Silvio Berlusconi intentó evitar hace unos meses, a través de un decreto, la eutanasia de Eluana Englaro, la mujer italiana de 37 años que permanecía 17 años en estado vegetativo. Entonces el
Vaticano manifestó su
"vivo aprecio" oficial en favor de la actuación Berlusconi.
Eluana murió tras dejar de recibir alimentación durante varios días por disposición judicial. La muerte fue confirmada por el ministro de Salud italiano, Mauricio Sacconi, quien hizo el anuncio a los senadores reunidos, cuando en ese momento iban a examinar el proyecto de ley propuesto por Berlusconi y que buscaba impedir la suspensión de la alimentación a Eluana.
Esa misma persona,
Primer Ministro italiano, paladín de la moral católica, ha salido ahora a los medios por los
escándalos de su estilo de vida en dos aspectos. Por una parte,
el uso de dinero público para fines personales. Una manera de quitar a los ciudadanos lo que han dado para el bien común del país.
Por otra parte, esos fines personales pasan por
fiestas privadas lujosas con jovencitas ligeras de ropa, hombres desnudos, y la declaración pública de la esposa de Berlusconi acerca de su excesivo gusto por las mujeres de corta edad. Gustos que él no oculta, lanzando requiebros -por ejemplo- ante las cámaras a una joven médico, en medio de la visita a una ciudad desolada por un terremoto (y ejemplos hay muchos).
Ahora, ante esto hay
dos grandes cuestiones. La primera es el silencio del Vaticano. En España
un obispo catalán acaba de criticar el derroche por el “dinero Cristiano” (Cristiano Ronaldo). Al margen de ser sospechoso por aquello de vivir en tierra
culé, la gran pregunta es por qué no opina de la misma manera el Vaticano de su vecino Berlusconi en cuestiones mucho más graves. Quizás influya que no es bueno llevarse mal con el principal dueño de Italia. Es más fácil acusar al gobernante lejano, que a aquél con quien te juegas los garbanzos y vive a tu lado.
La otra cuestión es
por qué el pueblo italiano sigue votando a Berlusconi. Puede haber muchas razones: que la oposición lo hace mal; que Berlusconi es un seductor y ofrece el tipo de vida que la mayoría de los italianos soñaría tener; que las personas líderes de opinión tienen miedo a criticar a quien posee y controla los núcleos neurálgicos de poder, no estando dispuestos a caer en desgracia y perder los privilegios por no callar en cuestiones que atañen al
jefe.
Al final la respuesta es aquel dicho: cada cual tiene el Gobierno que se merece. Y la Iglesia que se merece, añadimos.
Miremos a Jesús, y vemos que no temió decir la verdad a los poderosos. Incluso fue más duro con ellos, porque tenían más responsabilidad por su posición y conocimientos. Y no le importó por su mensaje perderlo todo, ser traicionado y abandonado por los suyos, ser torturado, fracasar aparentemente, verse avergonzado y declarado culpable injustamente. No se dejó atrapar y vencer por la corrupción. Quizás porque no en vano cuando fue probado en el desierto, antes de comenzar su ministerio, se enfrentó y venció a la tentación de la necesidad, el poder y la gloria, eligiendo el ideal de la Palabra viva del Dios vivo como su máxima referencia a la hora der tomar decisiones en su vida y su servicio al Padre.
Como ante Pilatos y Barrabás, podéis –podemos- siempre elegir ¿Quién queremos que quede libre y gobierne nuestra vida? ¿Berlusconi, el Vaticano? ¿O Jesús?
La respuesta quedará escrita en tu corazón, y marcará para siempre el resto de tu vida.
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