Yugo

En su incipiente juventud, y con la expectativa de buscar pareja, preguntó al pastor de su iglesia por qué la necesidad de que fuera también creyente.

― ¿Te imaginas un yugo llevado por un burro y un buey para arar la tierra? Se harían mal el uno al otro. Es mejor que los dos vayan al unísono.

―Creer sería la condición.

―Pero en el sentido más real del término, piensa que también los demonios creen y tiemblan, decir de boquilla que se cree no es garantía de nada, hay mucho religioso que anda suelto. Ni aun procediendo de la membresía de una iglesia cristiana.

―Entonces, si no me puedo fiar de los que dicen creer, ni de los apuntados a una iglesia, ¿qué criterio adoptar para cribar el mundo y que dé como resultado mi potencial pareja?

―Ten presente que el pueblo de Dios no podía unirse a parejas de las naciones vecinas. Y cuando lo hicieron recuerda que en Esdras hubieron de abandonarlas y en algún caso a sus propios hijos, ante la demanda divina.

―El campo se limita.

―Sí, pero recuerda que os evitaréis numerosos problemas, para ti y para una posible pareja “incrédula”. ¿O es que acaso ignoras que convivir con la luz no va a ser molesto para quien ya le va bien las tinieblas?

―Entonces, ¿cuál es el criterio definitivo?

―El amor…, el que ama ha conocido a Dios, porque Dios es amor.

― ¡Por fin! Hemos llegado a buen puerto.

―No del todo: piensa que, aparte del dinero, lo más falsificado en este mundo es el amor. Hay cosas muy parecidas al amor, muchos sucedáneos, mal que nos pese. Hay quien aún “amando mucho” se ama más a sí mismo, y eso no cuenta.

―Ya volvemos. Pero si hay expresiones objetivas de afecto, ¿qué más queremos? ¿Por qué seguir hurgando? ¿Para qué mirar más allá?

―Escucha, el amor se expresa de múltiples formas, pero todas las infinitas expresiones de afecto juntas no dan como resultado amor. Y al paso de los años se manifiesta la naturaleza de cada uno ya de modo indubitable y a veces irresoluble.

― ¡Yo me retiro! Ni los que dicen creer, ni los afiliados a iglesias, ni los que dicen amar… entonces ¿quién queda?

―Queda tu vida en manos del buen Dios. Paciencia y fe. Puede parecer enrevesada esta explicación, pero el problema no lo pone Dios, lo ponemos nosotros cuando decidimos engañarnos.

―Entonces, pastor…, ¿y de mí? ¿Me puedo fiar de mí?

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