Halloween, la fiesta de los muertos, estuvo rodeada de tragedia en el macroconcierto que miles de jóvenes celebraban en el recinto de Madrid Arena.
Cuatro jóvenes murieron aplastadas en uno de los pasillos de salida de la pista central del edificio, en una trampa mortal.
Aunque aún están pasándose unos a otros la “patata caliente” de las responsabilidades,
el hecho seguro es que el exceso de aforo y la carencia de seguridad estuvieron detrás de lo ocurrido.
Y como origen de ello, el negocio puro y duro, el sacar el máximo rendimiento económico a un evento con el mínimo gasto.
En esta semana en la que el Tribunal Constitucional ha dado su respaldo legal (que no moral) al matrimonio homosexual, nos preguntamos por qué han corrido ríos de tinta en páginas cristianas sobre esta cuestión, y ninguna sobre lo terrible de lo acontecido en el Madrid Arena.
La Biblia no dice que el amor entre homosexuales es el principio de todos los males (aunque éticamente entendemos que las relaciones homosexuales son contrarias a la ética bíblica). Pero sí afirma esto del amor al dinero. Y
poco se condena el amor al dinero que ha estado detrás de esta fiesta de Halloween, o de Eurovegas, o de la avaricia de los bancos en los desahucios a familias hipotecadas, y las prebendas corruptas de tantas instancias políticas que afectan a todas las esferas de nuestro país.
Pero volviendo a lo ocurrido en el Madrid Arena, nos ha resultado interesante el análisis que realiza Wenceslao Calvo en su blog (“
Halloween y la cultura de la muerte”).
Viene a decir, entre otras reflexiones, que Halloween es
la fiesta de la muerte en la que se juega con ella, pero sin que esté invitada. Se ríen de su figura, se la domestica, se la quiere convertir en colega y caricatura. Pero si presenta su verdadero rostro, quienes antes reían ante su máscara retroceden asustados con su verdadera cara.
Y esto es lo que ha ocurrido. La muerte asistió a su fiesta, se coló de incógnito entre la multitud, aunque no estaba invitada. Y la realidad rompió la casa de cristal. La madrastra hizo añicos a las Cenicientas que jugaban a ser princesas. La realidad se impuso a la teoría que como sociedad se quiere fabricar.
Y esto es un reflejo de lo que vivimos. Preocupados por jugar a ser pequeños dioses. A vivir como si la eternidad no existiese, sino el presente. A creer que lo que permanecerá será lo que caduca. Nos rebelamos a morir jugando a que vivimos… hasta que la muerte se presenta en la fiesta que tenemos mejor o peor montada.
Nos invade un peso de responsabilidad antes esta vida superficial que se ha construido, y en la que como niños muchos viven entretenidos hasa que llega el punto final, esperado o inesperado.
Ante la realidad de la muerte la Biblia de principio a fin expone que es la consecuencia de la separación entre la creación y Dios. Y subraya que la solución no es ignorarla, ni jugar con la Bestia como si fuese un cachorrillo, hasta que nos devore.
Pero asegura que
aunque la muerte física es insalvable (eso nadie lo discute), sí es superable en la eternidad, en lo que la Biblia llama segunda muerte, la separación eterna de Dios. Esa sí tiene solución, porque Dios la ha puesto.
Para poder ofrecer esa solución
él entró en el Jerusalén Arena, sabiendo que no iba a una fiesta sino a mirar el rostro de la muerte cara a cara. Y aunque por tres días estuvo bajo su poder, sepultado, volvió de sus garras para cumplir lo que dijo ante la tumba de Lázaro: “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”. Nadie más lo ha prometido ni puede prometerlo. Él sí, y para mejor muestra el botón de su propia vida.
No juegues con la muerte, se acabará colando en tu fiesta. Abraza a Jesús, El te dará vida abundante aquí y ahora, y vida eterna cuando la muerte física toque en tu puerta.
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