Una reseña de la película Romper el círculo, de Justin Baldoni.
¿Qué sucede cuando la verdad se nos revela en toda su crudeza, sin los velos que solemos interponer para suavizarla? ¿Qué ocurre cuando, en lugar de aferrarnos a nuestras pequeñas justificaciones, miramos de frente a las heridas que intentamos ignorar? Vivimos tiempos en los que la verdad parece una construcción a punto de derrumbarse, ajustada a nuestros deseos o a lo que el mundo nos dice que es soportable. Nos hemos acostumbrado a caminar en un frágil equilibrio entre el bien y el mal, convenciéndonos de que lo que decidimos nos basta, que nuestras propias fuerzas son suficientes para llevar la carga que pesa sobre nuestros hombros.
Pero, ¿es posible liberarse del dolor y la culpa sin enfrentarnos a la realidad más profunda de nuestra condición? ¿Podemos, por nosotros mismos, romper el bucle de sufrimiento que parece inquebrantable? Y si lo intentamos, ¿dónde acaba nuestra resistencia y comienza la necesidad de algo más, de un redentor que no seamos nosotros mismos?
La historia de Lily Bloom, nuestra protagonista, es la de una mujer atrapada entre dos mundos: el del amor y el del dolor, el de la esperanza y el de la violencia. Una narrativa muy influenciada por la superficialidad de las redes sociales, que contiene una sucesión de giros y decisiones aparentemente inevitables y se resuelve dentro de un marco puramente humano, secular. Sin embargo, al observarla desde una perspectiva cristiana, emerge con claridad una verdad aún más potente: la redención no es algo que podamos construir con nuestras propias manos.
Ryle Kincaid, el apuesto neurocirujano que consigue abrir el corazón de Lily, es, en muchos aspectos, el hombre moderno: brillante, exitoso, aparentemente dueño de su vida. Pero detrás de su fachada encantadora se oculta un ser incapaz de controlar su ira, de gestionar su dolor, de amar de manera plena. Ryle no solo falla como marido, sino que fracasa espiritualmente. Su amor está corrompido por su violencia, por una incapacidad de ver a Lily como alguien digno de ser cuidada, respetada, protegida. La enseñanza cristiana nos muestra un ideal muy distinto: “Amad a vuestras mujeres, asícomo Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella”. El esposo debe sacrificarse por su esposa, en ningún caso dañarla con su ira.
El pecado de Ryle no es solo un desliz moral o un momento de debilidad. Es una traición a lo que significa amar verdaderamente. Su violencia es una manifestación, de nuevo, de su fracaso espiritual, una señal de que ha perdido de vista la fuente de todo amor verdadero: Dios. Y es aquí donde el evangelio desnuda la verdad. Ryle no puede amar porque está separado del Amor, no puede salvar su matrimonio porque no ha sido redimido. Su incapacidad para cambiar muestra lo que la Escritura deja claro: el pecado nos esclaviza, nos arrastra, nos destruye desde dentro si no nos rendimos ante la gracia que solo Cristo ofrece.
Lily, por su parte, lucha incansablemente por encontrar una salida. Quiere escapar de la espiral de abuso que enmarca su vida, no solo por ella, sino por su hija, Emerson. Cada decisión que toma estáimpregnada de un deseo de proteger, de salvar. Pero, a medida que avanza la historia, algo se vuelve cada vez más evidente: Lily intenta redimirse por sus propios medios y, en esa búsqueda, se pierde. La cultura moderna nos dice que todo está en nuestras manos, que si somos lo suficientemente fuertes, si luchamos lo suficiente, seremos capaces de liberarnos. Pero la realidad es otra. La verdad, nuevamente al desnudo, es que no podemos salvarnos a nosotros mismos.
El evangelio nos enseña que la verdadera redención no se encuentra en nuestras propias fuerzas, sino en Cristo: “Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Lily, a pesar de su valentía, a pesar de su deseo de romper el círculo, se enfrenta a un muro insalvable: la naturaleza humana, caída y limitada. La auto-redención que busca no es más que una ilusión. Al final, lo que necesita no es solo fuerza, sino gracia. La redención que anhela no puede venir de ella misma, ni siquiera de Atlas, su primer amor, quien aparece como un faro en medio de la tormenta. Solo Cristo puede ofrecer la verdadera libertad, la que no depende de nuestras decisiones ni de nuestras capacidades.
Lily toma la decisión de divorciarse de Ryle. Lo hace pensando en el futuro de su hija, para que Emerson no repita la historia de su madre. Este es un momento de valentía, pero también es un momento incompleto. Lily actúa desde el amor, sí, pero es un amor que sigue estando teñido por el dolor, por la ausencia de una solución definitiva. En este punto, el evangelio ofrece una respuesta que desnuda la verdad: el amor no puede coexistir con el abuso, pero tampoco puede ser la fuente de nuestra salvación. El amor humano, en su mejor expresión, es solo un reflejo del amor divino, y es en ese amor donde encontramos la liberación completa.
La Escritura nos llama a proteger a los vulnerables: “Aprended a hacer el bien; buscad la justicia, socorred al oprimido”. Lily, al proteger a su hija, cumple este mandato, pero sigue dependiendo de su propia fuerza. Lo que Romper el círculo no propone y, por lo tanto, no muestra, es que solo en Dios se encuentra la redención verdadera. La justicia que Lily busca, la paz que anhela, solo pueden lograrse plenamente cuando uno se entrega al Amor que transforma, que restaura, que cura todas las heridas.
Romper el círculo nos presenta una historia potente de dolor, lucha y superación. Pero, como sucede con tantas narrativas contemporáneas, falta la dimensión más importante: la gracia divina. Sin Cristo, los intentos de redención son solo parches temporales sobre heridas profundas. El círculo del pecado y del sufrimiento no puede romperse sin el poder del evangelio, que revela la verdad de nuestra condición y nos ofrece la única solución: la redención plena en Cristo.
La verdad, cuando se desnuda completamente, no es cómoda. Nos obliga a ver nuestras limitaciones, nuestro fracaso, nuestra incapacidad para salvarnos. Pero también nos muestra algo más: la esperanza de una redención que no depende de nosotros, sino de un Salvador que ya lo ha hecho todo por nosotros.
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