entre los jóvenes, el porcentaje no llega ni al 5%. Y eso, entre los católicos convencidos. Entre los no practicantes, el 80% no se confiesa nunca. Hasta el Penitenciario Apostólico de la Santa Sede, Gianfranco Girotti, una especie de confesor mayor de la Iglesia, reconocía que el 50% de los católicos no considera necesario confesarse. Y se quedó corto. "La gente acude a comulgar sin confesarse", se quejan los curas. "Y los que se confiesan parece que no tienen de qué acusarse. No hay conciencia de pecado", advierten los obispos.
Los 10 mandamientos siguen en pie, pero la mayoría de los católicos se saltan unos cuantos sin conciencia de culpa. Para muchos, incluso los otrora famosos siete pecados capitales (soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza) ya no son vicios, sino, en ocasiones, "virtudes". O, si acaso, pecadillos veniales de poca monta. Se van los pecados clásicos y llegan otros nuevos: el genocidio, el terrorismo, el tráfico de armas o de drogas, la corrupción, la especulación, la evasión fiscal o los atentados contra el medio ambiente.
LOS PECADOS QUE “SÓLO PERDONA EL PAPA”
Lo que poca gente sabe es que también hay pecados que, aunque se confiesen, no los puede perdonar un simple cura. Ni siquiera un obispo. Están reservados al mismísimo Papa. Son cinco: robar hostias consagradas para ritos satánicos; violar el secreto de la confesión; la pederastia; abortar o colaborar en el aborto, y agredir u ofender al Papa. Pecados excepcionales que los católicos cometen a menudo, porque la Penitenciaría Apostólica, el organismo vaticano encargado de examinarlos, dice que no da abasto.
Y es que, como decía hace unos años el cardenal Rouco, "en Madrid se peca masivamente". Pero tanto en Madrid como en el resto de España se confiesa poco. "Es normal", dice el párroco José Pérez, mirando la iglesia de Santiago A Nova (Lugo) vacía. "Durante la semana no suelen pedir confesión más de seis o siete personas". Las causas de esta alergia al confesionario son de lo más variado. Algunos católicos creen que el pecado es algo superado, una expresión de culturas premodernas y poco avanzadas. Otros lo consideran un tabú inventado por las iglesias para seguir dominando las conciencias de la gente.
Incluso los católicos más comprometidos tienden a confesarse de los pecados sociales -"los que hacen daño a los demás"-, pero no de los personales. "Surge una tipología de creyente, cada vez más abundante y difícil de cambiar, que no ve pecado en casi nada, salvo en lo estructural y, en consecuencia, no siente necesidad alguna de confesarse", admiten los obispos.
En la Basílica de Jesús de Medinaceli, uno de los templos más importantes de Madrid, siempre hay al menos un confesor disponible. Y cada vez tiene menos trabajo. Los fieles van llegando pero el confesionario sigue desierto. El perfil del penitente es el de mujer mayor de 60 años, pero hoy martes se acerca un hombre de mediana edad. Asegura que no tiene costumbre: lo hace sólo cuando necesita buscar a Dios.
LA CULPA DE LOS CURAS
Muchos católicos huyeron de los confesionarios por culpa de los propios curas, que enfatizaban el temor y el castigo de Dios, veían pecado en todo y generaban culpabilización morbosa. Y eso que, desde el Concilio, se hicieron muchos cambios en la administración del sacramento y en la actitud de los confesores. Los curas dejaron de preguntar aquello de "¿cuántas veces y con quién?". Hasta el tradicional y, en muchos casos, tétrico confesionario fue sustituido por otro tipo de habitáculo más cómodo. En ocasiones se han habilitado pequeñas salas donde tener una conversación tranquila.
Porque no siempre fue obligatorio confesarse de rodillas y en el confesionario. La confesión individual y auricular se introdujo en el siglo XII y sólo se concretó minuciosamente en el Concilio de Trento, en el siglo XVI. De hecho, los obispos españoles reunidos en el Concilio III de Toledo en el año 589 condenaron como «atrevimiento execrable» la confesión privada. Y la confesión frecuente sólo se generalizó en el siglo XX.
La parroquia de Santa Bárbara (Toledo) tiene dos confesionarios pero sólo en uno se confiesa una mujer. En la misa hay 12 personas y, a la comunión, 11 toman la hostia. A la salida, Pilar, 54 años, dice: "A nuestra edad no tenemos pecados. No necesitamos confesarnos con frecuencia". Una de sus amigas matiza: "Lo que pasa es que la mayoría de la gente se olvida de Dios y sólo viene cuando le aprieta el zapato".
Si quieres comentar o