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Atribulados en todo

Legitimamos nuestras protestas y reivindicaciones desde una idea muy particular de la justicia. Una lástima que esto no se corresponda con la organización de nuestro estilo de vida, en general.

CAMEO AUTOR 814/Jonatan_Soriano 18 DE JULIO DE 2024 18:09 h
El protagonismo de la familia Driscoll acaba haciendo que se pierda objetividad en este 'drama distópico'. / Fotograma de la serie, Filmin.

Aunque la presenten como a la altura de El Colapso, lo cierto es que la británica The Way no recoge ni de lejos el testigo que dejó la serie francesa, en mi opinión una de las mejores de la última década. La producción de la BBC, creada por el reconocido actor Michael Sheen, el documentalista Adam Curtis y el guionista James Graham (que escribió la película Brexit: The Uncivil War) sigue el patrón de producciones relacionadas con problemáticas sociales y políticas, pero no consigue deshacerse de ese aire de ficción que en El Colapso, por ejemplo, resulta atenuado por su carácter crudamente humano.



La serie gira alrededor de la estela de las huelgas de mineros de 1984 y 1985 en Reino Unido, proponiendo un nuevo escenario de protestas que se inician en la localidad galesa de Port Talbot y que acaban cerrando las fronteras de Gales con el resto de las islas y dejando a una muchedumbre de ‘refugiados’ que tratan de cruzar el Canal de la Mancha para llegar a Europa. 



La producción baña el realismo de la brutalidad policial y del excesivo control, por medio del uso de cámaras y de otros dispositivos tecnológicos, en una épica que resulta muy poco creíble a ratos y sentimental en exceso. 



[photo_footer]Nuestra queja es excesivamente situacional. Igual que la motivación para alegrarnos. / Fotograma de la serie, Filmin.[/photo_footer]



Una espada



A diferencia de otros “dramas sociales” de última generación, al concentrar la historia principal en la suerte de persecuciones que experimenta una familia, como representantes del pueblo galés aborrecido por las protestas, se pierde objetividad, de manera que el espectador puede identificarse menos con lo que se trata de transmitir. 



Aunque los Driscoll recogen bien la esencia del antihéroe moderno, como una especie de figura evidentemente imperfecta y sobre la que recae una responsabilidad colectiva sobredimensionada, en ningún momento dejan de ser ficción. Y más cuando el padre toma para sí una espada. Si había algún intento de acercarse al sarcasmo con esa imagen, no acaba de resultar en éxito. 



El problema que plantea la serie, sin embargo, permite reflexionar en la desconexión tan patente entre los clamores populares que estallan en diferentes partes y por diferentes motivos, y la realidad personal que viven esos mismos pueblos. Y es que, parece haber una deshonestidad generalizada por la que nos atribuimos a nosotros mismos el heroísmo, la épica y la grandilocuencia de la justicia, pero luego la rechazamos en el plano más asequible y rutinario, más individual y contextualizado a nuestras circunstancias. 



Precisamente esta era la queja que elevaba Dios contra la ciudad de Jerusalén y la población de Judá: “Jehová de los ejércitos, llamó en este día a llanto y a endechas, a raparse el cabello y a vestir cilicio; y he aquí gozo y alegría, matando vacas y degollando ovejas comiendo carne y bebiendo vino, diciendo: Comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (Isaías 22:12-13). 



Reconozcámoslo: nuestra queja es excesivamente situacional. Igual que la motivación para alegrarnos. Sumidos por completo en lo intolerable, vivimos dispuestos (e incluso participando, en ocasiones), de ello, pero alzamos el grito ante alguna causa que situamos en el foco de nuestra atención. 



Y la cuestión no es si hay que ser, o no, contestatarios ante la injusticia. Eso, por descontado. La cuestión que se desprende de The Way es por qué estamos dispuestos a tolerar algunas cosas y otras no, y qué es lo que provoca el accionar de la movilización y la convicción de que hay que llevarla hasta un punto de no retorno. La justicia nos exige ser adeptos a ella en todo momento, también con nuestras cuestiones más íntimas y personales. 



[photo_footer]La serie representa un guiño a temas como la crisis migratorio, el encarecimiento de la vida y la indefensión laboral. / Fotograma de la serie, Filmin.[/photo_footer]



Felicidad



En parte, pienso, tiene que ver con la mala comprensión que tan a menudo se puede observar de la idea de felicidad. Cuando la felicidad se construye en base a unas estructuras que son pasajeras, entonces acabará por derrumbarse. Y en lugar de volvernos hacia nosotros mismos y preguntarnos por qué edificamos la casa sobre la arena y no sobre la roca, tendemos a proyectar cualquier atisbo de ‘culpa’ hacia el exterior. 



Así, los malos acaban siendo una larga cadena de hombres y mujeres vestidos de traje, que controlan las instituciones políticas y financieras, y que cierran fábricas, volatilizan los mercados y persiguen a los indefensos. Y por supuesto que son malos. Pero mientras creamos que somos nuestras circunstancias, nos engañaremos.



De hecho, era C. S. Lewis quien animaba a mirarse a uno mismo primero y a encontrar todo lo que nos parece más deplorable de la sociedad. Es decir, somos el primer reflejo de aquello que anda mal. No somos nuestras circunstancias, sino que el problema emerge de nosotros mismos, de la conjunción de deseos, motivaciones y voluntad (“el corazón” al que tantas veces se refiere la Biblia). Así, legitimamos nuestras protestas y reivindicaciones desde una idea muy particular de la justicia. Una lástima que esto no se corresponda con la organización de nuestro estilo de vida, en general.



Quedarse en esta idea sería desolador. C. S. Lewis recuerda que hay una esperanza con la que afrontar este escenario. Después de animar al lector a mirarse a sí mismo, el escritor exhortaba a “mirar a Cristo” y obtener en él todo lo que se necesita.



Solo una esperanza así, que se desprende del consuelo que ofrece aquel que ha sufrido la muerte por la injusticia de los demás y la ha vencido resucitando, permite poder afirmar con completa convicción lo que el apóstol Pablo dice en 2 Corintios 4:8: “Estamos atribulados en todo, pero no angustiados”. Solo por la justicia de Cristo es que podemos vivir con esperanza ante el hastío que representa la injusticia generalizada. La selección de causas no nos hace más justos, sino solo el hecho de reconocer la justicia que ha obtenido para nosotros el único y verdadero Justo.



 



 



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