Luces en el mar

En las noches tranquilas y calurosas del verano, quienes caminan por la orilla de las costas atlánticas de la península ibérica pueden observar un fenómeno sorprendente.

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En ocasiones, cuando rompen las olas sobre la arena de la playa, aparecen unos minúsculos destellos luminosos de color verdoso o azulado. Se diría que son chispas de algún extraño fuego artificial submarino.

En realidad, estos destellos fosforescentes provienen de un microbio acuático llamado “noctiluca” (del latín nox, noctis, noche y lucere, brillar). Se trata de un organismo unicelular que la zoología clasifica dentro de los protistas marinos dinoflagelados.

El misterio de sus destellos luminosos reside en que, en ocasiones, se le adhieren algas simbióticas que poseen un enzima especial. Cuando este enzima entra en contacto con el oxígeno del aire, produce un destello de luz bioluminiscente.

Esto suele ocurrir en millones de microbios a la vez, lo que genera ese curioso espectáculo de pequeñas lucecitas sobre las olas.

Una cucharada de agua saturada de noctilucas y vertida en una botella de vidrio puede proporcionar, si se agita bien, suficiente luz como para observar el reloj de pulsera a medianoche.

El Señor Jesús dijo en cierta ocasión a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt. 5:14). La luz de una nocticula aislada puede pasar completamente desapercibida en medio de la inmensidad del océano.

Sin embargo, cuando millones de ellas se agrupan, pueden irradiar maravillosos destellos capaces de llamar la atención de los humanos que pasean por las playas.

Lo mismo pasa con los cristianos cuando se unen para testificar de su fe en Jesucristo. Se convierten en luces centelleantes que iluminan el mundo.