Para Nicholas Winton, “si algo no era imposible, entonces debía haber una forma de hacerlo”. Estos son los únicos que ganan, los que en medio de la muerte traen vida. Y Cristo, como dice la Palabra, es las primicias.
En ocasiones, parece que para buscar la reflexión en una película uno debe alejarse de las grandes producciones, las caras conocidas y toda esa aura que envuelve Hollywood. Solo ya en lo independiente y poco conocido nos encontraremos con producciones que nos hagan descubrir algo en el cine, y con historias que nos enseñen a pensar.
Nada más lejos de la realidad. Se trata más bien de una cuestión de saber escoger. Rasgar la superfície para no quedarse con lo básico, o simplemente huir ante aquello que de por sí genera rechazo, y así encontrar el valor de ciertas historias, incluso en el ámbito comercial de las producciones millonarias.
Debo confesar que algo así me ha ocurrido con Los niños de Winton (en inglés One Life), que narra la historia de Nicholas Winton, un agente de bolsa británico que ayudó a 669 niños judíos a huir de Praga durante el proceso de ocupación nazi, y a encontrarles familias de acogida en Reino Unido.
[photo_footer]Anthony Hopkins da vida al personaje de Nicholas Winton. / Fotograma de la película, Prime Video.[/photo_footer]
Es fácil sentir cierto dilema a la hora de escoger o no un biopic. De algunos personajes se ha hablado y escrito tanto que uno nunca sabe qué más esperar que se diga acerca de ellos. Hay muchas historias de individuos que destacaron en la Segunda Guerra Mundial por distintas formas de heroísmo o resistencia, de manera que, al final, es fácil cansarse ante tantos destacados. Y más, con esos aires de solemnidad con que Hollywood suele presentar esta clase de historias.
Nicholas Winton, en nuestro contexto, es una figura relativamente desconocida, y su trabajo con los niños es diferente de la actividad militar o espía. De hecho, en la película no se ve ni una sola escena de combate. Algo que puede recordar un poco a The Imitation Game, la película que llevó a Alan Turing y su máquina Enigma a la gran pantalla.
Es cierto que la cuestión del rescate de judíos a manos de un civil encontró su punto álgido, quizá en La lista de Shindler, de Steven Spielberg. En este sentido, la película que James Hawes hace sobre Winton es más modesta y familiar a la vez. Por supuesto, el Nicholas Winton que interpreta Anthony Hopkins es el gran protagonista, y otros rostros cobran fuerza, como el de Helena Bonham Carter dando vida a Babi Winton, la madre de Nicholas. No obstante, los niños aparecen como la fuerza motriz de la película, y también como su público objetivo, ya que no hay escenas de violencia en toda la película.
La película de Hawes, ya sea por coincidencia o con intencionalidad, aborda una cuestión central en el debate sobre migraciones: el lugar de los llamados “menores extranjeros no acompañados”. Las trabas burocráticas del principio dan paso a trenes cargados de niños y a un sistema de acogida del que el propio Winton se encarga junto a su madre ya en suelo británico. Cuestiones como la integración de esos menores, que hacen su vida ya en Reino Unido, aparecen presentes en la historia.
Una idea resulta específicamente pertinente respecto al debate actual sobre las migraciones: el de los “refugiados” es la evidencia de un conflicto entre ‘hermanos’ que ha caracterizado de forma permanente a la humanidad. Después de la maldición de trabajar la tierra con el sudor de la frente (Génesis 3:18-19), viene el conflicto entre hermanos (Génesis 4). La lucha por lo mejor de la tierra se traduce en una convivencia violenta y hostil, marcada en última instancia por la eliminación de la vida ajena. “Seré errante y extranjero en la tierra” (4:12), dice Caín antes de que comience una saga de ciudades (fortificaciones) y de nombres (Lamec) que viven generando siempre hostilidad y protegiéndose de lo mismo que provocan.
[photo_footer]Winton organizó no solamente el transporte de los niños desde Praga, sino su acogida entre distintas familias en Reino Unido. / Fotograma de la película, Prime Video.[/photo_footer]
Pero, además del drama se los refugiados, la película de Hawes sobre la historia de Winton contiene esa intencionalidad (habitual en cualquier biopic) de motivar al activismo. De hecho, los guionistas recogen una de las citas más conocidas de Winton en la realidad, y la parafrasean. “Si algo no es imposible, entonces debe haber una forma de hacerlo”.
El problema de quedarse uno mismo con estas ‘perlas’ es que, a menudo, acaban generando frustración. Los buenos deseos de juventud deben ir madurando a medida que se abre paso lo adulto y se descubre la complejidad tanto de las responsabilidades como de las circunstancias. Por eso debemos ser responsables con aquello que deseamos y reconocer el lugar que puede ocupar el valor del evangelio en nuestra propia vida. Es el “tesoro” en el que uno pone el “corazón”, como enseña Jesús en el evangelio (Mateo 6:21).
Solamente de esta forma, puede uno sobreponerse a las frustraciones y el hastío que acompaña el paso de las distintas etapas de esta vida, y no perder el norte. Si reconocemos que nuestro contexto sigue siendo el de la hostilidad que alcanza la muerte, debemos reconocer esa necesidad de vida. Pero, ¿cómo puede dar paso la muerte a la vida? Esto se opone al ciclo de la naturaleza.
Estos, como Winton, son los únicos que ganan las guerras, las crisis, las desigualdades, la hostilidad, etc. Los que en medio de la muerte salvan vidas. Los hacedores de lo imposible. Pero esto trasciende una motivación simplemente ética o humanista. El evangelio presenta a Cristo como aquel que da vida (Juan 5:21) porque Él mismo ha enfrentado la muerte y el pecado en la cruz y ha vencido resucitando, siendo esas “primicias” (1 Corintios 15:20) de los que somos de Él.
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