¿Por qué nos hacemos eco en esta revista de un hecho que se integra más bien en la línea de la sección de sociedad o de sucesos? Porque los padres de Mari Luz, Juan José e Irene, así como gran parte de su familia, son evangélicos, miembros de la Iglesia de Filadelfia, la iglesia gitana protestante que ha arraigado tan hondo en este pueblo nómada que recuerda al de Israel en sus continuas idas y venidas; a veces sin una tierra que poseer, y extranjeros entre extraños.
El Evangelio les ha dado raíces. No sólo espirituales, sino culturales, laborales, y sociales; con una dignidad multiplicada en la música de sus coros y en las palmas de alabanza a Dios de sus “aleluyas”.
Pero no es sólo una mejora de cara, un lavado social de integración cultural, sino mucho más profundo. Y las terribles circunstancias que rodean a este vacío enorme, abierto ante el abismo de la falta del pequeño y frágil cuerpo de Mari Luz, son la mejor muestra de un cambio mucho más hondo. Un cambio que resalta como el nombre de la niña –Luz- en medio de las tinieblas de maldad de quien haya podido robársela a sus padres y a su familia.
Hablamos de la forma de ser y estar. Pocos padres y familiares hemos visto soportar esta situación o una semejante sin derrumbarse por completo. Juan José e Irene, destrozados por dentro, se mantienen sin embargo en pie con una entereza que sólo Dios puede dar: “la fe les sostiene, aunque a veces se vengan abajo”, dice su familiar, portavoz y también pastor evangélico gitano Luis Molina en una entrañable
entrevista en eMision.net.
Pero no sólo eso. Tampoco hemos visto ni escuchado ninguna expresión de odio, de venganza. Si esto es excepcional en el mundo “payo”, es algo casi imposible en el contexto gitano en estas circunstancias. ¿Quién ha cambiado estos corazones para que atribulados, arañados y dolidos por la más terrible de las torturas, actúen con esta actitud de saber sustituir el odio por la serenidad?
Un periodista cruel, nos contó la familia de Mari Luz antes de la entrevista en eMision, les preguntó con la misma brutalidad de un disparo: “¿Dónde está ahora tu Dios, cómo ha permitido esto?”. Luis Molina le contestó que Dios no controla la maldad de los malos (periodista incluido, añadimos nosotros), pero que la familia Cortés “aunque Dios nos matase, no dejaríamos de servirle” (en alusión a uno de los versículos del libro de Job).
Y esto es lo último, ¿quién este Dios al que sirven y aman estos gitanos, el que afirman en sus coritos que ha lavado sus culpas y dado una esperanza?
Nosotros se lo diremos. Es el Dios que permitió que su hijo, su único hijo, fuese arrebatado de las manos del Padre, como Mari Luz de su familia. Con un dolor terrible, mayor que el de los padres de Mari Luz. Sin odio, igual que la familia de Mari Luz. Con un amor inexplicable al pequeño monstruo que todos llevamos dentro; un amor que es el que la familia de Mari Luz ha experimentado para poder seguir en pie.
Ese es el Dios de este pueblo gitano, al que adora en medio del mayor de los dolores. Que El les guarde, bendiga, y permita que puedan volver a ver a Mari Luz entre sus brazos.
Oramos por ellos.
CARTAS
Hemos abierto una sección de
cartas dedicada a Mari Luz, su familia y su iglesia.
ENTREVISTA
También pueden escuchar la emotiva
entrevista en audio (3.4 Mb) realizada a Luis Molina -pastor, familiar y portavoz de la familia- realizada por Esperanza Suárez en eMision el viernes 18 de enero de 2007.
REPORTAJE EN VIDEO
También les ofrecemos un
reportaje en video (24 Mb), resultado de la edición varios medios. Incluye una entrevista a los padres y al abuelo de Mari Luz.
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