La oveja sin nombre

Había una vez un pastor que quería mucho a sus ovejas. Las cuidaba y les ponía un bonito nombre nada más nacer. Todos los nombres tenían un significado muy especial.

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Sin embargo, había una, la más pequeñita, que no tenía nombre. Y esto la confundía mucho.

Cuando alguien le preguntaba:

—¿Cómo te llamas?

Siempre respondía:

—Mmmm... Beee. No sé. Beee. Me llamo... ¡Oveja!.

Y todos se reían de ella.

—¿Cómo te vas a llamar oveja? - le decían - ¡Si todas somos ovejas!

Un día, después de pastar, se quedaron a pasar la noche cerca de Belén.

Esa noche la ovejita no podía dormir. ¡Tenía mucho frío! Se acurrucaba junto a las demás ovejitas ¡pero nada! ¡No conciliaba el sueño!

Entonces, de repente, vio alrededor de los pastores una luz resplandeciente.

Brillaba mucho.

Muchísimo.

¡Un montón!

—¡Despertad! Beeee ¡Despertad! ¡Despertad! -gritó la oveja a sus compañeras- ¡Mirad! ¿Qué es eso? Beeee ¡Los pastores están muy asustados!

—¡Cállate ovejita! ¡Parece un ángel! Beee -dijo una oveja anciana- ¡Shhhhh! Escuchemos qué dice...

El ángel contó a los pastores que había nacido el Hijo de Dios. ¡Qué noticia más impresionante! Estaban asombrados.

Entonces, junto a sus ovejas, fueron al lugar donde el ángel les había indicado. Se trataba de un pesebre.

Al llegar vieron a María y José junto al bebé. Le habían llamado Jesús.

La ovejita, en silencio, se acercó a verlo.

—Es tan pequeñito... -dijo con ternura-. Pero ¡Es el hijo de Dios! ¡Qué afortunada soy de poder conocerlo!

¡Dios había cumplido su promesa! Su pastor siempre decía que un bebé vendría a salvar a la humanidad.

Antes de volver el pastor cogió a su oveja sin nombre.

—Ya sé cómo te voy a llamar. Te llamaré Esperanza porque hoy ha nacido la esperanza que el ser humano necesitaba -le dijo dándole un abrazo.

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Y así fue como la ovejita consiguió su nombre. Un nombre que refleja la firmeza de las promesas de Dios.