Personas inoportunas

Las iglesias evangélicas de Europa occidental están atravesando tiempos difíciles. En los últimos años, ciertos grupos organizados de militantes ateos han comenzado a visitar los cultos con la clara intención de perturbar el orden y obstaculizar el desarrollo de las reuniones, especialmente las dominicales.

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Estos individuos suelen ocupar las primeras filas, aguardando el instante en que el pastor mencione alguna idea que consideren discordante con la sensibilidad social dominante.

Entonces interrumpen el sermón de forma grosera, provocadora y hasta amenazante, obligando a la congregación a abandonar el lugar de culto.

La publicación de los mensajes eclesiales en internet ha agravado la situación: los predicadores se ven expuestos más allá de los muros de la iglesia, con el riesgo que ello implica.

Muchos han optado por medir cuidadosamente sus palabras para no despertar la ira de personas sin escrúpulos.

Los miembros más antiguos comentan que estos contratiempos son consecuencias de haber dejado, hace ya muchos años, de orar para que las reuniones fuesen libradas de personas inoportunas.

Hoy existen temas considerados intocables: el aborto, la eutanasia, la diversidad de género, la tauromaquia, el catalán, el adulterio, el divorcio, la fornicación, la política, entre otros.

Sin embargo, no todas las iglesias han claudicado. Un remanente fiel continúa exponiendo las verdades bíblicas sin retroceder un ápice. Su apego a la Palabra ha sido tan firme que los ha preservado de consecuencias trágicas para el destino eterno de sus almas.

En una de esas congregaciones perseverantes ocurrió un hecho singular. Un individuo de aspecto violento irrumpió en plena reunión y, con actitud desafiante, ocupó la primera fila.

La congregación, temerosa, esperaba su reacción, e incluso algunos empezaban ya a ponerse el abrigo, como quien abandona un estadio tras la derrota de su equipo y antes del pitido final.

Se decía además que los tales eran bebedores y consumidores de drogas, y aquel, al entrar, avanzó haciendo eses por el pasillo. Pero grande fue la sorpresa de todos cuando, al poco de comenzar el sermón, se escucharon ronquidos procedentes de la primera fila. El sujeto dormía profundamente: el mensaje lo había vencido, la Palabra había doblegado aquello que venía a perturbar.

Animados al ver aquella escena, los presentes recobraron ánimo y acabaron expulsando al tambaleante intruso, aquella persona inoportuna. Una vez más, la fidelidad de los creyentes prevaleció sobre el enemigo.

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