Y desde luego el novato Pablo (antes Saulo de Tarso) nunca se enfrentó al gran y consagrado líder Pedro, echándole en cara su doctrina errónea, ¡hubiese sido una división a la unidad perfecta de los apóstoles. En realidad se trató de un pequeño diálogo, exagerado por ese periodista malévolo llamado Lucas!
Tampoco está mal recordar que Pablo y Bernabé no llegaron a discutir por Marcos. De nuevo la “prensa cristiana” de su tiempo sacó de contexto un simple desacuerdo e intercambio amistoso de diferencias.
Y ya puestos sería adecuado quitar esos improperios paulinos que llama a reconocidos líderes amantes de los primeros lugares, seguidores de la comodidad o del placer antes que de la voluntad de Dios. Posiblemente el pobre Diótrefes era un buen líder con problemas de alojamiento. Incluso es posible que alguien añadiese esos comentarios con la mala idea de cuestionar a personas que disfrutaban de una excelente y pacífica unidad espiritual al frente del pueblo de Dios. En cualquier caso, más que hacerlo público en una carta, debería haberle hecho sugerencias privadas, con discreción, acompañadas de comentarios al estilo de “por encima de todo, hermano, te valoro mucho, deseo que Dios te bendiga en tu valioso ministerio”.
Es más, ya puestos habría que reescribir parte de la Biblia. Como quitar a esa inexplicable ramera que forma parte del linaje del Mesías, u olvidar los actos de cobardía de Abraham (si es que existieron, a saber la intención torcida del que los contó).
Es algo muy de moda. Reescribamos la Historia a nuestra imagen y semejanza. Construyamos un relato que encumbre al hombre hasta el cielo. Un ser humano y sus instituciones, incuestionables en sus actos y decisiones.
Quizás les parezca una barbaridad todo lo dicho, pero es exactamente lo que a veces parece que se espera de los medios de comunicación cristianos: reescribir la historia para que en ella no consten los errores, las diferencias, los debates doctrinales, los enfrentamientos en cuestiones que quienes debaten consideran importantes.
No es esa nuestra línea ¿Y saben por qué? Porque creemos en la verdad, y confiamos en que esa verdad surge de la transparencia; no del oscurantismo ni del control, ni de la cobardía.
Por esto ninguna institución o voz autorizada está censurada en nuestra publicación cuando se define públicamente. Eso sería nepotismo.
Por esto incluimos las opiniones de nuestros lectores, nos apoyen o nos cuestionen, nos interesen o no (sólo pedimos respeto y sentido común). Esto lo hacen pocos medios cristianos, pero creemos que es la única forma de saber que cuando informemos u opinemos algo, será probado por el debate de quienes nos leen.
Por esto hay una amplia selección de autores, de casi todos los sectores del protestantismo. Y decimos aquí bien alto que cada cual es libre en su parcela de decidir cómo y de qué escribe. Porque esto asegura que ninguna perspectiva dentro de la doctrina evangélica “ortodoxa de máximos” quede fuera. Lo contrario sería reduccionismo.
Por eso este medio es representativo. Porque aunque el timón lo manejamos nosotros (esto no lo ocultamos ni disimulamos), en cada sector de este barco quienes deciden cómo decorar su parcela son los habitantes del camarote correspondiente.
Por eso no queremos reescribir la historia, ni unificar opiniones en una voz monolítica, pese a las presiones, indiferencias, críticas y acusaciones. Las públicas las conocen, porque nada ocultamos. Las privadas las sufrimos sabiendo que es el precio que pagamos por ser libres y querer dar voz a todos desde la libertad de opinar en el respeto y sin hacer mal a nadie (salvo que alguien considere un mal que no se le de siempre la razón). Aunque alguna vez, ténganlo por seguro los “cuidadosos” cultivadores de los silencios forzados, hablaremos también de lo oculto. Sin revanchismo, con ánimo constructivo, pero hablaremos
No queremos la paz de los cementerios. Preferimos la vida con conflictos. Porque esto mismo es lo que vivió Jesús. Los fariseos, tan correctos ellos, mataron al que llamaban Maestro por pura corrección doctrinal y amor a la unidad de Israel (el pueblo de Dios). La unidad que convenía a sus intereses y a su “voz única autorizada”, por supuesto.
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