Una crítica de El mal no existe, de Ryûsuke Hamaguchi (2023).
“De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan.” (Salmos 24:1)
Para los amantes del cine, un estreno del director japonés Hamaguchi es todo un acontecimiento. Considerado por muchos un autor de culto debido a su largometraje Happy Hour de 317 minutos, sus últimas obras, más convencionales en cuanto a duración, lo han consolidado como uno de los directores más personales y estimulantes de la década actual. Una característica distintiva de su cine es su capacidad para ofrecer trabajos muy diferentes entre sí. En 2021, estrenó dos películas que tienen poco en común entre sí: un ejercicio radical y minimalista como La ruleta de la fortuna, y la profunda e inabarcable Drive my car, con la que ganó el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Su más reciente trabajo hasta la fecha, El mal no existe, no se asemeja a ninguna de las dos anteriores, pero contiene rasgos distintivos de su cine que le otorgan la etiqueta de autor. Dos aspectos son comunes en su enfoque creativo: por un lado, los diálogos, que suelen ser extensos y aparentemente intrascendentes. El espectador debe prestar mucha atención a cómo se dicen las cosas, a los gestos con las que se dicen y a la lectura entre líneas (lo que no se dice) para captar la información verdaderamente importante. A diferencia del cine convencional, en el que es evidente que los guionistas han escogido las palabras de los personajes con mucho cuidado, en el cine de Hamaguchi parece que lo que se dice es lo que nunca se diría en una película. Como si la cámara prestase atención a lo que normalmente se omite. Por otro lado, y quizás lo más destacado en su contribución al séptimo arte, está su maestría absoluta en el manejo del tiempo de la acción. Para Hamaguchi no hay reglas establecidas sobre la duración de un plano, ni razón que justifique tomar más o menos tiempo en mostrar algo. Parece seguir únicamente su intuición. El efecto en el espectador, siempre que se sumerja en la experiencia, es el de abstraerse de la realidad mientras sigue una narración que a menudo se presenta en tiempo real. Las conexiones que logra con el espectador, junto con una belleza estética con la que suele ser muy exigente, generan un efecto espejo, onírico, etéreo y abstracto, partiendo siempre de un retrato de estricta realidad.
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El título de la película hace referencia al mal moral, una noción que diversas raíces filosóficas y culturales cuestionan su existencia. Por ejemplo, el relativista moral argumenta que las normas morales son relativas a las culturas, individuos o circunstancias, lo que implica que lo que es considerado malo en una cultura o situación podría no serlo en otra. El naturalismo filosófico también sostiene que el mal moral no es una entidad real, sino que las acciones humanas son el resultado de procesos naturales y evolutivos, sugiriendo que el concepto de “bien” y “mal” es una construcción social o una ilusión. Además, el determinismo biológico o psicológico sostiene que las acciones humanas están determinadas por factores biológicos o psicológicos, lo que podría llevar a la conclusión de que las personas no son moralmente responsables de sus acciones. Incluso el optimismo filosófico o leibniziano argumenta que el universo está ordenado de la mejor manera posible por algún principio racional, lo que implica que no hay espacio para el mal moral como una desviación de ese orden racional.
Lo que plantea Hamaguchi no es tanto una negación de la existencia de ese mal, sino una denuncia a la sociedad que vive como si el mal no existiera. El resultado es una crítica perspicaz e irrefutable hacia un capitalismo despiadado que opera sin considerar el daño que puede causar. El argumento es simple: una aldea rural recibe la visita de unos comerciales de una empresa que desea establecer un camping en una zona que debería ser protegida. El protagonista, el manitas del pueblo, será el encargado de hacer ver al espectador lo peligroso que puede llegar a ser el romper el equilibrio. Que todo lo que se hace acaba teniendo repercusión.
El mal moral existe, y se refiere a acciones, pensamientos o deseos que van en contra de la voluntad de Dios y que causan daño a otras personas o a uno mismo. El mal moral no solo implica hacer algo malo, sino también dejar de hacer lo que se sabe que es correcto según la enseñanza de Dios.
Dios creó el mundo y lo declaró “muy bueno” (Génesis 1:31), confiando a la humanidad la responsabilidad de cuidar y preservar su creación (Génesis 2:15).
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