Plasmamos en objetos, lugares e incluso personas lo más íntimo de nuestros anhelos, aunque en realidad los reconocemos en nosotros mismos.
El estreno de la segunda temporada de El Señor de los Anillos: Los Anillos de Poder ya está aquí y su llegada no deja de resultarme de lo más desapercibido. Me cuestiono la estrategia y el márketing, pero también el momento: a la sombra del final de la segunda temporada de La Casa del Dragón, y en una calurosa última semana de agosto.
Quizá mi nostalgia por la trilogía de Peter Jackson (El Señor de los Anillos, no El Hobbit) haya generado cierto prejuicio sobre la macroproducción de Prime Video, pero pienso que hay cierto grado de objetividad al afirmar que la primera temporada ha pasado sin pena ni gloria por la breve historia de las plataformas de contenidos audiovisuales en streaming.
En cualquier caso, lo novedoso de la historia antes de la primera trilogía de Jackson, que en la literatura de Tolkien se recoge principalmente en El Silmarilion, siempre es un factor que llama la atención y poco conocido. Así que no es difícil de imaginar que con esta segunda temporada de Los Anillos de Poder, Primer Video se garantizará algún grado de competitividad con HBO y sus adaptaciones de la literatura de George R. R. Martin.
[photo_footer]J. A. Bayona dirigió dos episodios en la primera temporada. / Fotograma de la serie, Prime Video.[/photo_footer]
Uno de los aspectos que más me llamó la atención de la primera temporada, en comparación con la primera trilogía de Jackson, es el carácter tan imprevisible e inesperado que tiene el poder del mal. La escurridiza figura de Sauron, cuya identidad no conocemos hasta el final de la temporada, provoca una ambigüedad que resulta más compleja de asimilar que, por ejemplo, los bandos tan claramente definidos en la adaptación cinematográfica de Jackson.
El director neozelandés comienza plasmando la fuerza del mal que habita en el anillo y el conflicto que ha enfrentado a las fuerzas de Mordor con el resto de los pueblos libres desde la antigüedad. En Los Anillos de Poder no queda claro de donde procede el mal que uno observa, ni tampoco se entiende con claridad hasta qué punto esperar que aparezcan mayores evidencias de ese mal.
Aunque esto puede incomodar al espectador, dado que el desarrollo de la trama puede hacerse más lento, sí que recoge bien la esencia de la complejidad del mal. Algo mucho más profundo que la clásica visión pagana de una fuerza eterna, impersonal y universal que simplemente existe para oponerse al bien.
Y es que, lo complejo del mal tiene que ver también con su capacidad para sorprendernos. Aunque a menudo estamos familiarizados (en el contexto cristiano) con la idea de un mundo sujetado a la vanidad del pecado, no deja de sorprendernos la expresión de ese mismo pecado a medida que la reconocemos en nuestras vidas y contextos. Pero, sobre todo, cuando la reconocemos en nosotros mismos.
El evangelio revela la salvación de Dios, pero también el pecado sel ser humano y su magnitud. Y en una sorpresa así observamos al Dios Santo y Eterno como el Justo y Misericordioso, incapaz de tolerar el agravio contra su santidad y, al mismo tiempo, proveedor para la necesaria reconciliación con Él.
[photo_footer]La historia que recoge la serie se basa en acontecimiento previos a la primera trilogía de Peter Jackson en el cine. / Fotorgama de la serie, Prime Video.[/photo_footer]
Pero, ¿es que acaso tenemos los cristianos una obsesión por ver el mal en todas partes? Más bien, diría yo, es una cuestión de honestidad. Y en eso, La Casa del Dragón resulta más realista, ya que apenas hay luz y virtud en cualquiera de los personajes y los bandos no están tan perfilados en este sentido.
Me refiero a la honestidad de reconocer el pecado como una realidad generalizada que afecta a cualquier deseo de raíz. Incluso aunque busquemos formas de personificarlo. Porque plasmamos en objetos (como los anillos de la historia), lugares e incluso personas lo más íntimo de nuestros anhelos, ese pecado en esencia, aunque en realidad lo reconocemos en nosotros mismos. Y tras la sorpresa, viene la intersección: el endurecimiento o ese peso abrumador que da paso a una necesaria liberación como es el arrepentimiento en Cristo.
No dudo en que nuestra obsesión por encontrar alguna explicación a todo ello se encuentra tras historias como la de Los Anillos de Poder, y también incluso en los libros de Tolkien. Un mundo dominado por el mal debería tener necesariamente la apariencia del rostro de un orco, o de un monte escupiendo fuego y envenenando el ambiente. Pero no es así por la gracia de Dios. Incluso en este mundo caído por el pecado, la hierba continúa dando su verdor y la gracia del Creador sigue impresionando al corazón.
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