Condena, tolerancia y perdón

Podemos condenar el catolicismo (u otra religión que consideramos equivocada), y decirle a un católico que no yerre más… pero nos enfrentamos a sus perseguidores para defender su derecho a decidir qué vida vivir. Porque no somos confusos, ni difusos en nuestras ideas y nuestra ética, ni anticatólicos, ni intolerantes.

Podemos condenar la práctica homosexual, y decirle a una persona gay que al margen de su orientación sexual es un error mantener esa práctica… pero nos enfrentamos a quienes persiguen o denigran a las personas gays defendiendo su derecho a decidir qué vida vivir. Porque no somos confusos, ni difusos en nuestras ideas y nuestra ética, ni homófobos, ni intolerantes.

Curiosamente Jesús fue juzgado de manera irregular, basándose en prejuicios y en la distorsión de sus palabras por aquellos a quienes se había enfrentado para defender a la mujer adúltera. Le condenaron, le torturaron, le insultaron, le crucificaron.

Curiosamente, quienes reciben nuestra crítica, por muy respetuosa que sea, nos juzgan en los medios de comunicación que controlan (o nos ignoran) basándose en prejuicios, distorsionando nuestras palabras e ideas. Nos condenan e insultan. Y si pueden, nos crucifican en vergüenza y público oprobio ante la sociedad.

En contra de toda razón humana, Jesús perdonó a quienes le traicionaban, a quienes le hacían daño, a quienes le infligían dolor físico y emocional. ¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!, relatan los testigos directos que exclamó antes de morir.

En contra de todas nuestras razones humanas, queremos ser fieles a Jesús, como El lo fue con nosotros. Y perdonamos a quienes nos atacan sin motivo justificado, a quienes nos afligen de una u otra forma, a quienes quieren hacernos desaparecer de la vida social y pública.

Porque sabemos que esta vida pasa, y sus alegrías y tristezas. Y queremos, desde nuestra imperfección humana, con nuestros errores que cometemos como todo ser humano, no ser confusos o difusos en las ideas y ética que expresamos, sin caer en la intolerancia. Aunque seamos incomprendidos, juzgados de manera torcida, distorsionados o convertidos en caricatura.

Sabemos que al final -si no es en esta vida, en la otra- todos sabremos cuán equivocados estuvimos en muchos aspectos. Sobre todo nosotros, los creyentes, si por dejadez, pasividad u omisión fuimos confusos o difusos en las ideas y ética que expresamos, o por caer en la intolerancia hacia quienes no pensaban como nosotros, o por dejar de perdonar.