Todos esos elementos químicos que forman nuestro cuerpo se encuentran también en el “polvo de la tierra”, tal como sugiere el libro bíblico de Génesis.
Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. (Génesis 2:7).
Hoy sabemos que cerca del 99% de nuestro cuerpo está hecho solamente de cuatro elementos químicos: carbono (C), hidrógeno (H), oxígeno (O) y nitrógeno (N).
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Estos elementos se encuentran en todos los seres vivos ya que forman parte de prácticamente todas las biomoléculas. El 1% restante lo constituyen otros elementos poco abundantes en el cuerpo, como el fósforo (P), el azufre (S), el sodio (Na), el calcio (Ca), el magnesio (Mg), el cloro (Cl) o el potasio (K), entre otros.
Pues bien, todos estos elementos químicos que forman nuestro cuerpo se encuentran también en el “polvo de la tierra”, tal como sugiere el libro bíblico de Génesis.
Por supuesto, en la corteza terrestre existen otros muchos elementos químicos que no forman parte del cuerpo humano. El famoso astrónomo Carl Sagan decía que “somos polvo de estrellas” porque los elementos que nos constituyen se formaron en el corazón de las estrellas.
El nitrógeno del ADN, el calcio de los dientes, el hierro de la sangre o el fósforo de los huesos, se formaron en el núcleo de estrellas que, millones de años después, estallaron dando lugar a supernovas, que los lanzaron al espacio.
Actualmente, los cosmólogos creen que el 9,5% de los átomos humanos se formaron en la gran explosión del Big Bang; el 1% de nuestros átomos son parte de la explosión de enanas blancas; el 16,5% de nuestros átomos son producto de la muerte de estrellas de baja masa y el 73% de los átomos del cuerpo provienen de la explosión de estrellas masivas.
¿Cómo llegaron dichos elementos, desde el núcleo de las estrellas, a formar parte de los planetas, de los seres vivos y de nuestros propios cuerpos?
La estrella más cercana a la Tierra, el Sol, tiene una masa que le permite fusionar hidrógeno y convertirlo en helio. El Sol produce cada segundo 695 millones de toneladas de helio a partir del hidrógeno.
Más tarde podrá fusionar helio y generar carbono o incluso oxígeno. Sin embargo, otras estrellas que posean más masa que el Sol serán capaces de generar muchos más elementos químicos, incluso el níquel o el hierro.
Se dice que una estrella “muere” cuando estalla violentamente, arrojando estos elementos químicos al espacio y convirtiéndose en una supernova o en una enana blanca. En esos momentos, alcanzan temperaturas tan elevadas que forman elementos químicos como el titanio, el cromo o el yodo.
Durante mucho tiempo, el cosmos ha estado produciendo estrellas que al morir nos han dado los elementos químicos que nos permiten vivir. A ellas les debemos el hierro de la sangre que corre por nuestras venas, el carbono de las proteínas que realizan todas las funciones vitales, el calcio de nuestros huesos, el oxígeno del aire que respiramos y, en fin, un largo etcétera.
Se cree que el polvo (rico en elementos químicos) lanzado al espacio en estas explosiones estelares se fue condensando y agrupando poco a poco, por acción de la gravedad, hasta formar los planetas y todo lo que éstos contienen.
Curiosamente, la Biblia dice también que Dios “formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7).
El polvo de las estrellas nos dio los elementos necesarios que requieren nuestros cuerpos materiales, pero, según la Biblia, sólo el soplo divino nos convirtió en seres vivientes y nos abrió la puerta al espíritu y a la trascendencia. Por tanto, somos mucho más que simple polvo de estrellas…
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