Demagogias y demagogos

Por ejemplo, una demagogia frecuente es hacer responsable a la autoridad vigente de todos nuestros males, cuando nosotros no estamos asumiendo aquello que si es nuestra responsabilidad directa.

Así, podemos quejarnos de la pobreza en el mundo, del poco dinero que los países destinan en su ayuda, para nosotros volver la vista ante la persona realmente necesitada que se cruza con nosotros cada día.

O por ejemplo ser muy moralistas en un aspecto concreto, convirtiéndolo en bandera, mientras negamos ese mismo principio moral en nuestra actuación en otro aspecto.

Así, podemos condenar el atentado contra la vida del no nacido mientras departimos ante una buena comida en una cena, o viajamos en nuestras bien surtidas vacaciones, mientras seres humanos ya nacidos mueren de hambre “al otro lado” de nuestra conciencia y nuestro mundo por la falta de recursos que a nosotros nos sobran y despilfarramos.

O por ejemplo, nos aferramos a esa doble moral que acabamos de mencionar para decir que todo es una hipocresía y toda moral relativa, cuando en realidad el fin de ese discurso es destruir todo tipo de ética.

Así, hay quienes sustituyen –en vez de añadir- la moral cristiana por una “moralidad social” de buen rollito en la que finalmente cualquier principio ético es relativo o cuestionable, salvo el que todo o casi todo es permisible.

O por ejemplo, se condenan actitudes ciertamente perversas en quienes no nos afectan por su lejanía a nuestra persona, pero callamos ante esas mismas perversiones cuando las practican aquellos de quienes de alguna forma dependemos política, económica, social, laboral o afectivamente.

Así, es fácil quejarse y denunciar al Gobierno de turno; pero no a nuestro jefe, o al líder o persona que puede beneficiar o perjudicar nuestra proyección personal, social, profesional… o eclesial.

O por ejemplo… ¿hace falta que sigamos?

Jesús fue un ejemplo de amor, de convicciones… y de condena a las demagogias. Tanto ante los poderosos como con el pueblo llano.

Inolvidable aquella poderosa escena de los fariseos exigiendo a Jesús su apoyo moral para apedrear a la mujer adúltera en nombre de la moral, a la vez que se olvidaban del hombre adúltero, y de sus propias culpas: no les importaba tanto la ley, sino acabar con Jesús porque terminaba con su poder religioso.

Inolvidable también cuando las multitudes de los pueblos le seguían para escucharle tras el milagro de la multiplicación del pan y los peces, y él en vez de alegrarse de su "éxito" les echa en cara que le siguen, no por sus enseñanzas y persona, sino por el beneficio que pueden sacar (Juan 6:26).

Estamos en un mundo lleno de demagogia y demagogos. Es el pecado de nuestro tiempo, y todos nosotros somos parte de él. Vivimos pisando su barro… luchemos por no recostarnos en el camino y hundirnos en el fango. Luchemos por limpiar nuestros pies cada día, sabiendo que vamos a salpicarnos de nuevo mañana. Pero luchemos, porque no es igual mancharse al caminar que sumergirse en el lodazal y ser parte de él.