Ha pasado en la muy católica Irlanda del Norte, ese lugar geográfico en el que el catolicismo se ha convertido en baluarte del no nacido. Junto a su victoriosa lucha en contra del aborto, ha resultado ser la tumba en vida de multitud de niños y jóvenes irlandeses abusados sexualmente por sacerdotes católicos. Actividades pederastas que conocían sus superiores, pero que nada hicieron por conservar su estatus, sus buenas relaciones, y su pacífica vida sin problemas. También distintas personas de las fuerzas policiales, políticas y judiciales del país, personas tradicionales ellas y respetuosas con la moral, las buenas costumbres y la jerarquía eclesiástica, que cerraron los ojos y callaron ante lo que ocurría.
No decimos esto queriendo abogar a favor del aborto. Lo expresamos denunciando la falsedad de la doble moral, que convierte a quien la practica en un sepulcro blanqueado, en un enemigo de Jesús.
Por otro lado, la ley del aborto en la agnóstica y moderna España surge impulsada por un partido que se autoconsidera progresista, defensor de la mujer y de los derechos humanos, y que quiere enmarcar esta Ley en favor de los derechos de la mujer “no para que aborte, sino para que sea libre de elegir y no se la empuje al abismo del aborto ilegal”.
¿Saben dónde hay que buscar el trasfondo moral de una Ley, como la etiqueta en un traje? Pues no en lo que regula, sino en lo que facilita. Y esta Ley del aborto en España no facilita salidas para la mujer que se plantea la tragedia de abortar: asesoramiento matrimonial, posibilidades de dar en adopción, apoyo social, o en la búsqueda de trabajo o de compatibilidad laboral y familiar, etc. No, nada de esto. Lo que facilita lisa y llanamente esta Ley es el aborto legal como opción inmediata, sencilla y casi única. ¿Es esto ayuda a la mujer en sus derechos, preocuparse por ella, un progreso para la sociedad? Más bien parece otra profunda hipocresía disfrazada de modernismo. No hay mayor tragedia para una mujer que abortar, y no ofrecer alternativas sólidas -sino extender un único camino fácil- es dañar a la propia mujer y sus derechos.
Del mundillo evangélico nuestro podríamos hablarles también de abusos de autoridad, maltratos encubiertos, inmoralidades sexuales de líderes conocidos, zancadillas deshonestas, personas que se creen de una jerarquía superior, mirar para otro lado ante los problemas graves, y algún que otro desfalco de dinero. La mayoría de las veces con el conocimiento cómplice activo o pasivo de los que se encontraban cerca. Siempre nos preguntamos en estos casos cómo quienes deben ser la solución del problema moral forman parte de él, pero sobre todo cómo y por qué se sigue buscando a la sociedad como culpable casi única de la degradación moral cuando también existe dentro de la iglesia, sin que casi nadie le intente poner solución.
Precisamente el mensaje del Evangelio logra credibilidad cuando se vive, y se convierte en levadura que leuda la masa. Cuando se predica de amor y se ama. Cuando desde el púlpito se publica honradez y se es honrado y transparente. Cuando se habla de un Evangelio de verdad y justicia y se es –o se intenta ser- sincero y justo. Pero cuando esto no ocurre, sólo produce vergüenza ver a alguien levantarse en medio de la basura –o al lado de ella- para denunciar la porquería que reina en la sociedad y que a él le salpica los zapatos de su casa.
No parece pues extraño que en la última encuesta Gallup realizada en Estados Unidos se vea una pérdida de la credibilidad de pastores protestantes y sacerdotes católicos.
Necesitamos vidas que podamos tocar y creer en ellas porque vemos su proceder y nos convence, en lugar de líderes en los que no creemos que nos vencen. Necesitamos personas que sepan equivocarse y rectificar porque es humano y de sabios, y no líderes infalibles inhumanos. Necesitamos un amor que nos comprenda pero que sea justo, y no líderes que justo aman a los que siempre pase lo que pase les comprenden. Necesitamos a líderes que sepan sufrir y trabajar por otros aunque no les suponga ningún beneficio, y no líderes que se benefician a costa del sufrimiento de otros.
Podríamos seguir. Pero terminamos. Con una nota de esperanza y alegría. En el Estado del Ku-Kux-Klan, del odio racista irracional, maligno, casi genético, contra seres humanos cuya piel es oscura en vez de clara, una iglesia afroamericana crece con libertad. Y en esa libertad ha elegido como pastor a un ex miembro del Ku Kux Klan, que ha entendido que su odio era pecado, y que su misión en la vida es amar, servir y proteger a sus hermanos de color. Dios debió sonreír en los cielos al verlo.
Porque Dios no busca católicos, agnósticos o evangélicos, sino seguidores de Jesús. Porque algunos seguidores del Ku-Kux-Klan están a veces más cerca del Reino de los cielos que muchos religiosos, tradicionales y humanistas progresistas.
Y estos, los seguidores de Jesús, son la verdadera Iglesia.
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