Esta porción del tesoro bíblico sobreabunda en lecciones que enriquecen al lector creyente, e iluminan al investigador honesto que busca conocer de cerca al Dios único.
Un fragmento de “Josué a 2 Samuel”, de Bernardo Sánchez (Unión Bíblica, 1999). Puede saber más sobre el libro aquí.
Los 5 libros bíblicos que analizamos, JOSUÉ, JUECES, RUT, 1 y 2 de SAMUEL trenzan los relatos de las antigüedades patriarcales de Israel (libro de GÉNESIS), la magna odisea del Éxodo (libros de ÉXODO, LEVÍTICO, NÚMEROS y DEUTERONOMIO), la historia de la conquista de Canaán (libro de JOSUÉ), el periodo de los Jueces (libro de JUECES y RUT) y los años de los dos primeros reinados de la monarquía hebrea (del rey Saúl y del rey David). En total, nada menos que 260 años (1230 al 970 d.C.).
Los personajes de la historia registrada en estos libros figuran entre los más eminentes de toda la Biblia, comenzando con el caudillo Josué y terminando con el rey David. Supervisando soberana y sabiamente el curso de los acontecimientos está siempre el Dios Altísimo, el que en Ur de los caldeos se reveló a Abraham. Concluida la magna obra de formar un pueblo al pie del Sinaí, y de la mano del profeta Moisés, el Dios Redentor guía por el largo y terrible desierto al pueblo que Josué ha de introducir en la tierra prometida, Canaán, cuna que fue de los ilustres antecesores de Israel. Sigue el periodo borrascoso en que aparecen los Jueces, y que culmina con el siglo de oro del rey David.
Los 104 capítulos de palpitante historia que ante nosotros tenemos archivan hazañas irrepetibles de tragedias irreparables, de intervenciones prodigiosas de la mano siempre oportuna y providente de Dios en favor de un pueblo escogido por gracia, destinado a ser cauce de relación divina para las naciones y de cuyas raíces surgirá el Mesías.
Esta porción del tesoro bíblico sobreabunda en lecciones que enriquecen al lector creyente, e iluminan al investigador honesto que busca conocer de cerca al Dios único. Adentrémonos en esta parcela de la historia; dispongámonos a deleitar nuestra alma rastreando las huellas del Dios que, siendo más sublime que los mismos cielos, quiso y querrá siempre hacerse con nosotros. Peregrino en un mundo, que cual desierto pavoroso todos tenemos que recorrer. Empecemos con su héroe Josué capitaneando la toma de Canaán; prosigamos luego observando las luces y las sombras, las glorias y las miserias de los Jueces; y al fin, remataremos nuestro estudio en las huellas del intrigante David, paradigma de todo creyente. En estos 260 años de historia viva que consideramos, Dios nos ofrece un riquísimo caudal de revelación que aquilatará nuestra vida y nuestra fe.
Recordemos que la historia registrada en el Antiguo Testamento se caracteriza por su intencionalidad religiosa. Herodoto es tenido por el Padre de la Historia, pero mil años antes que él, el Espíritu Santo guiaba a los hebreos a registrar los hechos más trascendentes en estos libros. Si bien algunos fueron redactados por personas y en lugares y momentos no conocidos, todos convienen en ceñirse asombrosamente a una línea de pensamiento. No perdamos de vista el propósito divino de atesorar aquí no ya lo más llamativo sino lo más significativo del devenir humano a la luz de la historia de la salvación. No nos sorprendan las omisiones de hechos históricos que los estudiosos tienen por esenciales. Aun en la historia del mismo pueblo de los profetas, Israel, sólo se recoge lo que más se ciñe al propósito divino.
