Roberto Juarroz fue uno de los poetas latinoamericanos más notables. Su poesía indagatoria, misteriosa y abismal a la vez, cuyo uso del lenguaje parece extraño, pero produce un hondo sabor existencial.
Roberto Juarroz.
El profano, el que no sabe pero cree que sabe, escribe con palabras; el poeta escribe con silencios. No se trata de hablar, no se trata de callar, se trata de abrir algo entre la palabra y el silencio. ROBERTO JUARROZ
El 31 de marzo se cumplieron 30 años del fallecimiento de Roberto Juarroz y el 5 de octubre 100 años de su nacimiento. Fue uno de los poetas latinoamericanos más notables y amigo de Octavio Paz, quien resaltó la calidad de su obra, así como su verticalidad, entendida en términos de altura y profundidad.
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Dejó tras de sí quince volúmenes (el último, publicado como texto bilingüe en Francia) marcados por ese concepto que, además, refiere a la caída de lo humano en términos muy cercanos a las ideas religiosas.
El testimonio que se presenta a continuación da fe de la cercanía con esa poesía indagatoria, misteriosa y abismal a la vez, cuyo uso del lenguaje parece extraño, pero que produce un hondo sabor existencial.
Su epígrafe inicial de 1958 es la consigna que siguió permanentemente: “Ir hacia arriba no es nada más / que un poco más corto o un poco / más largo que ir hacia abajo”. Paralela a su trabajo como bibliotecario profesional, su obra poética creció con hasta alcanzar un inmenso reconocimiento.
Es posible acercarse a los grandes poetas a partir de situaciones fortuitas, impredecibles. Quien aquí escribe conoció a Juarroz en un número de Vuelta (en donde publicaba con regularidad) de 1986. Era un texto de la Novena poesía vertical: “También el infinito / tiene un derecho y un revés. // Los dioses siempre están al derecho, / aunque a veces se acuerden quizá del otro lado. / El hombre siempre está al revés / y no puede acordarse de otra parte. // Pero también el infinito / suele dar vueltas en el aire como una moneda, / que no sabemos quién arroja / con sus giros de sarcásticas guiñadas. // Y así cambian a veces los papeles, / pero no seguramente la memoria. / El hombre es el revés del infinito, / aunque el azar lo traslade un instante al otro lado” (énfasis agregado).
Este poema, dedicado a Michel Camus y Claire Tiévant, fue un antes y un después para leer al autor argentino, debido a que en ese acercamiento confluyeron aficiones teológicas y existenciales que se conjuntaron con las literarias.
Claramente signada por sus tendencias filosóficas y “metafísicas” y filosóficas, la composición cierra con esos dos versos que golpean la memoria y la obligan a no dejarse vencer sino a seguir indagando en el misterio que los precede y a los que esas líneas no dejan de asomarse. Poema reflexivo y agudo, roza directamente lo teológico, pero con un innegable dejo de sarcasmo.
El contraste que plantea entre el ser humano y los dioses seduce de inmediato e insinúa algo que está muy presente en toda la obra de Juarroz: es una puerta hacia la otredad, hacia el reverso de las cosas que puede darse a conocer mediante chispazos vitales o, definitivamente, como en su caso, por instantáneas del pensamiento iluminado por la intuición poética.
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La poesía de Juarroz ya era conocida a fines de los años ochenta pues Juan Gustavo Cobo Borda incluyó una muestra en su muy difundida Antología de la poesía hispanoamericana (FCE, 1985).
En esos años Guillermo Sucre reeditó La máscara, la transparencia, su volumen de crítica de donde se extrae esta observación: “Esta poesía es una meditación y una continua interrogación sobre la realidad y la palabra que la nombra (‘Un bosque de preguntas. / La respuesta es reflejo’; / “Quizá la salvación del hombre / consista en rodar por su propia ladera, / abrazado a la piedra / de la mayor de sus preguntas’); es también un pensamiento que se piensa a sí mismo: cada poema parece partir de una carencia de realidad y así nombra las cosas desde su ausencia (como Mallarmé)”.
