Ambivalencia de la dedalera

La dedalera (Digitalis purpurea) es una planta de bellas flores rosas que forman racimos colgantes de aspecto tubular. De ahí su nombre común, que recuerda los dedales con que antiguamente se protegían los dedos las modistas y los sastres. Es una especie nativa de Europa, noreste de África, así como Asia central y occidental. Sin embargo, fue introducida también en América, donde se la suele encontrar desde Chile y Argentina hasta Colombia. Precisamente tomé esta imagen en el Jardín Botánico de Bogotá.

Al ser una especie tan estética, se la ha cultivado como planta ornamental y se han obtenido diversas variedades con flores blancas, púrpuras, grandes y pequeñas. También se ha venido usando en medicina, desde la época de los antiguos egipcios, ya que sus hojas contienen una poderosa toxina, la “digitalina” que afecta al funcionamiento del corazón. De ahí que tradicionalmente se haya usado para el tratamiento de la arritmia cardíaca. Sin embargo, sus hojas son muy venenosas y pueden provocar la muerte si se las consume.

La ambivalencia de la dedalera, que muestra externamente su esplendor y belleza natural, pero a la vez es portadora de un veneno letal, me hizo pensar en la naturaleza moral del propio ser humano. A veces nos portamos como auténticos ángeles que derrochamos amor y solidaridad hacia nuestros congéneres. Es la cara ética más reluciente del Homo sapiens. Sin embargo, también atravesamos por momentos oscuros en los que el odio, la violencia y la masacre homicida afloran por doquier y contribuyen a transformarnos en auténticos lobos para el hombre. Se trata de lo que expresaba el apóstol Pablo al decir: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Ro. 7:15). Y su respuesta apuntaba hacia el pecado que mora en el alma de cada uno de nosotros. ¿Es posible limpiar de alguna manera esa mancha negra que nos hace tan ambivalentes? Sólo hay una fórmula eficaz: la sangre de Jesucristo.

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