El título de este Editorial es una de las muchas ideas y frases famosas de la genial obra de George Orwell, “Rebelión en la granja”. Se aplica al concepto de trato justo y equitativo por igual a todos los componentes de la granja; pero aclarando –ante la evidencia de la realidad- que aunque todos son iguales, unos son “más iguales que otros”.
Llevando esta idea al concepto de justicia, si de algo ha servido la crisis es para mostrar que aunque todos somos iguales bajo la Ley, unos son “más iguales que otros”.
La clase bancaria, por ejemplo, puede estafar con las preferentes a honrados y engañados ciudadanos, pero nunca pagarán por sus errores. Algo que los bancos sí hacen con quienes no pueden pagar sus hipotecas, mientras son financiados generosamente por Europa y el Gobierno.
Las madres pueden disponer de sus cuerpos, pero los embriones humanos no tienen ningún derecho. Y mientras (algunos de) los padres exigen a las madres embarazadas sacrificios que los varones no sólo no están dispuestos a hacer, sino que se desentienden de los embriones que –también- son hijos suyos. Al final, el menos igual es siempre el más débil.
Insignes políticos y sindicatos gastan millones de euros en aeropuertos que nunca funcionarán, negocios ruinosos públicos de todo tipo, y fiestas con facturas falsas. Y ya no es que no haya responsables (o que si los hay casi nunca vayan a la cárcel). ¡Es que no devuelven ni 1 euro! Eso sí, que se le ocurra a un ciudadano “de a pie” no pagar una pequeña deuda a Hacienda: le perseguirán sin piedad hasta que devuelva incluso los intereses.
Y si entramos en
la corrupción, desde la Casa Real española (¿quién se cree que se esté investigando y juzgando a la infanta Elena y a Undargarín de forma “normal”?) hasta los grandes partidos políticos, autonomías, ayuntamientos y sindicatos (no damos más nombres para no parecer partidistas) el hedor llena la piel de toro española.
Sin duda esta corrupción existe en la cultura hispana, pero ¿alguna empresa perdona a un empleado un desfalco, un cohecho, o una traición a sus responsabilidades éticas? Y ante esto ¿a cuántos personajes públicos relevantes se ha llevado a juicio, condena y cárcel por hechos evidentes? Pocos y siempre con rebajas (cuando no indultos).
Otra muestra sangrante;
los empleos. Los amigos de la “clase política” tienen contratos blindados, despidos que son todo un negocio, recolocaciones en puestos de asesores y consejeros bien pagados y mejor considerados en tiempo y esfuerzo. Mientras, los jóvenes sufren empleos tiránicos, sueldos de risa y abusos laborales ante la “suerte” de tener trabajo. No hablemos de los parados de más de 50 años.
Habría más que abordar, pero lo dejamos aquí en estos grandes trazos.
La crisis no es el mayor problema. La crisis saca a la luz las grandes carencias de nuestra sociedad. Y una de ellas es que todos somos en teoría iguales, pero en la práctica, no lo duden, algunos son mucho más iguales que los otros. Y esto es lo que indigna. Creemos que todos estamos dispuestos a arrimar el hombro, a apretarnos el cinturón, a renunciar a cosas por el bien común. Pero nos duele que se exija a unos mucho más que otros.
No es culpa de alguien en concreto, pero todos somos responsables, especialmente si callamos, si nos quedamos pasivos. La misma gran labor que está haciendo la iglesia evangélica y las familias (abuelos, padres) ayudando de cerca a quienes sufren debería extenderse a clamar y actuar ante esta tremenda lacra. ¿Cómo? Busquemos soluciones, respuestas y salidas. Pero busquemos.
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