Toda la poesía juarrociana apareció bajo el mismo título (Poesía vertical) y él pasó a acompañar en la geopoética argentina a nombres como los de Enrique Molina, Olga Orozco, Juan Gelman y Alejandra Pizarnik, todo un think tank lírico ampliamente reconocido.
En México era difícil acceder a sus libros hasta que, en 1987, año crucial, en vísperas de la celebración de la feria del libro de Minería, se anunció la edición y presentación de la Novena poesía vertical. José Felipe Coria, uno de los presentadores, mencionó que los poemarios de Juarroz (publicados por Carlos Lohlé) se conseguían en una librería religiosa de Azcapotzalco. Y en efecto, así ocurría con la Antología mayor, selección del propio Juarroz.
[photo_footer]Antología de 2012 [/photo_footer]
Las impactantes opiniones recogidas en esa edición eran las de Paz, Julio Cortázar, Vicente Aleixandre y René Char. El deslumbramiento fue total y el asombro aumentó al conocer la selección de Julio Ortega para la Antología de poesía hispanoamericana actual (1987).
Esa poesía produce devoción pues revela un mundo pleno de dudas, sí, pero planteadas sobrecogedoramente. Habla de ausencias, de la muerte, de la vida vista de un modo poco imaginado.
Se puede comprender, quizá inconscientemente, el adjetivo vertical que se filtra por doquier. Dos poemas se pueden destacar en un panorama general: del primer libro, uno que habla acerca de la salvación, de una manera totalmente inédita: “Pienso que en este momento / tal vez nadie en el universo piensa en mí, / que sólo yo me pienso, / y si ahora muriese, / nadie, ni yo, me pensaría. / Y aquí empieza el abismo, / como cuando me duermo. / Soy mi propio sostén y me lo quito. / Contribuyo a tapizar de ausencia todo. // Tal vez sea por esto / que pensar en un hombre / se parece a salvarlo”.
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La mención del pensamiento, de la muerte, del abismo, aparecen ante el lector brotando de una cotidianidad que llega a ser indiferente, pues no siempre se está confrontado con las realidades finales.
Las palabras de Juarroz nombran lo que no se quiere ver. Aciertan al nombrar las presencias endebles y las ausencias que con intensidad inesperada ocupan el centro de la mirada.
El otro poema, del mismo libro, toca cáusticamente una de las fibras más dolorosas: el recuerdo, la omnipresencia de la muerte, o como quiera llamársele: “Mientras haces cualquier cosa, / alguien está muriendo. / Mientras te lustras los zapatos, / mientras odias, / mientras le escribes una carta prolija / a tu amor único o no único. // Y aunque pudieras llegar a no hacer nada, / alguien estaría muriendo, / tratando en vano de juntar todos los rincones, / tratando en vano de no mirar fijo a la pared. // Y aunque te estuvieras muriendo, / alguien más estaría muriendo, / a pesar de tu legítimo deseo / de morir un minuto con exclusividad. // Por eso, si te preguntan por el mundo, / responde simplemente: alguien está muriendo”.
El remate es demoledor porque define la existencia completa desde su ausencia misma, desde la rara pero constante contigüidad de las dos realidades complementarias.
Hay en esa voz poética una endecha desencantada y lúcida, una forma de fe desarraigada, una indagación profunda, sin concesiones, en las honduras humanas.
Esta palabra apunta hasta el centro del ser, de la mudez que, ansiosa, busca en la poesía la enunciación esencial, aquella que puede decir los nombres del misterio sin alharacas ni falsos misticismos.
Juarroz se presentaba como uno de los pocos poetas atendibles, creyentes en la fuerza evocativa de la poesía para obligar a lo otro a decirse, a desdecirse, a mostrarse así sea para decir que no existe. Su poesía abre lentamente la puerta de la trascendencia sin dioses fáciles, sin arrogancias teologales, pero presente y ausente y al mismo tiempo.
Incluso en los textos amorosos refulgen esos espacios vacíos resultado de la búsqueda continua, no ya de sentido, sino de algún asidero que permita atisbar cómo se cumple el peso o la afectividad de las relaciones entre las personas: “Eres mi abandono más completo, / mi indefensión, mi zona franca, / lo que me exime de cuidarme. // Tal vez por eso en ti se juntan / mi mayor recuerdo y mi mayor olvido / y no sé si eres mi compañía / o eres ya mi soledad”.
