Siempre se es liberal en algunos aspectos y conservador en otros. Por ejemplo, un cirujano liberal en el sentido de avanzado, progresista, innovador, jamás abandonará los principios conservadores básicos de la Medicina y se lavará concienzudamente las manos antes de una intervención quirúrgica (por muy conservador que esto sea). El mismo Jesús como persona es un ejemplo apasionante de esta idea.
Lo importante es atinar con lo correcto, con lo adecuado en cada situación y problema; sea la decisión tomada tildada de liberal o de conservadora. Este es el miedo a la libertad del que hablaba Erich Fromm: es el riesgo de actuar mal tanto si damos un paso en un sentido, como si dejamos de hacerlo. Por eso, ya lo hemos dicho alguna vez anteriormente, no creemos en liberales ni en conservadores. Ni en política, ni en religión, ni en periodismo. Creemos en personas que buscan la verdad y la justicia en amor, y el amor en verdad. Un tipo de personas que en todos los campos e instituciones escasean cada vez más. Incluidas las evangélicas, donde se ha sustituido el ideal por el pragmatismo, el liderazgo por el funcionariado, y el tomar decisiones por lavarse las manos (no como el cirujano, para tenerlas limpias, sino para alejarse de los situaciones conflictivas, en las que estamos llamados a ser árbitros, y que podrían ensuciar nuestra inmaculada trayectoria).
Si miramos en casa ajena un buen ejemplo sería la pederastia en la Iglesia católica, o fuera de España los escándalos de los
televangelistas corruptos de EEUU. Todos ellos debieron empezar hace mucho a dar sus primeros pasos en un recorrido que, nos tememos, estamos comenzando a andar los evangélicos en muchos países donde logramos cada vez un mayor peso social. Y si no tiempo al tiempo.
Pero
hoy queremos hablar del pseudoliberal. Esa persona que se cree liberal por antonomasia frente a una pléyade de conservadores (fundamentalistas si entramos en el terreno religioso), de la misma forma que un jamón es pata negra si lleva unas bellotas o una Jotas dibujadas y pegadas en una etiqueta.
Este tipo de persona -el pseudoliberal- se cree el paradigma de lo liberal mientras cae en continuas contradicciones, quizás como todos tendemos a tenerlas, pero con esa situación especial de negar la evidencia, lo que hace que la contradicción sea cada vez mayor.
El pseudoliberal por ejemplo defiende la libertad de expresión y de conciencia, mientras se queja de las opiniones reflejadas por personas libres en los medios libres (hasta donde las personas y los medios somos libres) como un ataque. Si yo opino es libertad, si los demás opinan en contra de mis ideas es un ataque personal.
El pseudoliberal escribe a título sólo personal aunque tenga cargos institucionales. Es una pena que la Presidenta de la Iglesia Evangélica Alemana no fuese tan pseudoliberal como para argumentar esta excusa antes de dimitir por haber sido sorprendida conduciendo bebida. Podría haber dicho que estaba beoda a título exclusivamente personal y no como cargo público eclesial.
Y por último
el pseudoliberal defiende la libertad de conciencia para sí mismo, pero ataca las libres conclusiones y decisiones que derivan de esta libertad cuando no son las que le gustan o convienen. En ese caso siempre los demás se equivocan (y puede que alguna vez tenga razón, pero sin el siempre).
Volvamos al principio. Sepamos decidir libremente, en conciencia, sabiendo que cada cual tiene el mismo derecho que nosotros a expresar sus ideas, a tomar decisiones y posturas, y por supuesto a acertar o equivocarse.
Y desde luego un ingrediente fundamental: respeto. Hemos intentado –y esperamos que conseguido- tenerlo en este Editorial.
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