El trato y el enfoque con que Jesucristo consideró la historia debe servirnos de guía. Repárese en que Él nunca puso en duda ni una sola página de cuanto en estos libros hay escrito. Él cita el episodio de cuando David “entró en la casa de Dios, siendo Abiatar sumo sacerdote, y comió los panes de la proposición”. (Mr. 2:16), la gloria de Salomón (Mt. 6:29), etc. Para Él fueron hechos históricos indubitables. Así debe ser para nosotros. […]
El relevo del profeta sinaítico se anticipa en Números 27:18-23 (Dt. 34:9). Las razones se especifican en Éxodo 17:8-13; 24:13; 32:17; 33:11; Números 14:6-10. Puede dividirse este capítulo en dos partes. En la primera, 1:1-11, Josué es ratificado por Dios como sucesor de Moisés. Éste ha sido promovido por el Altísimo a una mejor esfera de servicio en los cielos. Conmueve el acento con que el Señor inviste de ánimo a Josué. Éste sin duda, es consciente de cuán arriesgado es suceder a un gran hombre, cómo en este mundo nuestro las odiosas comparaciones pueden ser paralizantes. “Como fui con Moisés, seré contigo; no te dejaré, ni te desampararé” (5) le dice Dios. Esta promesa enardece y vigoriza el alma de Josué. De él se espera únicamente que imite a su maestro Moisés, que día y noche no se aparte de su boca “este libro de la ley”, el Pentateuco. “Todo saldrá bien” (8), le promete el Señor.
La segunda parte del capítulo resume el discurso de Josué a los rubenitas, a los gaditas, y a la media tribu de Manasés (12-18).
Estos habían solicitado a Moisés aposentarse en la Transjordania, prometiendo ayudar a Israel en la conquista. Así lo hicieron puntual y fielmente, y Dios bendijo a sus familias y a sus tierras. Reflexionemos: Frente a cuanto en esta vida nos es adverso y nos combate, ¿cómo renovamos nuestro ánimo, y qué lugar ocupa la palabra de Dios en nuestra experiencia cotidiana? […]
¡Precioso pasaje! En el recuerdo de muchos, como milagro irrepetible, estaba el cruce del mar Rojo, del que tanto aún se habla. ¡Magnífico el Dios de Moisés! ¿Podrá ahora la nueva generación esperar nuevas manifestaciones de la omnipotencia divina? ¿O habría cesado el tiempo de los milagros?
Sacerdotes firmes en medio del rio. Josué comprendió que para que el pueblo se atreviera a cruzar el Jordán, él y los líderes debían inspirar valor y fe, debían ser los primeros en entrar hasta lo más hondo. Sin vacilaciones, con paso firme y confiado. Reparemos en que era el tiempo en que el Jordán se mostraba imponente y se desbordaba. En 4:19 se puntualiza la fecha el diez de abril. Dios esperó a que el río se mostrase intransitable, a que la dificultad pareciese imposible de superar. Así deseaba mostrar una vez más al mundo que en las grandes dificultades se presentan las mejores oportunidades de revelar el poder de su diestra. Así es nuestro Dios. ¡No nos arredren las riadas!
Un monumento para la posterioridad. “Josué levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde estuvieron los pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto” (4:18). Así quedó demostrado para siempre que Dios puede repetir y aun realizar prodigios de salvación por amor de sus redimidos. Allá quedó, en medio mismo del río, el monumento que a todas las generaciones venideras proclamaría el favor de Dios. El narrador subraya cuidadosamente que todo estuvo controlado y cronometrado. Las aguas quedaron misteriosamente retenidas hasta que todo el pueblo cruzó hasta la otra orilla. Sólo entonces, “cuando los sacerdotes subieron de en medio del Jordán, y las plantas de sus pies estuvieron en seco, las aguas del río se volvieron como antes…. Corriendo sobre sus bordes” (4:18). ¡Así demostró Dios una vez más ser el mismo en poder y en voluntad de salvar a cuantos confían en su mano! Josué fue así engrandecido ante los que habían de seguirle en hazañas prodigiosas. ¡Con qué cuidado y admirable precisión hace Dios sus obras! ¡Merece un monumento en nuestras almas! […]
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