Sierra Morena

«Giando Sancho sobre su asno, se entraron por una parte de Sierra Morena, que allí junto estaba, llevando Sancho intención de atravesarla toda e ir a salir al Viso, o a Almodóvar del Campo, y esconderse algunos días por no ser hallados si la Hermandad los buscase».

El Quijote, capítulo XXIII, primera parte.

Sierra Morena es la cordillera que separa La Mancha de las provincias de Andalucía. Se llamó Sierra Morena por el color oscuro que presentaba a los manchegos en el horizonte.

«Así como Don Quijote entró por aquellas montañas, se le alegró el corazón, pareciéndole aquellos lugares acomodados para las aventuras que buscaba».

Caballero y escudero íbanse poco a poco entrando en lo más áspero de la montaña. Sancho iba muerto por conversar con Don Quijote. El caballero le dice: «Ya entiendo, Sancho; tu mueres porque te alce el entredicho que te tengo puesto en la lengua. Dale por alzado y di lo que quisieres, con condición que no ha de durar este alzamiento más de en cuanto anduviéramos por estas tierras». Don Quijote parecía ignorar que no hay rato más entretenido ni más aprovechado que una conversación entre dos.

»Llegaron, en estas pláticas, al pie de una alta montaña, que, casi como peñón tajado, estaba sola entre otras muchas que la rodeaban. Corría por su falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su redondez un prado tan verde y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban. Había por allí muchos árboles silvestres y algunas plantas y flores, que hacían el lugar apacible». Este sitio escogió el Caballero de la Alegre Figura para hacer su penitencia.

Y la hizo.

Se desnudó. Quedó en carne y en pañales. Acto seguido «dio dos zapatetas en el aire y dos volteretas, la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que por no verlas Sancho se volvió a Rocinante, jurando que su amo estaba loco».

Dice Unamuno que «esas zapatetas, sin más ni más en el aire, y esos rezos, suspiros e invocaciones, son ejercicio espiritual para arremeter molinos, alancear corderos, vencer vizcaínos, libertar galeotes y ser por ellos apedreados. Allí, en aquel retiro, y con aquellas zapatetas, se curaba de las burlas del mundo, burlándose de él, y desahogaba su amor; allí cultivaba su locura heroica con desatinos en seco».

Así como Don Quijote acabó de dar las volteretas de medio abajo desnudo y de medio arriba vestido, le dio por imitar a Amadis de Gaula. Lo que más hizo este caballero fue rezar y encomendarse a Dios.

Pero ¿cómo imitarlo si no tenía rosario? «En esto le vino al pensamiento cómo lo haría, y fue que rasgó una gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando, y dióle once nudos, el uno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de avemarías».

Rueda Contreras afirma en Los valores religiosos de El Quijote que «no existe religiosidad sin oración». Francisco Rico ve en esa supuesta penitencia una burla más en la religión, con un rosario hecho de su propia camisa y el rezo exagerado de un millón de avemarías, algo imposible dado el tiempo que pasó en Sierra Morena, que para Don Quijote fueron tres días y para el control del tiempo que llevaba Sancho, sólo una hora. Según Martín de Riquer, la Inquisición portuguesa censuró el episodio de los rezos del Caballero andante, especialmente el hecho de hacer un rosario con jirones de su camisa.

Terminado el rezo, Don Quijote se dedicó a pasear por el prado, entreteniéndose en escribir versos acomodados a su tristeza y a Dulcinea del Toboso que grababa en la corteza de los árboles. Uno de estos versos se lee así:

Buscando las aventuras

por entre las duras peñas,

maldiciendo entrañas duras,

que entre riscos y entre breñas,

halla el triste desventuras,

hirióle amor con su azote,

no con su blanda correa;

y en tocándole el cogote,

aquí lloró Don Quijote

ausencias de Dulcinea

del Toboso.

Cervantes, el mejor de los novelistas, no fue el mejor de los poetas.

Concluye el capítulo 26 en la primera parte del Quijote con la llegada de Sancho a la venta donde había sucedido la desgracia de la manta. Allí se encuentra con dos personajes muy conocidos por él: el cura y el barbero del lugar de Don Quijote. Los mismos que hicieron el escrutinio y acto general de los libros del Caballero de la Alegre Figura. Al preguntarle a Sancho dónde estaba su amo, respondió: «Mi amo queda haciendo penitencia en la mitad desta montaña, muy a su sabor». Penitencia.

El concepto bíblico de penitencia se sitúa en puntos precisos: dolerse íntimamente, practicar ejercicios de mortificación, arrepentirse, deseo de reparación del mal hecho y propósito de no volver a hacerlo. Está latente la metáfora del camino. El ser humano equivoca muchas veces su meta y tiene que volver atrás. En una de sus oraciones, el profeta Daniel, ejercitando la penitencia, confiesa:

«Volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza». (Daniel 9: 3).

En el Nuevo Testamento, Juan el Bautista predica la penitencia como un viraje de vida completo: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado…. Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento». (Mateo 3: 2-8). Jesús no cambia de tono. Insistiendo en la penitencia del ser caído, dice: «No he venido a llamar a los justos, sino a pecadores al arrepentimiento». (Lucas 5: 32).

En ningún lugar de la Biblia se dice que para confesar los delitos se tenga que hacer con un rosario y rezando un millón de avemarías, tal como Cervantes impuso a su héroe.

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[title]Por un año más[/title]

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