No sólo salió en la prensa, radios y televisiones de todo el mundo. Llegó incluso a la gran pantalla de la mano del genial
Amenábar. Su caso clínico: una tetraplejia por accidente. No podía moverse del cuello hacia debajo.
Sampedro podía respirar, hablar, comer, mover la cabeza, y vivir indefinidamente, al menos sin un plazo fijo para su muerte.
Con su inteligencia y consciencia totalmente conservadas, como en el caso de Sampedro,
Fran Otero no sólo está totalmente inmóvil sino que además no puede siquiera tragar los alimentos (los recibe por una gastrostomía). Tampoco es capaz de respirar, necesitando ventilación mecánica continua. No logra mover la cabeza, apenas el mentón y la cara. Y milagrosamente ha superado en mucho el plazo de vida máximo que le dieron cuando fue diagnosticado de
ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica).
Pero el mayor milagro, como desarrolla la noticia
“Francisco Otero, una fe dinámica en un cuerpo casi inmóvil,” es que
su actividad es mayor que en la mayoría de las personas sin limitación física alguna(publica artículos y libros, está comprometido con ONGs, experimenta una fe viva y activa, es padre y marido presente, no ausente…).
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Con los tiempos que corren es otro milagro su matrimonio que, con las lógicas pruebas y dificultades que cualquier puede apenas imaginarse, es una evidencia de entrega y amor mutuos, frente a tantos otros rotos, hastiados de bienestar y facilidades (les recomendamos escuchar la entrevista a Dámaris que se incluye adjunta a estas líneas del presente Editorial).
No es extraño saber de alguien que muere por una causa, pero es excepcional conocer de quien es capaz de vivir por ella a contracorriente, contra viento y marea, cada día, durante toda una vida. Es el caso de Francisco Otero y Dámaris Domínguez.
Y sin embargo
la historia de Fran (y Dámaris) no ha ocupado los medios de comunicación, ni en España ni en el mundo. Mucho menos una película.
Si lo miramos objetivamente, entendemos que
el suicidio asistido, y el derecho a decidir la propia muerte, de Sampedro se promocionan infinitamente más en nuestra sociedad que la esperanza y la lucha por la vida digna que hace Fran Otero. Y la importancia de esta idea es que no sólo hablamos del final de la vida. Hay suicidios por sobredosis de rutina, por intoxicación de materialismo o por comodidad; también por matar los ideales, los sueños y los proyectos de vida a la primera dificultad o fracaso serio. Y hoy -creemos- se vive en este sentido un suicidio social colectivo.
Y este es el mensaje
¿Qué sociedad estamos construyendo? No son sólo los derechos que teóricamente defendemos, sino el estilo de vida y valores que promocionamos –y por los que luchamos- lo que nos definen como personas y como pueblo.
Cualquier persona puede suicidarse, sea legal o ilegalmente, como vemos en el caso de Sampedro. Pero muy pocas pueden transmitir un mensaje de esperanza como Fran Otero y Dámaris Domínguez.
Nuestra sociedad promociona lo primero, la nada como salida al dolor y al sufrimiento. Pero silencia a los héroes, el ejemplo de quienes dignifican el derecho a vivir, el canto a la esperanza en medio de la mayor dificultad, el esfuerzo que triunfa dándonos a todos una vida mejor porque con su ejemplo la hacen más alta, más clara, más digna, más libre.
Por eso no hemos podido dejar de escribir este Editorial. Porque Fran, Dámaris y los suyos se lo merecen. Porque son el mejor ejemplo para una sociedad aburrida, decadente, desilusionada y vacía de esperanza.
Mirándoles a ellos
cobra nuevo sentido la frase de Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida; y
se vuelve más borroso que nunca el canto de sirenas de nuestro tiempo:
Cada cual tiene su camino, todo es relativo, y si la vida te falla siempre te queda el suicidio.
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