El taller

“Lo que debe saber, en una sola visita y a un módico precio”. Así se anunciaba un psicólogo bastante singular.

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Tenía más detractores que defensores —dentro y fuera de la profesión—, lo cual, paradójicamente, hacía aún más tentadora la idea de consultarlo.

Felipe oyó hablar de él en un momento en que atravesaba un conflicto puntual, y no tardó en buscarlo.

Psicólogo Luis Ridruejo. Calle Amparo, 7. Sevilla.

Al llegar, se encontró con un gran rótulo: Luis Ridruejo. Pero, justo al lado, podía leerse también: Taller mecánico.

— ¡Señor Ridruejo! —llamó desde la entrada de un local repleto de coches y olor a aceite.

— ¡Voy enseguida! —respondió una voz desde el fondo.

Un hombre apareció limpiándose las manos con un trapo grasiento.

— ¿El psicólogo señor Ridruejo?

— Sí, yo mismo. No se sorprenda: la psicología sola no daba para mucho. ¿Qué le trae por aquí?

— Pues… un problemilla.

— Bien. Le explicaré cómo trabajo: en una sola visita le diré lo que considero la verdad. Algunos se marchan molestos, otros lo hacen pensativos pero agradecidos. A los primeros no les cobro nada; a los segundos, lo que quieran dejarme. Y ninguno regresa: jamás he visto dos veces a un mismo cliente.

— ¿Y por eso también es mecánico?

— Digamos que nadie ha vivido nunca de decir la verdad. Yo solo distingo dos actitudes: los que vienen con disposición de cambiar y los que no. De los segundos, no me aprovecho prolongando consultas; de los primeros, sé que, conmigo o sin mí, acabarán encontrando su camino.

— Entiendo… La verdad es que me impone respeto, pero usted me inspira confianza.

— ¿De veras?

—Sí.

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