Desde un punto de vista moral,
en nada cambia la postura de la Iglesia católica: las relaciones sexuales sólo son éticamente correctas si se realizan sin impedir la posibilidad de procreación.
Lo que sí ha hecho Benedicto XVI es
poner excepciones dentro de esta misma línea general de razonamiento, de la que no se mueve un milímetro. “Si defendemos la posibilidad de una nueva vida prohibiendo el uso del condón, defendamos también la vida ya nacida” (viene a decir el Papa) permitiendo como mal menor el uso del preservativo en los casos en que sea una medida que evite el contagio del SIDA.
Un paso que, como decíamos,
es un intento del Papa por abrir una puerta a casos excepcionales. Y decimos excepcionales no sólo por el tema del SIDA.
En países considerados de mayoría católica (España es el que nos toca más de cerca) basta mirar el número actual de hijos de los matrimonios que se consideran de fe católica, comparándolos con los de la España nacional-católica.
Analizando esta realidad hay dos opciones. Una posibilidad es que los matrimonios españoles católicos actuales tienen menos relaciones sexuales en la democracia que durante el franquismo; lo que sugeriría
un curioso y exótico factor afrodisíaco del gobierno del Generalísimo (o un efecto antierótico de la democracia).
Podríamos dar vueltas a la anterior idea, muy divertida y hasta sugerente ("¿contra Franco vivíamos mejor?"). Pero la otra parece mucho más plausible. Sería sencillamente que
los católicos -entre sus prácticas o normas éticas- no rechazan el uso del condón (o la píldora) como método anticonceptivo.
¿Por qué entonces tanto revuelo? Sencillamente, porque el recóndito deseo de ciertos sectores críticos (católicos y no católicos) es que el Papa, y con él la Iglesia católico-vaticana (*), reconozcan que se han equivocado en cuestiones de moral. Estos mismos sectores piensan que si esto sucediera se abriría un debate, que se acercaría a un liberalismo permisivo en cuestiones de moral y doctrina.
En esta cuestión el protestantismo no tiene muchos problemas, ya que la idea de “Iglesia reformada siempre en reforma” se cumple, aunque a algunos les duele y a otros les parece muy lenta e incompleta.
No ha cambiado el credo (es el mismo que el de la Iglesia católica, dicho sea de paso), pero sí se permite el debate, aunque a veces lleve a escisiones –como la de la Comunión anglicana- que hace que algunos conservadores se vayan a la Iglesia del Vaticano, otros liberales se vayan separando del tronco de pensamiento común; y la gran mayoría modifique sólo aspectos que se ven como no vitales y aceptables por el conjunto de las iglesias evangélicas (se coincida o no con ellos). Cada cual es libre en su conciencia, con el derecho a acertar o equivocarse, y la libertad del resto de sumarse a su postura o rechazarla.
Porque en el protestantismo, recordamos, la iglesia es el lugar necesario donde se vive la fe, pero no una institución que medie, perdone pecados o sea intermediaria con Dios.
Y terminamos volviendo al tema de este Editorial. El preservativo, como cualquier medida anticonceptiva (no abortiva), es aceptado por la práctica totalidad del protestantismo como parte de la responsabilidad de la pareja a la hora de elegir el número de hijos. Y las relaciones sexuales, teniendo un indudable fin de procreación, se consideran de manera paralela, e independiente, parte de los lazos que Dios ha dado para la fortaleza y disfrute del matrimonio (no hay más que leer el Cantar de los Cantares).
Y un último apunte. El preservativo es un método útil y necesario en la prevención del contagio del SIDA y las enfermedades de transmisión sexual, pero no el único (si existen cada vez más embarazos no deseados, significa que la política del condón no es ni mucho menos suficiente).
Sería al menos igual de necesaria la formación en una sexualidad responsable, algo que la gran mayoría de los defensores del condón se niegan a admitir; y actuando así, son muchísimo más fundamentalistas y prejurásicos en su postura que el conservadurismo que achacan al Papa y la Iglesia católica.
(*) Hemos dejado de usar el término católico-romana, ya que Roma es mucho más que el Vaticano, Estado éste último que sí está vinculado con el catolicismo, pero no la ciudad de Roma en su conjunto.
Si quieres comentar o