Nadie ha dicho que la famosa viñeta sea de buen gusto, porque es de lo más soez y basto que uno pueda imaginar. Pero las reacciones han sacado el tema de la libertad de prensa y de expresión. Una de las cuestiones más aludidas ha sido de tipo pragmático: se ha conocido más la viñeta que si no se hubiese dicho o hecho nada. Y es cierto.
Pero la cuestión a nuestro juicio no es tanto la difusión, sino el principio del respeto: nadie se atreve a cuestionar la sacrosanta libertad de hacer y decir lo que a cada cual le viene en gana, sin que se respete a persona ni idea alguna salvo la permisividad absoluta.
Así, cuando hace poco salieron a la luz las imágenes pornográficas que tuvieron a Jesús como centro en una publicación de “arte” en Extremadura, lo mal visto fue estar en desacuerdo. Ahora la viñeta del acto sexual explícito de los príncipes, de los futuros reyes de España (utilizada además para llamarle a él vago total) también lleva a que estén mal vistos quienes se oponen a esta falta total de respeto. Es decir, al final el malo es el juez.
Sin embargo, ocurre lo contrario en otros terrenos. Ahí está el dogma laicista de la Inmaculada Concepción del matrimonio gay, sin que haya salvación social fuera de él. Está mal visto manifestarse ideológicamente en contra, aunque sea con la mayor educación. Ahí no se aplica la libertad de expresión. Y si no, pregunten a los guionistas de programas de televisión.
Y llegamos al centro de nuestro título. La desafortunada declaración de Zapatero «Ninguna fe se puede imponer a las leyes en una democracia». Se refiere a la petición de muchos católicos y evangélicos españoles que piden que no se aplique -tal cual está- la asignatura de Educación para la Ciudadanía.
De esta forma Zapatero quiere hacer ver esta petición como una imposición de la moral cristiana al conjunto de la sociedad democrática, a la que coarta ya no en su libertad de expresión, sino de decidir democráticamente sus leyes.
Pero no, no es cierto. La petición esencial realizada por la Alianza Evangélica Española es que, sin dejar de dar esta asignatura cuestiones generales consensuadas, se quiten temas que sólo competen a los padres. Sean los padres laicos, religiosos (de cualquier religión), monoparentales, ateos, bígamos, neandertales o liberales.
Y esto no es una imposición de “la religión” al Gobierno, sino de muchos ciudadanos al Gobierno que gobierna para todos. Al fin y al cabo, es pedir un mínimo de la mucha sensibilidad que el Gobierno ha tenido y extremado para la minoría gay.
Es, en definitiva, una petición de respeto al papel y responsabilidad de los padres, que no puede ni debe suplantar ningún Gobierno.
Estas mismas razones de respetar el papel de los padres son las que han llevado a gran parte del protestantismo español a reconocer y defender que la educación religiosa no sea materia obligatoria ni evaluable PORQUE es competencia de los padres y PORQUE respetamos el papel no moralizador –fuera de aspectos de convivencia y sociales- de la escuela pública.
Nos daría igual si el Gobierno fuese de mayoría protestante, y la moral de los libros de Educación para la Ciudadanía fuesen de una línea moral en la que estuviéramos al cien por cien de acuerdo. Nos parecería igual de mal imponer una moral que fuese cristiana, quisiesen o no quisiesen los padres. Ya hizo esto el gobierno de Franco (por citar lo más reciente).
Y ahí está la clave. Franco nos permitió sobrevivir más mal que bien a los protestantes (que no vivir), sin saber nunca lo que era el verdadero respeto a la minoría evangélica.
Zapatero se parece cada vez más a Franco, en su imagen especular, o en negativo (en este aspecto de la imposición de una moral única de Estado). Cada vez está más lejos de saber lo que es el respeto a quienes no están de acuerdo con una moral de Estado, e impone la suya propia y de su Gobierno al conjunto de la sociedad.
Si sigue por este camino, la historia, como a Franco, le pasará la misma factura. Lo triste es que, al final, esa factura la pagamos siempre los mismos. Es decir, los protestantes. Porque si antes, bajo la bota del Generalísimo, estuvimos “rojos, masones y protestantes”; ahora -con Zapatero- el silencio de los corderos quieren que corresponda a católicos… y protestantes.
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