Es casi el total de la población de España: 42.300.000 personas. Una cifra que no deja de impresionar aunque al final se trata sólo de eso, de una cifra.
Pero
vamos a darle vueltas a los posibles cuestionamientos a este número. No en cuanto a la fuente, ya que
es absolutamente fiable al tratarse del censo del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).
Y lo hacemos principalmente porque quienes desean interesadamente disolver el enorme impacto de este crecimiento protestante en Latinoamérica surgen con las críticas de siempre. La mayoría (no alguna, pero sí la mayoría) sin fundamento; y con la clara intención de demostrar desesperadamente que los que el Papa llama sectas y ellos ni consideran iglesia pueda crecer de esta forma mientras el Titanic católico se hunde o más bien se entierra en suelo brasileño.
Primera crítica: es posible que se incluyan grupos neopentecostales como la IURD (Iglesia Universal del Reino de Dios) que no son evangélicos. Cierto. También se incluyen en las estadísticas de fieles de la ICR (Iglesia católico-romana) muchos católicos que lo son sólo a nivel nominal, y que salvo bautizos, bodas y entierros su vida nada tiene que ver con las enseñanzas del catecismo vaticano. En España lo vivimos bien de cerca. Por ejemplo con la baja natalidad de tantas familias católicas que sin duda utilizan anticonceptivos. O ese escaso 33% de declaraciones del IRPF de Hacienda a favor de dar un porcentaje (gratuito para el contribuyente) a favor de la ICR española.
Segunda crítica: la multitud de iglesias o denominaciones evangélicas, como si fuésemos una especie de Babel protestante; cuando es al revés. No hemos conocido tanta diversidad de posturas dispersas en torno a temas fundamentales de la fe cristiana como en el catolicismo social y cultural español. Lo único que le da identidad es su fina columna vertebral jerárquica. Hay muchísima más afinidad en lo esencial entre un evangélico gitano, un bautista, un pentecostal y un miembro de las asambleas de hermanos (por nombrar algunos de lo más diverso) que entre la mayoría de los católicos socialmente hablando. Precisamente porque al no existir esa jerarquía rígida, entre las iglesias evangélicas sólo sobrevive lo que tiene vida.
Tercera crítica: la gran masa pentecostal está formada por personas sin formación, y manipulables. Falso. Los católicos de pueblos indígenas de Chiapas que persiguen a los evangélicos son los verdaderos incultos (y alcohólicos, supersticiosos, y violentos, nos permitirán desahogarnos con estos bárbaros que son los realmente necesitados de formación). Los evangélicos aprenden a leer, a pensar, a estudiar (incluyendo mujeres y niños) por la propia dinámica eclesial. Esto es extensible por ejemplo al pueblo gitano evangélico en España que conocemos bien. Si en algo se ha distinguido el protestantismo en lo social (con fallos y errores evidentes, que son puntos negros, pero no su línea habitual) es por llevar los pueblos a crecer, a prosperar, a madurar. Y por su inmensa obra social no dependiente de un Estado Vaticano o una inmensa entidad como Cáritas, sino de cada persona, hogar e iglesia. En todo ello las propias iglesias pentecostales son ejemplo, por lo que más que criticarlas se les debe un respeto.
¿Qué hay iglesias con más folclore que fe, y bases poco sólidas en su formación? Démosle tiempo, porque o madurarán o desaparecerán. Más oportunidades han tenido las romerías de la Semana Santa andaluza, donde sí que abunda mucho más el folclore y la poca formación en cuestiones religiosas más allá de canciones, lágrimas y fiesta hasta saltar una valla de
madrugá.
Por ello volvemos al principio. Más de 42 millones de evangélicos en Brasil, un crecimiento que supera el 61% en los últimos diez años. Es casi el total de la población de España: 42.300.000 personas. Una cifra que no deja de impresionar aunque al final se trata sólo de eso, de una cifra.
Y no es que los números nos deslumbren por sí mismos. Si se pierden la esencia, la verdad, los valores no sólo de la dimensión de la fe sino los valores humanos que de ella se derivan como la sencillez, la solidaridad y la justicia, pasará como está pasando con la ICR brasileña: el número se desplomará tarde o temprano.
Pero
hoy por hoy, qué duda cabe, es un reflejo de la vitalidad del protestantismo brasileño y latinoamericano, que deseamos que sepa arraigar en la cultura y la sociedad que le rodea sin perder esa vitalidad de la fe en un Jesús que sin duda ha transformado tantas vidas.
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