En una reciente entrevista publicada por la prensa alemana, la jefa del festival de Bayreuth, Katharina Wagner, descendiente directa del famoso creador del "Anillo del Nibelungo", comentaba a propósito de la presencia en el festival de conocidos políticos que la canciller alemana, Ángela Merkel, pagaba siempre su entrada cada vez que asistía a alguna representación. Es decir, que no esperaba que la invitasen.
Es también sabido que si el marido de la actual jefa del Gobierno alemán, el profesor Joachim Sauer, acompaña a su esposa en alguna visita al extranjero, se paga de su bolsillo el billete en un vuelo regular, a ser posible en una compañía de bajo coste.
O si, por la razón que sea, el cónyuge se ve obligado a utilizar el helicóptero de la cancillería, es la propia Merkel quien sufraga el viaje de su bolsillo.
Esto salta a la vista si lo comparamos con la actuación de tantos políticos o personajes de las altas instituciones de otros países, léase España, que hacen valer su condición de tales para entrar gratis en cualquier espectáculo; o bien viajan con toda la familia al lugar de vacaciones en avión oficial; o aprovechan el automóvil de servicio, chófer incluido, para irse a la playa o incluso a misa.
Podría añadirse a esta lista (que sería interminable de ser exhaustiva) a tantos que ponen como pretexto cualquier cosa, por ejemplo un partido de fútbol, para viajar a costa del erario público a otro país, acompañados de algún familiar o sus más estrechos colaboradores. Las embajadas y otras representaciones españolas en el extranjero han sido testigos de abusos de ese tipo.
Es sin duda una cuestión de ética.
Y para seguir hablando de la canciller alemana, a la que tan alegremente se la insulta en países de moral más bien laxa en todo lo que se relaciona con la cosa pública como son los que baña el Mediterráneo, desde Grecia hasta el nuestro, mencionamos algunos datos de la descripción que hace, no sin admiración, una revista italiana del entorno de la mujer en estos momentos más poderosa de Europa.
Se dice impresionado el periodista del semanario "L´Espresso" que visitó su lugar de trabajo casi "franciscano". Una oficina de 142 metros cuadrados de Frau Merkel en la séptima planta del cubo blanco de la cancillería berlinesa, en pleno corazón de Berlín.
Un retrato de la emperatriz Catalina de Rusia, a quien admira al parecer la canciller, sobre el escritorio y otro del primer jefe de gobierno de la Alemania Federal, el cristianodemócrata Konrad Adenauer, colgado en la pared, son casi los únicos adornos.
Sobriedad que se extiende al llamado "apartamento del canciller", un espacio de apenas 40 metros cuadrados en el piso octavo del mismo edificio, con un pequeño baño, donde, a diferencia de su predecesor, el socialdemócrata Gerhard Schröder, que lo ocupó con su esposa mientras estuvo en ese cargo, Merkel no pasa nunca la noche.
La canciller vive con su marido en un apartamento de cuatro habitaciones próximo a la llamada Isla de los Museos, y dice quien lo ha visitado que es un espacio de extraordinaria sencillez, casi propio de estudiantes. Además, paga ella misma el alquiler.
Toda una lección para nuestros abusadores hombres públicos. De todos los partidos, de todas las instituciones. De toda la sociedad.
Tomado y adaptado de un artículo de Joaquín Rábago en diversos medios (como La Opinión de Málaga y El Faro de Vigo)
Si quieres comentar o