Blanca Varela vivió peleada con Dios. Dios era alguien más allá de lo que ella podía asumir.
Blanca Varela, poetisa (lo prefiero a poeta) peruana, hija de una tradición poética ineludible, nació en Lima el 10 de agosto de 1926 y desnació en la misma capital el 12 de marzo del año 2009.
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Tras los estudios primarios y secundarios en Puerto Supe, ingresó en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Lima, donde se graduó en Letras y Educación.
Después de su matrimonio con Fernando de Szyszlo, en 1949 se instaló en París, donde entró en contacto con la vida literaria del momento. Allí entabló amistad con Juan Pablo Sartre, Simone de Beauvoir, Martínez Rivas, Alberto Giacometti y otros célebres escritores del momento.
Tras una larga temporada en París Varela vivió en Florencia y en Washington, ciudades en las que estuvo dedicada a hacer traducciones y algunos trabajos periodísticos.
En 1962 regresó a Perú. Salía de Lima sólo para viajar ocasionalmente a Estados Unidos, Francia y España.
Al morir en Lima había cumplido 82 años de edad. En vida dejó escrito que su cuerpo fuera incinerado, lo que fue cumplido. Las cenizas fueron esparcidas en el mar.
A Blanca Varela se le atribuyen 14 libros de poesía.
Entre los premios y honores que recibió destacan el de Comendador de la Orden del Sol de Perú y la Orden al Mérito de la Mujer.
En 2001 obtuvo el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo.
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España le concedió dos premios: El Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, en 2006, dotado con 50.000 euros, y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2007, junto con 42.100 euros.
A la religión se puede llegar por dos sendas: por el sentimiento que admite sin dudar todas las verdades de la revelación divina o por la investigación y el convencimiento. Con Karl Marx, Blanca Varela llegó al convencimiento de que la religión es la expresión de la miseria humana. En una entrevista con Patrick Rosa, en 1999 en la revista Quehacer, le dice abiertamente: “Yo nunca he sido creyente”.
En el poema Vals de los Ángeles abundan los símbolos religiosos. El poema se convierte en estiércol haciendo que el destino de la humanidad ya no sea volver a la tierra de la que fue tomado, sino a la podredumbre: “Predestinado estiércol, cieno de ojos vaciados”.
Beatriz Velayos, de la Universidad Autónoma de Madrid, en Ángelus y otros falsos demonios; escribe: “La presencia de elementos religiosos a los que Varela aporta su propio significado, vinculándolo con su propia experiencia corporal y vital, es constante en su obra”.
Blanca Varela vivió peleada con Dios. Dios era alguien más allá de lo que ella podía asumir. Contrariamente al poema atribuido a Santa Teresa, Varela nunca se movió en la dirección correcta para ver a Dios. Para ella, Dios no era el límite móvil colocado en la escala del saber humano. Opinaba que “ante un Dios creador que no responde, la propia voz poética debe convertirse en la creadora”. EnCanto villano no alaba al Dios de la Biblia, sino a la propia vida sacralizada por la poesía. En Luz de día presenta a un Dios sordo y ciego, sin preguntas ni respuestas. En la referida entrevista con Patrick Rosa, le dice: “Los mayores me mentían. Entonces, yo tuve que interrogarme e inventarme un interlocutor que no podía ser Dios. Me di cuenta que no era Dios”. Según ella, a las preguntas constantes de la voz poética, el Padre no acude para resolver los problemas de la humanidad.
En Canto villano Varela desfigura la persona de Cristo. Lo iguala a líderes de otras religiones diferentes. Según ella, “el Padre se olvida del Hijo y le deja en la estacada, le deja sin corazón, sin hígado, sin piernas para huir”. Todo muy bonito como poesía, pero muy feo como realidad.
En el citado Vals del Ángelus Blanca Varela arremete también contra la Virgen María. La presenta diciéndole al Padre: “Ve lo que has hecho de mí, la santa más pobre del museo, la de la última sala, la de las letrinas”. La poetisa peruana traspasa aquí, sin pudor, todas las normas del respeto y raya en la blasfemia.
A estas alturas de su ateísmo nada tiene de extraño que Varela tampoco crea en la palabra inspirada de la revelación bíblica. En El libro de barro comenta el texto en el primer capítulo del Evangelio escrito por San Juan en referencia al Verbo de Dios, y dice: “El Verbo no está en Dios, sino en ellos”.
Pero va llegando la fecha del 12 de marzo de 2009. Se va acabando la vida. Va llegando la muerte. El noventa por ciento de los grandes poetas han sentido temor y temblor ante la muerte y el más allá.
Blanca Varela también. En Vals del Ángelus recurre a la reescritura y corporación de textos religiosos y alude a la inmortalidad del alma. Dice que “desde Platón predomina en Occidente la visión de un alma inmortal que el hombre debe aislar, purificar, para separarla de un cuerpo cuya función es sólo la de un receptáculo o tumba”.
Muy bien. Varela acaba sus últimos días ofreciendo una interpretación histórica y bíblica de la inmortalidad.
La inmortalidad del alma se explica en ambas partes de la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento.Cristo alude con frecuencia a la vida eterna y toda la dogmática paulina está basada en la esperanza de una vida futura en unión con Dios. Pero según Jesucristo, inmortales son los creyentes y también los ateos, separados en la eternidad por destinos diferentes.
Si Blanca Varela sabía esto, ¿lo tuvo en cuenta antes de agonizar?
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