El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Un histórico agravio tras las tragedias que ha vivido España han sido los funerales de Estado, actos en memoria de los fallecidos unidos a una expresión de trascendencia y/o espiritualidad.
La tragedia del atentado terrorista en Cataluña este pasado jueves 17 de agosto ha tenido como lógica consecuencia una serie de actos públicos que han servido para expresar el duelo, compartirlo y asimilarlo.
Con momentos emotivos por las víctimas, también se ha mostrado y demostrado la valentía y solidaridad del pueblo catalán, y el de todos los españoles con ellos.
Un punto que ha sido históricamente conflictivo tras las tragedias que ha vivido España han sido los funerales de Estado, actos realizados en memoria de los fallecidos, unidos a una expresión y búsqueda de trascendencia y/o espiritualidad.
Al decir funeral de Estado se entiende que son actos que organiza el propio Estado, y por lo tanto que incluyen a todos los ciudadanos al margen de sus creencias o “no creencias”.
En países como Francia (tristemente ejercitada en este tipo de eventos) se realiza un acto laico con presencia y participación de las diferentes confesiones reconocidas por el Estado, así como expresiones poéticas y artísticas no vinculadas a la fe.
Luego cada confesión, si así lo desea, realiza sus propios cultos religiosos.
En España no. En España todos los funerales de Estado han sido funerales católicos (los más conocidos y recientes tras el accidente en Barajas de Spanair, el atentado del 11M en Madrid, y la tragedia aérea de Germanwings en los Alpes).
Como mucho, se ha invitado a representantes de otras confesiones que han participado en una especie de “apéndice religiosa” al final de la misa.
En el mismo acto, se invita formalmente a los familiares de las víctimas al entenderse que se trata de un recuerdo a los fallecidos, queriendo imponer o entender erróneamente que todas las víctimas eran católicas o que sus familiares se sentirían a gusto e identificados con este tipo de ceremonia.
¿Qué ha ocurrido en Barcelona?
En primer lugar, no ha existido un funeral de Estado como tal porque nada se ha anunciado ni realizado en este sentido ya mencionado.
Un vacío que han ido ocupando diferentes actividades, como el momento de silencio en el lugar de las víctimas, con el ya famoso grito “No tenemos miedo” al terminarlo. Allí estuvieron los Reyes de España, el Presidente Rajoy, Puigdemont (presidente de la Generalitat), y muchos altos cargos más. También asistió, invitado en nombre del Consell Evangèlic de Catalunya, Julio Pérez.
También se han producido (y producirán) recogidas de firmas de condolencias, manifestaciones, sueltas de globos, y diversos momentos que recuerdan a los que se han ido y refuerzan los valores humanos y como sociedad de los que se quedan.
En medio de esta línea de actuaciones, ha surgido de nuevo un acto católico, anunciado como una misa solemne en la catedral de la Sagrada Familia de Barcelona. No se ha presentado como un funeral de Estado, sino como una misa católica “en recuerdo de los fallecidos y heridos” y “por la paz y la convivencia”.
Pero este acto “no de Estado” ha tenido la asistencia representativa de gran parte del Estado. Les detallamos. Los Reyes Felipe y Letizia, el presidente y la vicepresidenta del Gobierno (Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría); el jefe del Ejecutivo catalán (Carles Puigdemont). Con ellos el presidente y primer ministro de Portugal (Marcelo Rebello de Sousa y Antonio Costa).
También estuvieron presentes en la misa las alcaldesas de Madrid y Barcelona (Manuela Carmena y Ada Colau); el vicepresidente del Gobierno de Cataluña (Oriol Junqueras); la ministra de Sanidad (Dolors Montserrat), y la alcaldesa de Cambrils (Carmí Mendoza), entre otras personalidades.
Es decir, no hubo “funeral de Estado católico”, pero sí una “misa católica con el Estado”.
Sin duda se han guardado las formas, y por primera vez en España tras una tragedia la Iglesia católica no realizó un monopolio oficial, con el Estado como cautivo, del duelo público.
Pero fuera de las formas, sigue sin existir la valentía y normalidad de que el Estado realice “su” funeral, el de todos. Organizándolo e incluyendo al conjunto de los ciudadanos en igualdad. Por supuesto teniendo en cuenta a los católicos, pero también a los judíos, musulmanes, protestantes, agnósticos y ateos
Y al final, ante la ausencia de asumir su papel, el Estado acaba de nuevo delegando de forma extraoficial el duelo de quienes conformamos el conjunto de este país a una sola entidad religiosa, aunque se haya dado un pequeño paso al no denominarlo como algo oficial.
En España ya no hay matrimonio entre trono y altar. Ahora, en su lugar, hay una separación (sin divorcio) guardando las formas y apariencias pero sin modificar realmente la situación de fondo.
Una situación en la que no deseamos que nadie tenga un papel igual o superior al del Estado, sino que este ejerza su función. Tampoco que ninguna confesión destaque, o que se deje en segundo lugar a los que no profesen confesión alguna. Sencillamente, que seamos un país donde exista igualdad en justicia. No parece mucho pedir, pero a día de hoy sigue siendo un sueño no cumplido.
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