A las once de la mañana la fachada que es santo y seña del edificio histórico de la Universidad de Salamanca, esa que todo estudiante novel debe mirar hasta encontrar una rana para asegurar su aprobado, vio entrar por su puerta tallada en siglos -una detrás de otra- a cerca de doscientas personas.
Un sábado por la mañana es inusitado, más en una Universidad. Más inusitado era el motivo: un encuentro de literatura y fe, en el que se iba a honrar a través de la Asociación Jorge Borrow al que ha sido referencia del periodismo y la literatura del protestantismo español contemporáneo, Juan Antonio Monroy.
Podríamos hablar de las intervenciones de los participantes de fe evangélica (Asun Quintana, José de Segovia, Timoteo Glasscock), las participaciones artísticas multidisciplinarias que hicieron honor al título (Javier Sánchez Ortega, con textos musicados del Cantar de los Cantares, la cantante Déborah Caldas, la poeta Gloria Sánchez). Las sentidas reseñas llenas de sentimiento sobre Monroy (de Pedro Tarquis y Manuel Corral). La entrega del Premio en un fundido abrazo de Rubén Lugilde, Presidente de la Asociación Jorge Borrow. De todo ello les informaremos la semana que viene.
Pero no podemos dejar de intentar expresarles una sensación difícil de transmitir. El ambiente del lugar, el aula de Miguel de Unamuno, la misma en la que leyó la carta de la esposa de Atilano Coco, su amigo protestante, anunciándole su fusilamiento por orden de
Franco. Don Miguel, el amigo de los protestantes, que enseñó en aquella misma aula, tan cerca de la de Fray Luis de León. El intelectual español en búsqueda de la trascendencia de Jesús, que miraba desde su busto que preside el aula, contemplando cómo los protestantes participaban de su arte y su fe, de su intelecto y corazón, junto con otros artistas que viven también su fe desde su arte sin ser evangélicos, como Antonio Colinas (Premio Nacional de Literatura y Premio Castilla y León de las Letras) y Miguel Elías, reconocido pintor y profesor de la Escuela de Arte de Zamora.
Creyentes evangélicos y artistas con sed de trascendencia, unidos en el idioma del arte, soñadores de que es posible sobrevolar sobre los intereses de este mundo que nos rodea, tan a ras de tierra, que se vuelve a menudo tan sórdido y a la vez superficial.
Nos recordó (casi podemos decir que revivimos) el espíritu de la Reforma protestante en España, cuando los intelectuales se abrieron al Evangelio, no sólo buscando, sino experimentando una revolución espiritual de horizontes nuevos, una vida con corrientes subterráneas inagotables que surcan las líneas y entrelíneas del Evangelio y liberan de las cadenas del legalismo y de la culpa.
Incluso muchos medios locales se hicieron eco, con normalidad y hasta curiosidad llena de simpatía, del acto. Lo que les decíamos al principio, una España que sólo hemos vivido en Salamanca, y que para nosotros sustituye a Granada como cuna de la tolerancia y el encuentro de religiones desde ahora, al menos en nuestro tiempo actual.
Porque para remate, al terminar el acto en la Universidad, el salón principal del Ayuntamiento de Salamanca abrió sus puertas para recibir a los protestantes. Les dio la bienvenida Pilar Fernández Labrador, Teniente de Alcalde y Concejal de Relaciones Institucionales del Ayuntamiento. Nunca fueron creyentes de dama tan bien servidos (y al decir dama lo decimos en el mayor y mejor sentido de la palabra). Con afecto y simpatía (dejó su día libre porque quería asistir a este encuentro) abrió de par en par los brazos del Ayuntamiento de Salamanca igual que los balcones que dan a la preciosa Plaza Mayor, llena de luz cenital, y en su discurso lleno de afecto, y de humor ante los muchos idiomas que habla Monroy, le dijo “Sin duda es éste el mejor momento para recibir a alguien como Usted, tan cerca de Pentecostés, ya que tiene el don de lenguas”. Y el “pentecostal” Monroy, ya contento de por sí, no pudo resistir la risa ante quien después hablaba –ahora ya sin bromas- de una Salamanca cultural pero que a la vez ayuda, como a Unamuno, a pensar en la fe.
Seguro que nada es perfecto, y que ha sido sólo un momento, podrán pensar nuestros lectores.
Pero
podemos decir varias cosas. Que Juan Antonio Monroy merecía esto y más, con una vida entregada de inicio a fin a servir y anunciar al Jesús que ama. Que fue un día especial, y hablamos desde la experiencia de muchos días hermosos vividos. Y por último que estas experiencias no surgen de la nada; y seguro que el testimonio de los evangélicos de Salamanca, en especial la Iglesia de la Estación y el hombre-llave que ha abierto muchas puertas en la Universidad y la ciudad, Alfredo Pérez Alencart, tienen mucho que ver.
A todos ellos, y en especial al Artista que creó la luz cenital de la Plaza Mayor de Salamanca, muchas gracias.
MULTIMEDIA
Pueden ver aquí un reportaje en video del
encuentro literario fe y cultura en Salamanca, con la entrega del Premio Jorge Borrow a Juan Antonio Monroy
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