También en ese territorio Juarroz enseñaba, con este poema, a nombrar la otra forma de la indecibilidad, de lo inefable erótico, pero sin cursilerías ni excesos.
Su brevedad y laconismo, aunado a una concepción de fondo del amor que choca frontalmente con las ideas predominantes. Juarroz abandonó la creencia en el amor unívoco para acceder a una especie de amor dialéctico, contradictorio, pero no voluble, de claroscuros, pero con luminosidad vital.
Laura Cerrato, esposa de Juarroz, poeta también y crítica muy meritoria no escapó a ese influjo y escribió Otredades (1980), en una línea muy cercana a Antonio Porchia (1885-1968), amigo y maestro de ambos, famoso por sus Voces, y a quien Juarroz dedicó estos versos: “Hemos vivido juntos tanto abismo / que sin ti todo parece superficie […] Hemos callado y hablado tanto juntos / que hasta callar y hablar son dos traiciones”.
A ella le escribió esto: “Un amor más allá del amor, / por encima del rito del vínculo, / más allá del juego siniestro/ de la soledad y la compañía. // Un amor que no necesite regreso, / pero tampoco partida. // Un amor no sometido/ a los fogonazos de ir y de volver, / de estar despiertos o dormidos, / de llamar o callar. // Un amor para estar juntos/ O para no estarlo, / pero también para todas las posiciones intermedias. // Un amor como abrir los ojos. / Y quizá también como cerrarlos”.
Juarroz participó en el Festival Internacional de Poesía organizado por Homero Aridjis en agosto de 1987. Autografió su antología, muy sorprendido: “…encontrándonos en una noche de poesía, que ha de prolongarse en estas páginas”.
Progresivamente llegaron a México Poesía y creación (1980), los diálogos con el crítico Guillermo Boido, la Séptima poesía vertical (1982) y Poesía y realidad (1992), su discurso de ingreso a la Academia Argentina de las Letras.
Ese mismo año, Francisco J. Cruz Pérez publicó otra antología más extensa en España, con algunos textos inéditos de la Duodécima poesía vertical. Y en 1994 fue posible leer, en la Universidad Iberoamericana, la recopilación de Monte Ávila (1976), que incluía hasta el sexto volumen.
Por otra parte, comenzaron a acumularse algunos textos críticos, no tan extensos, como el de Ramón Xirau. Más tarde, Alejandro Toledo y Daniel González Dueñas se acercaron a Juarroz y lo entrevistaron a conciencia, sin olvidar a Porchia.
Adelantaron entrevistas en Sábado y Tierra Adentro, hasta que en 1998 dieron a conocer La fidelidad al relámpago. Conversaciones con Roberto Juarroz, adonde antologaron generosamente a ambos.
Mientras tanto, Vuelta siguió publicando nuevos poemas y en marzo de 1994 apareció una sólida entrevista con Manuel Ulacia (1953-2001). Otra revelación posterior a la lectura de su prosa de poeta sumamente consciente de su quehacer.
Como profundo escritor, su reflexión era puntual, exacta, informada, pero también perturbadora, enunciadora y sobre todo reconciliadora de opuestos: “Siempre he creído que la poesía está hecha de palabras y de silencio. ¿De qué silencio? Solamente del silencio que se sugiere, de aquello que no se explica, que queda como eco en el lector; el silencio que permanece entre las palabras, un silencio casi material, físico, que nos permite hablar. Porque sólo con sonidos no podríamos hacerlo, ni tampoco con silencios únicamente”.
Otro hecho se agregó para comprender la relación de esta poesía con lo religioso o lo sagrado: su participación en 1989 en las jornadas de estudio “Presencia de Dios en la poesía latinoamericana. Dios siempre vivo”, organizadas por la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en octubre de 1988.
