Como le ocurría a Rubén Darío, a Miguel de Unamuno, a Juan Ramón Jiménez y a tantos otros grandes pensadores, a Huidobro le obsesionaba el tema de la muerte.
Vicente García Huidobro Fernández nació el 10 de enero de 1893 en Santiago de Chile y desnació el 2 de enero de 1948 en la Cartagena chilena. Procedía de una familia rica. Sus padres tenían propiedades agrícolas e importantes viñedos; pertenecían a una familia entroncada con la aristocracia colonial.
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El niño Vicente hizo sus primeros y secundarios estudios en el colegio jesuita de San Ignacio, en Santiago. Siendo alumno de este colegio, a los 17 años publica su primer libro de poemas: Ecos del alma, donde incluye frecuentes recuerdos de escuelas anteriores. Cumplidos 26 años viaja a París; allí entra en contacto con los grandes artistas europeos. Picasso lo retrata. Escribe en colaboración Tres inmensas novelas. También artículos en revistas de literatura, como Nord-Sud. Lanza su doctrina literaria del creacionismo, donde sostiene que la poesía debe ser creación absoluta. En francés escribe los libros de poemas Horizon Carré, y Tout a coup. En las páginas de L’Esprit Nouveau defiende su creacionismo como término acuñado por él, distinto al cubismo literario.
En 1928 Huidobro se instala en Madrid. Aquí establece relaciones con grandes escritores españoles del momento, Unamuno, Baroja, Azorín y otros. En Madrid publica Mio Cid Campeador, Temblor de cielo, y Altazor. En 1933 regresa a Chile, pero al estallar la guerra incivil en España en julio de 1936 Huidobro se apunta a la contienda, viaja a España y se alista en el ejército republicano. Por entonces ya era miembro del partido comunista chileno. También combate en la segunda guerra mundial al lado de Francia. Cuando esta guerra termina con la rendición incondicional de Alemania en 1945, Huidobro regresa definitivamente a Chile. Lo hace con una nueva compañera sentimental: Raquel Señoret. En 1948 muere de un derrame cerebral en Cartagena de Chile, junto al océano Pacífico. Le faltaban unos días para cumplir 55 años. La muerte, esa “fulana importante”, “la pudridora”, como la cantó y contó Ernest Hemingway, no respeta edades. Cargó con Abel, apenas joven, y con Matusalén después de 969 años.
Además de las obras mencionadas en estas letras, Huidobro escribió Tour Eiffel, (1918). Poemas árticos, (1918). Vientos contrarios, (1926). Y en 1941 El ciudadano del olvido y Ver y palpar.
Después de su muerte su hija Manuela García Huidobro recogió los poemas póstumos de su padre donde trata de la muerte, el punto de destino, donde figura el célebre Monumento al mar. El volumen fue titulado Últimos poemas. La editorial chilena Zig-Zag publicó las Obras Completas del poeta. En varios países de habla hispana y en Francia se observa en nuestros días una revalorización de la obra huidobriana tanto en poesía como en prosa.
Cuando Sergio Pizarro, profesor en la Universidad de Playa Ancha, en Chile, escribe sobre la religión en su obra, Huidobro tiene en cuenta el mundo desacralizado en el que le tocó vivir. Un mundo en el que la práctica religiosa había entrado en crisis, vaciada de su contenido explícitamente trascendente de la fe. Esta crisis motiva el hecho de que en la obra de Huidobro, especialmente en su poesía, no abunden los términos concretos ni las referencias a Dios.
Lo que Pizarro silencia es que desde los primeros libros del autor se detecta una preocupación metafísica, una mirada que va desde la tierra al cielo, presente en titulares como Ecos del alma, La gruta del silencio, Canciones en la noche, Pagodas ocultas y, de forma más destacada, en Adán, la primera obra poética de Huidobro escrita en verso libre. Ecos del alma alude a las figuras centradas del cristianismo. En La gruta del silencio, donde trata el tema de la muerte, abundan los coloquios espirituales. En Canciones de la noche pone de relieve los grandes goces que el poeta vivirá cuando después de la muerte se una a sus seres queridos, a los que estará esperando en el fondo del misterio. Las pagodas ocultas es la primera obra en prosa poética del autor, para quien los templos budistas se transmutan en el silencio oculto del alma.
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Adán es el poema con mayor simbolismo religioso de los escritos por Vicente Huidobro.
El tema del primer hombre, arrojado del paraíso por su desobediencia al Creador es, de entre los relatos bíblicos, el que ha brindado mayor número de motivos al arte y a la literatura. En el primer siglo ya existían los titulados Libros de Adán. El obispo Armenio Araquel escribió en el siglo XIII un poema compuesto de 1.200 estrofas, en el que relataba la caída en desobediencia de la primera pareja humana, llamado pecado original.
La interpretación que Huidobro hace de Adán se aparta de las concepciones católicas, protestantes y de otras fuentes del cristianismo.
En Adán, Huidobro reescribe la historia bíblica de la creación del mundo y del ser humano. Infunde en la obra un carácter ateo lejos del texto original del Génesis. “En este poema he tratado de verter todo el panteísmo de mi alma”, confiesa el autor chileno.
La doctrina panteísta, de raigambre filosófica, alimenta una concepción de Dios que difiere de la tradicional o aceptada. Es la visión Dios-mundo. El panteísta no busca las cosas hacia fuera, sino dentro de sí mismo.
En 1931 Huidobro publica en Madrid el poema Altazor o el viaje en paracaídas, considerado fundamental para la comprensión de su obra. En estas meditaciones cuestiona el futuro del cristianismo: “Morirá el cristianismo. Morirá el cristianismo que no ha resuelto ningún problema, que sólo ha enseñado plegarias muertas. Muere después de dos mil años de existencia. Un cañoneo enorme pone punto final a la era cristiana”.
Decir que el cristianismo no ha resuelto ningún problema en el mundo es desconocer o ignorar la Historia. Por otro lado, Huidobro lleva muerto 75 años y el cristianismo, con cerca de 3.000 millones de seguidores, continúa vivo y dirigiendo el destino de los pueblos.
Como le ocurría a Rubén Darío, a Miguel de Unamuno, a Juan Ramón Jiménez y a tantos otros grandes pensadores, entre ellos el americano Ernesto Hemingway, a Huidobro le obsesionaba el tema de la muerte. Sergio Pizarro, ya citado, documenta que “la palabra muerte y sus derivadas se repite más de cien veces en toda su obra, además de la reiteración permanente de términos como alma, cementerio, eternidad, sepulcro, tumba, ultratumba y otros de índole semejante. No es por capricho que en el libro Altazor aparezca la palabra muerte repetida treinta y cinco veces”.
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Palabras del gran francés Víctor Hugo en su obra de 1886 El final de Satanás: “Cuando yo baje a la tumba, podré decir, como muchos: He terminado la faena del día, pero no podré decir: Ha terminado mi vida; mi trabajo comenzará a la mañana siguiente. Mí tumba no es un callejón sin salida; es un camino abierto que se cierra con el crepúsculo de la noche y abre con la aurora. No valdría la pena vivir si tuviéramos que morir por completo. Lo que aligera el trabajo y santifica nuestros esfuerzos es la visión de un mundo mejor que contemplamos a través de esta vida. ¡Tierra, no eres mi abismo!”.
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