Tiempos difíciles

Las amebas son microbios que se clasifican entre los protozoos y suelen estar formados por una única célula que es capaz de moverse y cambiar de aspecto continuamente. Pueden deformarse mediante la emisión de falsos pies o pseudópodos para capturar a otros organismos más pequeños, como algas, bacterias, ciliados, flagelados, etc., de los que se alimentan. A esta manera de nutrirse se le llama fagocitosis. Suelen vivir en las aguas estancadas, en el cieno, donde hay vegetales en descomposición e incluso en el intestino de animales y humanos, si es que éstos han sido parasitados y sufren una amebiasis. Actualmente, ésta puede curarse mediante medicamentos adecuados.

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¿Qué les pasa a las amebas cuando los charcos en los que viven se evaporan y secan? Lo lógico sería pensar que mueren por deshidratación. Sin embargo, esto no ocurre ya que disponen de un mecanismo que les permite sobrevivir en estado de vida latente. Al detectar que les falta el agua, se acomodan a su nueva situación, recogen los pseudópodos, adoptan una forma esférica, endurecen su membrana y se convierten en un quiste, que permanece durante meses en la tierra seca hasta que vengan tiempos mejores y vuelva a llover. También es posible que el viento lo levante del suelo y transporte por los aires hasta alguna otra charca o cenagal, donde encuentre de nuevo las condiciones adecuadas para vivir. Si esto ocurre, el quiste se abrirá y la ameba comenzará otra vez a desarrollarse. ¿Quién hubiera imaginado semejante estrategia en un organismo que carece de cerebro y de sistema nervioso?

Las amebas son un ejemplo para nosotros. ¿Sabemos adaptarnos a los tiempos difíciles? ¿Cómo reaccionamos ante las adversidades de la vida? ¿Culpamos siempre a Dios de nuestros males o, por el contrario, acertamos a darle gracias en todo tiempo y en toda situación? Tal como nos exhorta el apóstol Pablo: “Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Ts. 5:16-18).