La ponencia de Juarroz, “Realidad, otredad y trascendencia en Poesía vertical”, sorprende ampliamente por la manera desenfadada y valiente con que acerca al tema de Dios sin el temor intelectual para referirse a ello. En esa reunión también estuvo presente el poeta y ensayista Gabriel Zaid.
En marzo de 1995 se informó su muerte, acaecida el día del cumpleaños de Octavio Paz. Xirau publicó una nota en “El Semanario” de Novedades, y Vuelta otra donde informaba brevemente sobre su fallecimiento.
Antes, en 1993, apareció su poesía completa en dos tomos. En “El pozo y la estrella”, Paz dio testimonio de su contacto con Juarroz y recordó algunos detalles biográficos poco conocidos:
Estaba enamorado del arriba y del abajo, del agua profunda y quieta del pozo y de los astros. Que vislumbramos en lo alto de una torre. Tema único y doble: la geología del ser, la astronomía del espíritu. Visión del poeta que ve, hacia abajo, desde arriba y desde abajo, hacia arriba: del cuerpo a la mente y de la mente a las pasiones, esas realidades que nos parecen quimeras y que son, a un tiempo, intangibles y palpables. Visión unitaria: el arriba y el abajo, sin jamás fundirse del todo, se contemplan interminablemente. Contemplación que es el diálogo del hombre consigo mismo y con el universo.
A fines de 1998 llegó a México la segunda edición de la poesía reunida con el agregado de la Decimocuarta poesía vertical, volumen póstumo preparado por Cerrato quien escribió una historia del mismo.
En un curso de posgrado, la Dra. Fabienne Bradu compartió el libro de Michel Camus (2001) en francés, lector de larga trayectoria de esta obra, quien atendiendo a sus tendencias “metafísicas” escribió: “La poesía [de Juarroz]… se libera del impasse de las contradicciones entre realidad y ficción, real e irreal, vida y muerte. Y es a través de esto que accede, desde el lado de la fuente inagotable, a su tercera dimensión: la de la transparencia infinita”.
El escritor colombiano Mario Eraso defendió su tesis doctoral, Roberto Juarroz: la comunión de las formas (2008), en El Colegio de México, publicada en 2017 en su país.
Dos de sus mayores aportaciones son el señalamiento sobre la influencia de Paul Celan en el autor argentino y la presentación de varios poemas que fueron descartados de la Poesía vertical.
Posteriormente, han aparecido otros títulos, La poesía vertical de Roberto Juarroz. Aproximación a su tercera dimensión poética (2008), de Clea Rojas Freites; la abarcadora antología de Diego Sánchez Aguilar (Cátedra 2012), con un prólogo amplio e infirmado; y Romper el límite. La poesía de Roberto Juarroz (2022), de Alfredo Saldaña Sagredo.
Otros abordajes importantes son los de Alejandra Pizarnik (su entrevista de 1967 es honda e hiperlúcida), Pablo Antonio Cuadra, Thorpe Running, Francisco Rivera, Leo Pollmann y Santiago Kovadloff.
La lectura de Poesía vertical ha sido sosegada y puede transcurrir con fuertes altibajos, pues se trata de una experiencia abrumadora que exige concentración, calma, observación y reflexión a fin de sintonizar con ella en profundidad.
Demanda tiempo y dedicación, pero, a cambio, proporciona una carta de navegación para seguir inmerso en los cruces de caminos y de temas, afines a una orientación que busca la trascendencia o que se asoma a ella, al menos. Su lenguaje y su estructura son un inmenso desafío para la lectura.
Acaso estas palabras de Sánchez Aguilar sirvan para concluir este texto con decoro: “Su estilo tiene, en definitiva, la misma característica que todo su imaginario y el pensamiento asociado a él: un estilo vertical, originario, en que la realidad nunca está afirmada y aceptada, sino puesta en duda, abierta, desnombrada, pero con la intención de abrir el espacio olvidado del ser o del origen como ausencia”. Y este fragmento de la última poesía vertical, póstuma: “Apagar la luz, cada noche, / es como un rito de iniciación: / abrirse al cuerpo de la sombra, / volver al ciclo de un postergado aprendizaje: recordar que toda luz / es un enclave transitorio”.
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