Decía Cicerón que la idea de la crueldad es de sí inmoral y nunca puede dar origen a algo útil, como pretendían los cuatro criminales que privaron a un hombre bueno de sus pasatiempos favoritos: la lectura.
Dice Martín de Riquer que todo el capítulo seis en la primera parte del Quijote es de crítica literaria. Responde al propósito de Cervantes de combatir los malos libros de caballerías.
Ocurrió que cuando Don Quijote llegó a su casa totalmente maltrecho y montado en un burro, sus allegados concluyeron que la pérdida del juicio (no siempre), se debía a la influencia que sobre él habían ejercido los libros de caballerías, en cuya lectura había estado dedicado día y noche.
Reunidos cuatro inquisidores, el cura, Pero Pérez, el barbero, Maese Nicolás, el ama y la sobrina, decidieron ir a la raíz del problema, quemar los libros, especialmente los de caballerías. El ama se revuelve contra ellos. «Malditos sean otra vez y otras ciento estos libros de caballerías». Acercándose al cura con una escudilla de agua bendita y un hisopo, le dice: «Tome vuestra merced; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de los que queremos dar echándoles del mundo».
La sobrina participa de la misma opinión que el ama. Cuando el barbero insinúa que algún libro podía ser salvo de la quema, ella protesta: «No; no hay que perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores; mejor será arrojarlos por la ventana al patio, y hacer un rimero de ellos, y pegarles fuego; y si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo».
Don Quijote, hombre culto, tenía otra opinión de los libros. En el capítulo cincuenta de esta primera parte, dice: «Los libros que están impresos con licencia de los reyes, y con aprobación de aquellos a quienes se remitieron, y que con gusto general son leídos, y celebrados de los grandes y de los chicos, de los pobres y de los ricos, de los letrados e ignorantes, de los plebeyos y caballeros, finalmente de todo género de personas de cualquier estado y condición que sean, ¿habrían de ser mentira, y más llevando tanta apariencia de verdad, pues nos cuentan el padre, la madre, la patria, los parientes, la edad, el lugar y las hazañas, punto por punto y día por día, que el tal caballero hizo, o caballeros hicieron?».
La Biblioteca de Don Quijote, según se lee en el capítulo veinticuatro de la fábula, constaba de trescientos volúmenes, de los cuales decía el Caballero: «Son el regalo de mi alma y el entretenimiento de mi vida».
Estos libros no eran todos de caballerías. Los había también de novela pastoril, de poesía heroica y de lírica amorosa.
En la edición del Quijote publicada por Ediciones Castilla con motivo del IV Centenario, con un estudio crítico de Luis Astrana Marín, figura el comentario completo que el reputado cervantista, erudito y político murciano Diego Clemencín, escribió sobre la novela de Cervantes.
Entre los cuerpos de libros quemados los había grandes y pequeños. Clemencín los comenta por orden de importancia, comenzando por el Amadis de Gaula y citando en último lugar el Amadis de Grecia.
Los cuatro inquisidores, el cura, el barbero, el ama y la sobrina buscaron el momento oportuno. Don Quijote dormía. El barbero entró silenciosamente, pidió a la sobrina las llaves del aposento donde el Caballero tenía su biblioteca y ella se las dio de buena gana. Entraron los cuatro y el cura dio comienzo a la selección y quema de libros. Así se hubiera quemado la planta de los pies para dar saltos en tanto gritaba.
Cansado el cura de leer tantos libros de caballería, el ama ordenó que todos los libros grandes fuesen echados al corral para ser quemados.
Del fuego se libró Tirante el Blanco, cuya versión original fue publicada en Valencia en lengua castellana en 1490.
Llegado a los libros de poesía el cura se resistió a la quema de algunos de ellos. Dijo: «Estos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho; que son libros de entendimiento, sin perjuicio de terceros». Cuando el barbero descubre y entrega al cura Los diez libros de Fortuna de Amor, el clérigo estalla en júbilo y dice al otro inquisidor: «Dádmele acá, compadre, que precio más haberle hallado que si me dieran una sotana del rico paño de Florencia».
Llegado el turno a tres entonces conocidos libros, La Austríada, La Araucana y El Monserrato, la reacción del cura fue benévola. Dijo: «Todos esos tres libros son los mejores, que, en verso heroico, en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia; guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España».
Por los títulos mencionados cabe discernir la gran cultura literaria de nuestro Caballero andante.
En esto estaban los inquisidores cuando Don Quijote despertó dando gritos. Diéronle de comer y se quedó otra vez dormido. «Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral, y en toda la casa». El cura y el barbero decidieron tapiar el aposento de los libros, para que cuando se levantase Don Quijote no los hallara y creyera que un encantador se los había llevado. En efecto, dos días después se levantó Don Quijote y recorriendo toda la casa buscaba el aposento de los libros. El ama dijo que el diablo se había llevado todos ellos, a lo que la sobrina añadió que no fue el diablo, sino un encantador. El inocente Don Quijote creyó identificar al supuesto encantador: Frestón, dijo.
Quedaron tranquilos los cuatro inquisidores después de sus manifestaciones de crueldad, que es la fuerza de los cobardes. Decía Cicerón que la idea de la crueldad es de sí inmoral y nunca puede dar origen a algo útil, como pretendían los cuatro criminales que privaron a un hombre bueno de sus pasatiempos favoritos: la lectura.
Tratando de biblioteca, la Biblia está considerada como una biblioteca divina.
En el conjunto de la Biblia es preciso distinguir entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El Antiguo tiene 39 libros y el Nuevo 27. El Antiguo Testamento fue escrito originalmente en hebreo y el Nuevo en griego. Los textos primitivos de la Biblia estaban escritos de corrido. Después de algunos intentos por varios autores, fue S. Pagnini quien en 1528 numeró toda la Biblia. Con la invención de la imprenta se imprimieron los primeros libros bíblicos en 1477.
Los 66 libros que tiene la Biblia no se escribieron seguido. Cuando Moisés escribe el Pentateuco, los cinco primeros libros, 1600 años después Jesús dicta el Apocalipsis al apóstol Juan.
En la Biblia tenemos el récord de la revelación de Dios al ser humano y la historia de la relación del hombre con Dios. Thomas Brown, médico y escritor inglés, dice en su libro Religio Medici: “Yo creo divina la Sagrada Escritura; y porque incluso si fuese obra humana sería el libro más extraordinario y sublime existente desde que el mundo es mundo”.
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