Las aguas produjeron todo ser viviente

Cuando Dios ordenó a las aguas de los mares que produjeran seres vivientes, unas de las especies que aparecieron fueron las tortugas marinas, esos escasos reptiles acuáticos que existen todavía por toda la Tierra. El Creador pudo haber empleado para ello no sólo medios sobrenaturales sino también naturales. Actualmente se conocen sólo siete especies diferentes, repartidas por los océanos del mundo. Sin embargo, en el pasado, a finales del período Cretácico, hubo otras de gran tamaño que alcanzaban casi cuatro metros de longitud y que ya se extinguieron, como el extraordinario “Archelon”, de cuatro metros de longitud, cuyos restos fósiles se encontraron en Kansas y Dakota del Sur. 

[photo_footer]Esqueleto fósil de “Archelon” en el American Museum of Natural History de New York. / Antonio Cruz.[/photo_footer]

Hace un par de meses, después de dar un ciclo de conferencias apologéticas en varios países del continente americano, tuve la oportunidad de bucear y fotografiar algunos ejemplares de tortuga carey (Eretmochelys imbricata) en aguas del Caribe. Los encuentros submarinos con esta especie son siempre gratificantes y extraordinarios. Se trata de un animal que carece de dientes, en vez de ellos posee un pico córneo que le resulta muy eficaz para alimentarse de su comida favorita: esponjas y medusas. Es capaz incluso de comer esponjas tóxicas y medusas muy venenosas como la carabela portuguesa (Phisalia phisalis) sin padecer el más mínimo efecto secundario. Eso sí, mientras lo hace, cierra fuertemente los párpados para que las toxinas no le dañen los ojos.

[photo_footer]Esqueleto fósil de “Archelon” en el que puede apreciarse su considerable tamaño. / Wikimedia Commons.[/photo_footer]

El caparazón está soldado con el esqueleto y constituido por medio centenar de huesos, por lo que se podría decir que es un vertebrado de esqueleto externo, casi como los insectos, arácnidos y demás artrópodos. Es un esqueleto que les protege bien de posibles depredadores. Pueden vivir entre 150 y 200 años nadando por los mares del mundo. Se orientan usando el campo magnético de la Tierra como brújula y las hembras saben volver siempre a la playa que las vio nacer, para depositar los huevos bajo la arena. El sexo de las crías dependerá de la temperatura de la arena. Si ésta es baja, nacerán machos y si es más alta, hembras. De ahí el peligro que supone para esta especie el cambio climático ya que, al aumentar la temperatura, únicamente nacerían hembras, lo que podría extinguir las poblaciones. Además, también constituye un peligro crítico el tipo de pesca indiscriminada que se practica en la actualidad.

[photo_footer]La tortuga carey puede sumergirse en los océanos Atlántico, Índico y Pacífico hasta unos 70 metros de profundidad, aunque prefiere profundidades mucho menores en los arrecifes de coral. / Antonio Cruz.[/photo_footer]

La capacidad de estos animales para orientarse y regresar, después de toda una vida de navegación por los océanos, al mismo lugar exacto donde nacieron, constituye un buen ejemplo para nosotros. Hay muchas personas, incluso creyentes, que no saben orientarse en la vida y que se dejan arrastrar por cualquier ideología novedosa de este mundo. Son como niños fluctuantes e inmaduros que cambian continuamente su manera de pensar y actuar. 

El apóstol Pablo se refiere precisamente a este comportamiento erróneo en su carta a los efesios y les dice: “para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Ef. 4:14-15). En la época del apóstol, los maestros del error eran los gnósticos que se habían infiltrado en las iglesias y generaban falsas doctrinas espiritualistas que confundían a los creyentes desprevenidos. Sin embargo, en la actualidad, las ideologías contrarias al cristianismo son legión y pueden también desviarnos de nuestra auténtica misión. De ahí la necesidad de seguir la verdad con amor y de escudriñar toda ideología “con linterna”, como se dice en el libro de Sofonías (1:12), a propósito del castigo a los dirigentes malvados de Jerusalén.

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