Siempre hablando desde nuestra perspectiva, parece que el ecumenismo institucional católico-protestante es más importante que la auténtica unidad. Como si el matrimonio fuese más importante que el amor.
Así, algunas iglesias e instituciones evangélicas –generalmente las de mayor corte conservador o liberal- se abrazan a un ecumenismo con la Iglesia católica vacío y difuso. Unos porque confunden moral con fe, y otros porque como no creen en casi nada, les da igual seguir sin creer junto a la Iglesia de Roma.
En ambos casos, lo que se produce no es la unidad, sino la mezcla.
La fe evangélica no ha cambiado en lo esencial nada desde la Reforma protestante, como no había cambiado nada desde el mensaje de Jesús hasta el siglo XVI, a pesar de las enormes distorsiones realizadas por el Magisterio y el Dogma católicos.
Tampoco ha cambiado en lo esencial en la Iglesia de Roma desde la Reforma hasta ahora, salvo en lo que se refiere a una relación que ha pasado de las hogueras al respeto a los derechos humanos (con mayor o menor educación, eso si es cierto).
Por lo tanto el ecumenismo católico-protestante en nada ha variado en cuanto a lo que a las bases fundamentales de la doctrina cristiana se refiere.
Y vamos a aspectos prácticos. A uno fundamentalmente. Porque es cierto que la Biblia es (casi) la misma (los apócrifos católicos no son esenciales en nada, de ahí que son apócrifos). Y también que la doctrina sobre Jesús es (casi) la misma.
¿Dónde está la gran diferencia? En el concepto de Iglesia. A todo lo que pongamos como común, hay que añadir un “y”. La Biblia y la Iglesia católica. Jesús y la Iglesia católica. La Iglesia católica es siempre la administradora, la conocedora, la transmisora de lo que dice la Biblia y del mensaje y la obra de Jesús.
Recuerda aquella lista de
Los diez mandamientos sobre El Jefe que cuelga de muchas oficinas. Primero: el Jefe siempre tiene razón. Segundo: en caso de que el Jefe se equivoque, aplicar el primer mandamiento. Es imposible el diálogo y el encuentro salvo someterse siempre a la autoridad infalible del Jefe. ¿Les suena?
Pero
si férrea y monolítica es la idea de Iglesia católica, además choca de frente con el concepto evangélico o protestante (el genuino, no el de las anécdotas).
Para el protestantismo la Iglesia es la que forman todos los creyentes en Jesús. Que no son todos los que están en las Iglesias evangélicas, ya que tener una cultura evangélica, o una filosofía evangélica, o incluso una moral evangélica, de nada valen si no se cree y confía realmente en Jesús (aunque creer en El derivará progresivamente en lo demás, pero no a la inversa).
Es más, ¿es posible creer en el Jesús de la Biblia estando en la Iglesia católica? La respuesta es que sí, a pesar de las doctrinas terriblemente deformadas de la teología de Roma. Precisamente porque el Jesús de la Biblia y su mensaje, pese a todo, está en el catolicismo al alcance de quien busca la verdad.
Pero por todo lo expuesto lo que es imposible es buscar un encuentro entre Iglesia católica e Iglesia(s) protestante(s). Es querer mezclar ambas realidades, que viven en diferentes planos y con conceptos radicalmente opuestos.
Precisamente la torre de Babel se construyó para querer llegar hasta Dios, y Dios confundió sus lenguas de manera que no se entendían y no pudieron seguir su obra. Para nosotros este esfuerzo humano ecuménico de querer producir artificialmente la unidad que sólo viene de Dios es una torre similar.
Curiosamente en otro instante como Pentecostés en el que unos hombres, que sólo sabían que seguían al Jesús resucitado, hablaban lenguas extrañas pero todos ellos glorificaban a Jesús, se estaba produciendo la unidad del Espíritu.
El esfuerzo ecuménico institucional, queriendo edificar una torre de unidad es un esfuerzo humano inútil, y que sólo lleva a la confusión y la esterilidad.
Seguir al Jesús del Evangelio, caminar en las circunstancias personales a veces confusas del pluralismo y la multiculturalidad, puede sin embargo ser el camino personal del auténtico ecumenismo. Es el que practican, por ejemplo, pueblos tan distintos como gitanos y «payos» en la fe evangélica, y que resulta en una unidad visible que suena extraña a quienes son ajenos, pero muy clara a quienes la vivimos.
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